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Ida Vitale: “En el momento en que se edita más es cuando la gente lee menos, o con menos filtro”

Ida Vitale

En la habitación del hotel en el que se hospeda Ida Vitale (Montevideo, 1923) hay flores en el balcón; un ramo de azucenas y rosas que envió el embajador de Uruguay. “Es un edificio bonito”, le digo a Ida, y me dice: “Sí, creo que fue un palacio de condes o duques, no sé muy bien”. Y efectivamente, ya en casa, entro en la página web y me explica que fue un palacete del siglo XVIII.

Las entrevistas con la Premio Cervantes 2018 se tuvieron que gestionar con el Ministerio de Cultura y la Casa Real, y no era fácil de llegar a tiempo, sobre todo porque Ida Vitale aterrizaba desde Montevideo el sábado de madrugada y esta charla la celebramos este domingo 21 a las 11 de la mañana. Pero la amistad es la llave que mejor abre las puertas, y esta vez, como tantas otras, también la tenía Daniel Mordzinski.

Ida Vitale es menuda de cuerpo, se ríe todo el tiempo y se mueve con una agilidad que a sus 95 años es envidiable. Su cabeza es tan ágil y viva como sus movimientos. Habla con rapidez y a su memoria acuden nombres, fechas, lecturas y anécdotas con toda facilidad. Ha viajado a Madrid con su hija, Amparo Rama, que muestra también una gran facilidad para el trato distendido. Pero ella se va de la habitación y volverá justo cuando terminemos de hablar con su madre.

Daniel Mordzinski dispone su pequeño teatro para la sesión fotográfica. Nos acercamos a una de las ventanas, en la que le pide a Ida que se apoye sobre el cristal, que cierre los ojos, que se cubra la cara con la cortina transparente o que mire hacia la calle. Antes de taparse con el visillo blanco le dice bromeando: “Daniel, cuando vean esta foto preguntarán de dónde salió la monja”. Y cuando mira afuera, hacia la calle, vemos que se llama Echegaray, y le digo que le dieron el Premio Nobel. “¡Sí, lo sé”, me dice asombrada, “cosa que me parece increíble!”.

Ida Vitale se sienta en un sillón y yo me siento muy cerca, en la esquina de una cama que debe de medir tres metros. Al final de la conversación, ella se levantará mientras yo continúo cerrando el ordenador en la misma esquina. Ida, que tiene que pasar al otro lado, en lugar de pedirme que me mueva, se sube a la cama y la recorre a gatas de un extremo a otro. Me doy cuenta de que no debo extrañarme o comentar todas las hazañas físicas de la escritora, pero es como si estuviera ante una mujer que ha sido una gimnasta de élite y que se mantiene en una forma increíble.

Daniel Mordzinski se sienta con nosotros e incluso intervendrá alguna vez. Siento que estoy entre amigos, cariñosos e inteligentes.

Antes de entrar en materia, Ida me dice jocosa: “Te parecés a Onetti en una época”. Nos volvemos a reír, pero hay que encender ya la grabadora.

—Quiero comenzar recordando un poema suyo que me gusta mucho y que cada vez lo siento más necesario por los momentos que se están viviendo. Se titula “Fortuna”. ¿Lo recuerda?

—No, no me acuerdo exactamente…

—“Por años, disfrutar del error / y de su enmienda / haber podido hablar, caminar libre, / no existir mutilada…”.

—Es un poema medio feminista…, ¿o no?

—Medio no, muy feminista. Ese poema termina así: “Ser humano y mujer /, ni más ni menos”. También ha escrito usted poemas en los que trata el mundo de la pintura, como por ejemplo, el de “Un pintor reflexiona”, en el que habla de Corot, el paisajista que dijo que sus únicas aficiones eran «un buen consomé, un buen vino, la buena música y las caras bonitas”.

"En realidad, en este poema falta lo más importante, que es la música, más que la pintura. Pongamos la música, el chocolate y un libro"

—Yo cambiaría un poco el orden… y lo de las caras bonitas puede desaparecer. Cambiaría el vino por el chocolate, por ejemplo.

—Siempre ha tenido usted una muy buena relación con el mundo del arte…

—Ah, yo creía que iba a decir con el chocolate (ríe)… Pero en realidad, aquí falta lo más importante, que es la música, más que la pintura. Pongamos la música, el chocolate y un libro.

—¿Su conocimiento de la música le viene de formación?

—No, no, era totalmente ausente…

—¿Ausente?

