Para dar un adecuado comienzo a esta sección, que espero se prolongue a través del tiempo si los mandatos de la edad no lo impiden, opino, de una forma personal, que existen dos personajes injustamente olvidados a lo largo de todas las historias del Canon holmesiano. Digamos que ambos hicieron una función esencial para que existiera la pareja de detectives y luego fueron desechados de una manera algo injusta o desagradecida por Doyle (o por quién demonios fuera el que llegó a escribir las historias que llevamos leyendo y admirando desde nuestra lejana infancia) una vez que cumplieron el cometido para el que fueron creados. Y hago esta aclaración para dejar bien sentado que para algunos miembros ¿fanáticos? de todos los Círculos Holmes que en el mundo han sido, las historias del Canon se supone que fueron escritas por Watson, mientras que Doyle se limitó a ser un mero agente literario.
Parece necesario recordar que cuando Watson resultó herido de gravedad en el hombro izquierdo en la batalla de Maiwand, por una bala «jezail» que le destrozó el hueso rozándole la arteria subclavia, fue su asistente Murray quien lo puso a salvo de una muerte segura trasladándolo a lomos de un caballo de carga hasta las líneas británicas. Este personaje fue nuestro primer valedor. Aunque quiero añadir que esta herida ha sido objeto de serias controversias entre todos los estudiosos del Canon, la mayoría de ellos sujetos de eminente prestigio y serios conocimientos históricos, de los que analizan las historias pertrechados con lupa de entomólogo.
La memoria de Watson nunca fue buena ni para las fechas ni para otros sucesos que pasan desapercibidos para la mayoría de los lectores. Es evidente que a veces se queja de su lesión en la pierna lo cual nos lleva a pensar que fue herido dos veces o acaso no se acuerda bien de aquel suceso. Hay otra teoría más peregrina, pero no por ello digna de tenerse en cuenta, que afirma, sin excesiva rotundidad, que acaso Watson murió en esa batalla y su asistente robó su identidad, lo cual nos explicaría la falta de memoria en determinadas aventuras del Canon.
El segundo fue Stamford, uno de sus antiguos ayudantes en el hospital de San Bartolomé en Smithfield (coloquialmente llamado «Barts» por sus empleados), quien se tropezó casualmente con él en Londres y al escuchar comentarle a Watson que estaba buscando un alojamiento que se ajustara mejor a sus posibilidades económicas, Stamford le dijo que era la segunda persona que aquella misma mañana le había hecho la misma pregunta, por lo tanto era preciso que ambos se conocieran y comprobaran si sus caracteres eran compatibles, y si llegaban a un acuerdo el precio de las habitaciones se convertiría en bastante razonable para los bolsillos de los dos.
Frente al número 224 de Piccadilly, en el mismo corazón de Londres, existe un bar restaurante cuyo nombre es Criterion y en su fachada hay fijada una reluciente placa de latón sobre una base de madera de caoba que poco más o menos viene a decir «Aquí, en el día de año nuevo de 1881 coincidieron en el interior del local Watson y Stamford».
Lo cierto es que a lo largo de mi vida fui almacenando una creciente admiración por los dos personajes tan injustamente olvidados, y cuando tuve ocasión de manejar sus destinos de una forma literaria (La prisionera de Abington Manor) le otorgué a Stamford el cargo de jefe adjunto del Laboratorio de Química en el «Barts» y a Murray le puse una confortable posada a medio camino entre Windsor y Eton, en cuya puerta colgaba con suave balanceo un cartel muy sugerente para mí que rezaba: «Las armas del 5º de Fusileros». ¡Ah…!, y también me permití el capricho de casarlo con Sarah, una mujer de cuarenta y pocos años con unos ojos y un cabello preciosos. Hay cosas que no cuesta arreglar gran cosa y con ellas hacemos a los personajes felices.
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