El 26 de septiembre de 2017, Blanca Berasátegui (Vitoria, 1949) fue galardonada con el Premio Nacional de Periodismo Cultural por su «dilatada trayectoria en la prensa española, la apertura de sus páginas a todos los elementos de la cultura, incluidos los científicos, y su meritoria labor como directora de suplementos culturales».
La periodista recibió este premio… el 19 de marzo de 2019.
Esta entrevista se hizo pocos días antes de que Berasategui recibiera, casi dos años después de su concesión, el prestigioso galardón. Berasategui es un tótem vivísimo y entusiasta —lo notará el lector en sus respuestas— del periodismo cultural patrio. Conversó, para ABC, con algunas de las firmas más importantes de la literatura latinoamericana, como Borges, Onetti, Rulfo u Octavio Paz. En 1991, fundó ABC Cultural, primer suplemento que aunaba literatura, música, arte y ciencia; en 1998, junto a Anson, se fue a La Razón con su suplemento bajo el brazo y, treinta y ocho números después, creó El Cultural, criatura independiente –y hermanada con El Mundo–, cuyo pulso late en presente de indicativo, omnívora y para todos los públicos.
Al menos, esa es la intención: entre el «porque, como las paga el vulgo, es justo / hablarle en necio para darle gusto» de Lope, y la fábula «El asno y su amo» de Iriarte, Berasátegui se queda con la segunda. Demostración, aquí:
—Blanca, cuénteme eso de que, ahora, en marzo de 2019, le van a entregar un premio —y no cualquier premio— que le concedieron en 2017.
—Sí, el Premio Nacional de Periodismo Cultural. Es uno de los que concede todos los años el Ministerio de Cultura, y que suelen entregarlos el año siguiente pero, supongo que por el cambio de Gobierno el año pasado, aunque realmente no lo sé, no se celebró la entrega, y se celebra dentro de unos días, el 19 de marzo, en el Museo del Prado.
—En general, ¿son limpios los mecanismos de elección de ganadores en los premios culturales?
—Mi experiencia como jurado es positiva en cuanto a la limpieza. Sin embargo, me parece que habría que revisar el procedimiento de selección de los jurados, porque es una forma a veces sutil y en ocasiones incluso perversa de manipular una elección por cuestiones extraculturales.
—¿Usted ha sido jurado en algún premio cultural? ¿Le han dado órdenes? ¿La han intentado comprar?
—Nada, nada. Además, no creo que nadie se atreva siquiera a orientar mi voto, a estas alturas, y mucho menos a ordenar o comprar. Otra cosa es lo que te comento con la composición de los jurados.
—Hablemos de periodismo cultural. ¿Cree que, hoy, los periodistas conjugamos peor el verbo «preguntar» que el verbo «opinar»?
—Es posible, y eso no me gusta. Si un periodista pierde su afán por preguntar está perdido. Yo creo que todavía no lo he perdido. Sigo teniendo curiosidad por las cosas, por la gente, por aprender y he tenido la suerte, además, de toparme con gente muy de primera, con escritores o artistas estupendos, muy sabios en cada una de las facetas del arte, a los que, por otro lado, me he acercado con admiración, no solo con curiosidad. Me gusta mucho más preguntar porque me interesan todavía muchas cosas. Creo que eso de pontificar… Soy un poco mandona (Risas), pero no soy de pontificar.
—Blanca, ¿al vulgo hay que hablarle en necio para darle gusto?
—No, no. Yo tengo otros versos, que recuerdo siempre, que son los de una fábula de Iriarte…
—»Sepa quien para el público trabaja, / que tal vez a la plebe culpa en vano, / pues si, en dándola paja, come paja, / siempre que la dan grano, come grano».
—Justo. Nosotros tenemos la obligación de dar grano. No tengo duda. Porque siempre que das grano, la gente come grano. Los periodistas tenemos esa gran responsabilidad: no echemos la culpa siempre a lo que le gusta a la mayoría. Nosotros tenemos la obligación, yo al menos me siento obligada, a hacer todas las semanas un menú cultural lo suficientemente variado como para que, siguiendo con el simil gastronómico, algunos de los platos que servimos sean del interés de los lectores. Yo tengo un baremo mucho más pedestre: si yo no entiendo el texto de un colaborador, creo que no lo debo publicar. Tal vez hace muchos años no me atrevía a decir “aclárame estos párrafos, que no se entienden”, pero ahora sí. Con el tiempo, se va aprendiendo que de todo se puede hablar y escribir con claridad, que el que sabe mucho de una cosa, por lo general lo sabe expresar con gran claridad. Hace muchos años, cuando empecé, recuerdo que cierta crítica de arte estaba trufada de una retórica hueca imposible de tragar, críptica a más no poder, autoombliguista, llena de referencias culturetas que ocultaban un inmenso vacío. Yo, desde luego, no la entendía.
