Imaginemos una tregua a la realidad, un pacto con la vida que nos permita ser libres durante unos minutos. Imaginemos que para acceder a ese terreno neutral debemos dejar la pesada carga con que nos apresa la rutina. Imaginemos un lugar del que volver con la fuerza necesaria para hacer la vida más soportable, pues no tiene sentido regresar al frente de combate sin las armas que aseguran la victoria.
La puerta que abre ese lugar ideal es hexagonal y transparente, de plexiglás. Su forma no ha sido dejada al azar, pues ese módulo se utiliza en arquitectura para cubrir superficies (como el pavimento que diseñó Gaudí para el paseo de Gracia de Barcelona) o agrupar hasta el infinito todo tipo de elementos, aunque su verdadero origen está en las colmenas de las abejas. Las paredes de los cinco compartimentos son de madera y guardan en su interior un preciado contenido: libros usados, de libre acceso. Si bien deberían estar clasificados por géneros, como rezan algunos letreros, el azar es un bibliotecario caprichoso que trabaja con un criterio que solo él conoce.
El artilugio en cuestión se llama boîte à lire (caja para leer) y está en la plaza Guichard de Lyon, pero hay muchas más por toda la ciudad y en otras localidades francesas. Además, su éxito las ha extendido por medio mundo en los últimos años. El funcionamiento es muy sencillo: se trata de una biblioteca abierta a todos, situada en plazas, jardines o entradas de edificios públicos, donde cualquiera puede coger un libro, sin la obligación de pagar una cuota o dejar algo a cambio, para leerlo en el banco más cercano o llevarlo a casa. Estas curiosas estanterías se nutren de donaciones anónimas y se basan en el universal principio de dar para recibir, aunque quienes más reciban no sean quienes más den. Poco importa, pues la vida siempre acaba encontrando la manera de equilibrar la balanza y el objetivo es acercar la literatura a cualquier persona, sin considerar su nivel adquisitivo. Los protagonistas son libros usados que reciben una segunda oportunidad y que, por regla general, vuelven a ser depositados en el mismo lugar tras su lectura, para que una nueva mano los elija y repita la operación hasta que las páginas, desgastadas, digan basta.
Aunque la ingeniosa iniciativa procede de los Estados Unidos, se promueve en la web boite-a-lire.com, que ayuda a quien quiera montar su propia biblioteca pública, ya sea una asociación, una empresa, una comunidad de vecinos, un ayuntamiento… Y detrás de este proyecto está la estupenda web francesa recyclivre.com, que se encarga de recuperar libros de segunda mano a domicilio para venderlos por internet a un módico precio. Los beneficios van destinados a financiar su infraestructura, pero también a la creación de nuevas boîtes à lire y a campañas que luchan contra el analfabetismo y promueven la cultura. En un ejercicio coherencia ecológica, además de los evidentes beneficios que la economía circular tienen para el planeta, la empresa reduce al máximo sus emisiones de dióxido de carbono, utilizando vehículos eléctricos para distribuir sus libros. Y como muestra de la buena salud de esta innovadora empresa, Recyclivre está en plena expansión y ha abierto una oficina en Madrid.
Como arquitecto, la sencillez y la eficacia de las boîtes à lire me parecen tan demoledoras, que su integración en toda nueva construcción debería ser obligatoria. Que todo plan de urbanismo debería incluir una norma que imponga la existencia de este terreno neutral en la entrada de todo edificio, jardín o espacio público. Cualquiera debería tener acceso a ese lugar que nos reconcilia con la vida, en donde se materializa la tregua a tantas cosas y la literatura sale a nuestro encuentro. En donde leer libros que nunca habríamos comprado en una librería, pero que, movidos par la curiosidad ante lo que el azar y la gratuidad ponen a nuestro alcance, somos capaces de adoptar. Aunque solo sea para dejarnos sorprender y pensar que el mundo es más amable de lo que realmente es.
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