Fotografías de Amoz Oz ©Daniel Mordzinski
En las conversaciones entre Amos Oz y Shira Hadad, publicadas por Siruela con el título de ¿De qué está hecha una manzana?, Hadad le pregunta a Oz de dónde proceden las historias que cuenta, a lo que este le responde:
“En cierta ocasión traduje un poema ruso de Anna Ajmátova, pero partiendo del inglés, de la versión de Stephen Berg, porque yo no sé ruso. Y tiene que ver exactamente con la pregunta que me acabas de hacer. Lo tecleé en una máquina de escribir, cuando aún no había ordenadores. Así termina ese poema”:
A veces me siento. Aquí. Los vientos del mar gélido
soplan a través de mis ventanas abiertas. No me levanto,
no
las cierro. Dejo que el aire me toque. Me congelo
crepúsculo o amanecer, el mismo resplandor brillante
de las nubes.
Una paloma picotea gramos de trigo en mi mano
extendida,
y ese espacio blando, infinito, de las hojas sobre miatril…
Un solitario y vago impulso levanta mi mano derecha,
me guía,
mucho más antiguo que yo, va descendiendo,
azul como un párpado, sin dios, y comienzo a escribir.
Amos Oz continúa reflexionando de dónde proceden las historias y concluye que no tiene una respuesta clara. “Siempre he vivido una vida de espía”; dice, y recuerda lo que ha contado en Una historia de amor y oscuridad (Siruela): “Yo escucho conversaciones ajenas, observo a personas desconocidas y, si estoy en la cola del ambulatorio, en una estación de tren o en un aeropuerto, jamás leo un periódico. En vez de eso escucho hablar a la gente, robo fragmentos de conversaciones y los completo. O bien observo la ropa o los zapatos —los zapatos me cuentan muchas cosas—. Observo a la gente. Escucho”.
Amos Oz tenía un vecino llamado Meir Sibahi, que cuando pasaba por delante de la ventana de la habitación en la que escribía, decía:
“Me detengo un momento, saco un peine y me peino, porque si entro en un relato de Amos, quiero hacerlo bien peinado”.
A propósito del título del libro Amos Oz lo desvela a Shira Hadad:
«Tomemos como ejemplo una manzana. ¿De qué está hecha una manzana? Agua, tierra, sol, árbol y un poco de estiércol. Pero ella no se parece a ninguno de esos elementos. Está hecha de ellos, pero no se parece a ellos. Así es un relato, está hecho de la suma de encuentros, experiencias y escuchas atentas”.
¿Cómo contar una historia? Anna Ajmátova (1889-1966), que sufre la censura, el fusilamiento de su marido y el destierro de su hijo a Siberia, escribe “Réquiem”, un largo poema sobre el horror que solo llega a publicarse en Rusia en 1989, es decir, cuando cae el muro de Berlín y le queda poco para que se desmorone la antigua Unión Soviética.
Isaiah Berlin, uno de los grandes pensadores contemporáneos, va un día de 1946 a Moscú y visita a Anna Ajmátova. Viven una noche de intensa conversación, llena de hallazgos literarios y filosóficos, pero el régimen no tarda en suprimirle la cartilla para comprar comida y le cierra todas las posibilidades para seguir ejerciendo su trabajo como traductora. Aquella inteligente, sensible y hermosa mujer, a la que Modigliani le había pintado más de un retrato, estaba haciendo cola ante una cárcel de Leningrado intentando averiguar si su hijo seguía vivo, y escribe:
“En los terribles años del terror de Yezhov hice cola durante siete meses delante de las cárceles de Leningrado. Una vez alguien me reconoció. Entonces una mujer que estaba detrás de mí, con los labios azulados, que naturalmente nunca había oído de mi nombre, despertó del entumecimiento que era habitual en todas nosotras y me susurró al oído (allí hablábamos todas en voz baja):
—¿Y usted puede describir esto?
Y yo dije:
—Puedo.
Entonces algo como una sonrisa resbaló en aquello que una vez había sido su rostro”.
¿DE QUÉ ESTÁN HECHAS LAS FOTOS?
Retratar es volver a tratar
Por Daniel Mordzinski. Abril, 2019
—Shalom, Amos. Soy Daniel Mordzinski. Estoy en Israel y me gustaría retratarte.
—Shalom, Daniel, bienvenido. Ya me has fotografiado muchas veces. Estoy en plena escritura, disculpa, no es un buen momento…
—Retratar es volver a tratar —le digo. Es como con la escritura, nunca dejas de intentar mejorarte…
Silencio.
—Por favor, Amos. Son para un libro que publicará Gallimard.
Nuevo silencio.
Amos titubea y termina diciendo:
—Tendrás que venir a casa, casi no salgo.
—Estupendo. (Pienso que era exactamente lo que yo quería).
—¿Vienes en coche?
—No, en bus —respondo.
Amos me da las indicaciones para llegar de Tel Aviv a Arad. Me dice que hay cuatro frecuencias diarias y me da los horarios. Acordamos el día y la hora, y se ofrece a venir a recogerme a la estación para llevarme a su casa. Y agrega: «En Arad no hay Estación Central, solo una señal en la ruta… y es fácil pasarse».
Seguí las instrucciones de Amos, tomé el bus 389 a la hora pactada. Sabía que me esperaban casi dos horas de trayecto. Viajé tranquilo. El bus llegó puntual a Arad.
Allí estaba, el grande de las letras hebreas, solo, de pie, junto a la señal convenida. No tuve tiempo de sacar una cámara y de fotografiarlo por la ventana mientras me saludaba con la mano. El gran escritor, autor de una obra monumental y merecedor del Premio Nobel, había interrumpido la escritura de un libro y me esperaba de pie, solitario, junto a un poste desolado de la carretera.
Esa habría sido una gran foto. Siempre me arrepiento de no haberla hecho.
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