—¿Hay exceso de postureo en el periodismo cultural patrio?
—Tal vez. Y a lo mejor nosotros, tú y yo, también pecamos de eso. Yo me las doy de que no… (Risas). Creo que no hay que dar por sabido nada, y sabemos también que hay que atraer la atención del simple curioso sin ofender al especialista. Es decir, como manda el periodismo anglosajón, ir dando en cada párrafo pistas al que no sabe nada de una cosa para que entre en ella. Esa es la clave: explicar las cosas para que la gente entienda lo que escribes. Otra cosa es absurda. A ver, si se trata de un tratado de fenomenología filosófica… pero estamos haciendo periodismo. Y yo lo que quiero es animar a la gente a que lea, a que vaya al teatro, al cine, a que vea el arte contemporáneo con respeto… Quisiera trasladar ese conocimiento para que la gente disfrute abriendo ventanas, que les dé el aire, que vean cosas nuevas que les hagan pensar y que acaben disfrutando con cosas que a lo mejor antes desconocían. A todos nos ha pasado muchas veces, ¿no? Lees algo, ese algo te lleva a un libro, ese libro a otro tema que siempre te ha interesado, de ahí a otro autor… y así hasta ya no parar nunca.
—Hombre, es verdad que hay algunos artistas que parecen sacados de aquel sketch de La hora chanante: «El arte, ese mundo de sinvergüenzas».
—Bueno, siempre hay algún tontaina, como en cada casa, pero yo respeto mucho a los creadores. Y creo que aquí no los respetamos suficientemente. Me asombra ver a veces cómo gente inteligente sigue hablando de “tomadura de pelo”, de caraduras, cuando se refiere al arte contemporáneo, por ejemplo. O cómo a otros les parecen mal, o innecesarias, las ayudas al cine español. Sí, creo que en España no se respeta suficientemente a los creadores, los ponemos con demasiada frecuencia bajo sospecha, o por lo menos en tela de juicio, no sé si por desconocimiento o por envidia.
—Fernando de los Ríos dijo que la revolución pendiente en España es la del respeto.
—Exacto. Y la tenemos pendiente todavía. A veces pienso que los medios somos muy responsables de ello, y me entristece. Caemos con demasiada frecuencia y fruición en el escándalo, en lo accesorio. En el arte contemporáneo pasa mucho. Siempre sabemos lo que va a acaparar la atención en ARCO, por ejemplo, ahora que acaba de pasar. Y me da rabia por tantos artistas, especialmente los jóvenes, bien preparados, que trabajan con muchas dificultades y que con sus piezas no buscan la expresión de la belleza, sino la denuncia o, por lo menos, la reflexión. No pretenden agradar, pretenden hacerte pensar, o trasladarte su protesta… Respétalos, escúchalos. Entérate un poco. Y nuestra función es aproximar los dos mundos.
—¿Sabe qué, Blanca? Ningún entrevistado me ha hablado con tanto entusiasmo de su trabajo.
—¿Ah, sí? Bueno, es que me gusta mucho lo que hago. Y creo que los periodistas culturales debemos ser útiles: si supiera que esto que hago no sirve para nada, no me compensaría trabajar tanto. Creo que no debemos olvidar esa faceta pedagógica y didáctica en un país como el nuestro. Van pasando los años, y cada vez me importa más conectar con la gente. Me encantaría que los lectores de El Cultural, allí donde estén, tuvieran conciencia de que trabajamos para ellos, en exclusiva. Que nos interesan ellos tanto o más que los escritores, teatreros y artistas de los que hablamos.
—¿Abunda el periodismo cultural de, como dice usted, «amiguetes»?
—Hombre, los amiguetes, dicho así, suena muy despectivo. Lo mejor de este mundo es tener amigos, pero creo que lo ideal es cultivarlos fuera de tu horario de trabajo. Tampoco debemos hacer El Cultural pensando en los colegas, ni en las personas de tu entorno. En este aspecto, me temo que, por lo general, la crítica literaria ha pecado más por exceso que por defecto. Es decir, nos hemos pasado, creo yo, más en los elogios que en los reproches. Hay veces que hablamos de “obra maestra” con demasiada frecuencia. Lo que nosotros pretendemos es ser creíbles, que los lectores puedan fiarse de nosotros.
—Bucay dijo que escribe para que le entienda su madre.
—No sé si mi madre, porque las generaciones cambian, pero sí mi vecino. Te lo decía antes: no creo que haya algo en las páginas de El Cultural que no se entienda. Hay críticas, pero también entrevistas, artículos de opinión, reportajes… en fin, periodismo.
—¿Siempre quiso ser periodista cultural?
—Siempre seguramente no. Pero lo que recuerdo es que a los dos años de entrar en ABC, me colocaron en la sección de cultura, y una vez allí, tuve claro que era lo que me gustaba. Comprobé que era mucho mejor escuchar a escritores o músicos que a un concejal del ayuntamiento. Venía de la sección de Madrid. Vivíamos entonces el boom de los escritores latinoamericanos. Y los conocí a todos. Era apasionante. Realmente, he trabajado mucho y con mucha pasión. Me encantaría poder transmitir eso. Solo si tienes curiosidad por las cosas te mantienes joven mentalmente. Y a mí todavía me interesa la novedad. Si hay un escritor, y unos dicen que es buenísimo y otros que es una mierda, pienso: «Yo tengo que leerlo para sacar mi propia conclusión».
—¿Siempre ha tenido usted la misma concepción del periodismo cultural?
—Quizá la tenga más clara ahora, después de muchos años y muchas batallas. Si no sé transmitir, ¿qué estoy haciendo? A lo mejor, antes tenía más orgullito: «Oye, que he entrevistado a Borges, a Cortázar, y tal y tal. Pero, al final, ¿qué te queda? Al final, lo que te va quedando es el haber conocido a esta gente. Luego los lees y les pones cara, el tono de voz… La pequeña presunción que tienes cuando empiezas se va quitando y te centras en querer transmitir. Quiero que las páginas de El Cultural lleguen a la gente, que la gente las disfrute, que les sirvan para algo a cualquiera que las lea.
—Hace dos años, fue galardonada con el Premio Nacional de Periodismo Cultural por, entre otros motivos, «la apertura de sus páginas a todos los elementos de la cultura, incluidos los científicos». ¿Puede la cultura entenderse sin la ciencia?
—No, ya no. La ciencia en El Cultural entró antes que el cine y el teatro, ¡pásmate! Cuando estábamos en ABC, los culturales que había o había habido hasta entonces, eran sólo de letras. Cuando salió ABC Cultural, en el año 91, no había un cultural que incluyera libros, arte y música juntos. Aunque ahora nos parezca mentira, había gente que nos criticaba porque no veía bien eso de unir en el mismo suplemento los libros, el arte y la música. No te cuento lo del cine y el teatro, que vinieron después. Era como mezclar churras con merinas, decían algunos. Y añadimos, además, Ciencia. Lo de la ciencia fue porque Ángel Martín Municio, que era un científico académico, un tipo muy de primera, nos decía: «La cultura del siglo XXI se llama ciencia. Si tienes aspiraciones de hacer un cultural amplio, tienes que contar con la ciencia». Entonces, le hicimos caso e incluimos la divulgación científica. Y así hemos seguido. Creo que a los lectores les gusta. Sobre todo porque la sección la hemos puesto en manos de un científico y divulgador de primera fila, como es José Manuel Sánchez Ron, buenísimo escritor, además. Yo no entiendo nada de ciencia, pero no importa: sé que hacemos bien al incluir la ciencia en El Cultural. Así todas las semanas podemos aprender mucho, porque Sánchez Ron tiene la virtud de la que te hablaba antes: escribe clarísimo.
—No hay más presiones en el periodismo cultural que en el económico, el político…
—Las mismas, lo que pasa es que se trajina con un material más barato (Risas). Los del Ibex seguro que no estarán pendientes de esta entrevista (Risas). Presiones de verdad tenemos poquísimas. Me encantaría presumir, pero he tenido poquísimas presiones. Y externas, prácticamente ninguna. ¿Qué presiones te pueden llegar? Cuando algunos colegas tuyos a los que quieres y conoces publican sus novelas… ellos no aprietan, pero me siento presionada a publicar algo sobre sus obras por amistad. ¿Y presión de las editoriales? Casi ninguna. Las editoriales se encargan de que estemos informados de que salen tal y cual libro, que por otro lado es su trabajo, pero nada más. Y si las hubiera, en todo caso se neutralizarían entre ellas.
—Usted ha entrevistado a algunos de los escritores más grandes de la Historia contemporánea: Borges, Rulfo, Cortázar… ¿Cómo lidiaba con miuras así?
—De una forma facilísima. No te creas que era complicado, era mucho más fácil que ahora, que hay tanto libro, tanta editorial, tanto gabinete de comunicación, tanto medio, tanto de todo. El que se me resistió fue García Márquez, sí. Escribía como los ángeles, pero era un tipo un poco desabrido. Cuando yo entrevisté a todos estos grandes, para empezar no había internet y todo era mucho más doméstico, familiar casi. Había cuatro o cinco periódicos nacionales en España. Venían continuamente los autores latinoamericanos y era muy sencillo llegar a ellos. A los españoles, por lo general, los entrevistábamos en sus casas y conocías su entorno, sus bibliotecas, a su familia… A Borges lo entrevisté aquí y en su casa de Buenos Aires, como a Sábato. A Cabrera Infante en Londres y también aquí, como a Octavio Paz y Onetti, Rulfo, Cortázar… Tengo muy buen recuerdo, como es natural, de aquellos años.
—¿Alguno le quiso dar alguna cornada?
—No. Bueno, al principio, recuerdo a Benet en su casa, haciéndose el graciosito, un poco despectivo y tal, como era a veces él al principio. Pero muy pronto nos entendimos bien. La verdad es que no recuerdo ningún pitonazo digno de señalar. Tampoco daba yo mucho pie, porque no he sido la típica periodista inquisidora.
—Comparada con la suya, mi trayectoria es microscópica, pero sí he podido comprobar que los autores más, digamos, primeros espadas, son mucho más generosos y accesibles que no pocos actores secundarios.
—Sí, sí, tienes razón. Pero eso pasa en casi todos los ámbitos de la vida, ¿no crees? A mayor calidad, mejor trato. Además, como te he comentado, el trato era mucho más directo, y por lo tanto mejor. Yo iba a la casa del escritor, conocía a su mujer, me quedaba a comer, veía sus bibliotecas, a sus niños… Los conocías en su ambiente. Era más difícil que te diera gato por liebre. Me estoy acordando de Vicente Aleixandre, estuve en su casa varias veces… Eran tipos grandísimos y, en las distancias cortas, más. Y si no era así en algún caso, tampoco me importaba: yo estaba ahí como periodista. Tenía que sacar el jugo literario o musical o artístico al máximo. Allá él con sus miserias.
—En mi opinión, y, sobre todo, en los medios audiovisuales, hoy predominan dos tipos de entrevistas: las masaje y los interrogatorios policiales. ¿Qué opina sobre esto?
—Es verdad. Lo ideal es que no sean ni una cosa ni otra. Lo que tienen que ser, yo lo tengo clarísimo; otra cosa es que lo sepamos hacer. El masaje ha existido siempre (Risas). Algunas veces tenía que contenerme de no hacer masaje. Lo que tengo claro es que, en una entrevista, el protagonista es el autor, no el periodista, y que el interrogatorio, en el ámbito cultural tiene poco sentido. Bastante castigo es el silencio. Creo que nuestro papel es ejercer de prescriptores. Se publican tantos libros, hay tal avalancha, que es cuestión de poner un poco de orden y destacar el talento. Nada menos.
—España es el país de los 40 millones de escritores.
—Eso se ha dicho siempre. Lo peor es que hoy es el país de los 40 millones de autores de libros (Risas). Lo peor es que antes no los publicaban y ahora se publica todo, y si no, pues se lo publica uno mismo. Creo, sí, que se publican demasiados libros. Con motivo del premio, me entrevistaron en Jot Down y dije una cosa que se prestaba a muchas interpretaciones: «El libro está sobrevalorado». Y es que yo lo creo. Hay muchísima gente estupenda que ha triunfado en sus distintos quehaceres que quiere publicar un libro porque cree que es la guinda a su éxito profesional. Y yo creo que, efectivamente, puede ser la guinda en tanto en cuanto publique un buen libro; si no, pues no es la guinda. En fin, me parece que se publica mucho libro innecesario que embarulla el panorama y confunde al lector.
—Finalmente, ¿a usted qué le queda por hacer que todavía no haya hecho?
—¡Uy, no he hecho muchísimas cosas! No me va a quedar tiempo, efectivamente. Yo he hecho el periodismo que me gustaba y he disfrutado mucho, y ya está. No querría ser el abuelo cebolleta que siempre habla del pasado. No me gustaría que eso se transmitiera en esta entrevista.
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