"Nunca me enseñaron ningún instrumento. Estudié por mi cuenta en el Ateneo de Montevideo"

—Sí, nunca me enseñaron ningún instrumento. Estudié por mi cuenta en el Ateneo de Montevideo… Había una cantante uruguaya, Olga Linne —escuela alemana y rusa—, sus programas era Schubert y Schumann sobre todo, y yo dije: «Tengo que seguir oyendo esta voz, esta música». Era increíble, una mujer que a los 50 años subió a un escenario y cantó Così fan tutte. Una mujer con una escuela estupenda, era una voz perfecta, y era tan modesta… Daba clases que yo pagaba no yendo al cine y no comprando chocolates. En casa sabían que yo iba a clases de música por mi cuenta y decían: “¿Para qué te va a servir?”. Ese fue el periodo más feliz de mi vida. Tres años, nada más. Ella me estimulaba muchísimo, me decía: “Ah, qué maravilla, tienes la A colocada”. Era un encanto de persona, sin la menor vanidad, y una voz perfecta. Murió como de 80 años, nunca tuvo un problema en las cuerdas vocales, era notable, era una mujer que me la podía imaginar con un atado de ropa a la cabeza, sin ninguna coquetería, una señora normal, pero con una voz realmente de milagro.

—Era usted una adolescente.

—Sí, 14 o 15 años.

—(Daniel Mordzinski interviene). ¿La música te acompañá en la vida? ¿Ponés la radio cuando te despertás?

—No me gusta poner la radio, porque si pongo la radio y es lo que me gusta dejo de hacer lo que tengo que hacer. Estos días de locura extraño mucho la música, sobre todo la música cantada. Bueno, también hay cosas que no soporto; me ponés Liszt y salgo corriendo de la manzana.

—¿Y el jazz?

—Sí, pero muy clásico, muy del principio. No eso de ahora que no se sabe lo que es… (Y se dirige a Mordzsinki): “Tú me mirás con cara de…”.

— No, no (responde Daniel), es que yo soy muy de jazz, blues…

—A mí también me gusta, sí. Yo tuve un periodo, cuando estaba en el Liceo, que lo escuchaba mucho; lo que no me gusta nada es lo folclórico, algunas cosas que se oyen en los aviones que no se sabe de dónde salen, como un cante hondo pasado por no sé qué…

—…que no es el cante hondo.

"Yo no he tenido una educación de transición, que es muy necesaria para sobrevivir y después oír en la vida lo que hay que oír"

—No, no, claro. Yo no he tenido una educación de transición, que es muy necesaria para sobrevivir y después oír en la vida lo que hay que oír. ¡Ah!, y añado que también me gusta Gardel.

—Claro.

—Claro, jaja, sabía que dirías claro, jaja. Tenía una voz estupenda, tenía una voz… Poniéndome en el mismo plano de juzgar a Olga Linne, era una voz de barítono muy bien manejada.

—Colocaba muy bien la A, ¿no?

—Jajaja, creo que sí.

—Hay otro poema suyo que se titula “Libro” (“Aunque nadie te busque ya, te busco”). ¿Va el libro, como usted dice, hacia un inexorable tiempo solo?

—Bueno, me lo temo, sí. En el momento en que se edita más es cuando la gente lee menos, o con menos filtro, o se lee cualquier cosa…

—Y “pese al poder y al protagonismo del dinero la poesía perdurará y se leerá hoy y siempre”, también dice.

"El libro es un objeto que te acompaña. Un libro es una manera zen de llegar, de comunicarse"

—Pero eso no forma parte del poema, ¿no?… Ah, empecé a ver que yo derivaba, jaja. Sí, siempre habrá gente que necesite la poesía. Y además no es lo mismo el amor al libro objeto. Yo jamás he leído en la computadora. Amparo me dice: “Bueno, pero si eso está en la computadora”. Sí, estará, pero no lo busco ahí, no se me ocurre contaminar un libro con la computadora. El libro es un objeto que te acompaña. Un libro es una manera zen de llegar, de comunicarse…

—En “La palabra”, una reflexión sobre el acto creativo, usted escribe: “Expectantes palabras, / fabulosas en sí, / promesas de sentidos posibles”. Y luego, escritas de arriba abajo, a modo de escala: airosas, aéreas, aireadas, ariadnas». Todas empiezan por A, como una A bien colocada…

— (Risas). La E también tendría que estar bien colocada; la E es fundamental, ¡jajaja!

—Lamenta usted que la enseñanza se haya vuelto menos exigente en cuanto a nivel académico, tanto para alumnos como para profesores.

"En mi caso, fueron importantes los profesores"

—Es un juicio totalmente desinteresado, yo me jubilé hace años… En mi caso, fueron importantes los profesores. En el Liceo tuve una profesora que adoré, una italiana que era de teatro, casi debería decir de circo, que llevaba un sombrerito de paja con unas florecitas, que llegó en plena guerra y se volvió en plena guerra a Europa. Flaca, era como si llegara yo… Al decir italiana yo pensé “fascista”, y cuando me tocó limpiar el pizarrón escribí la V de victoria. Ella dijo: “Bueno, vamos a convivir un año, ustedes no me conocen, voy a contar algo de mi vida”. Y nos contó que sus seis hermanos habían muerto en la guerra luchando del lado de Francia contra los nazis. Terminó la charla y la clase muda. Fue una profesora estupenda que en un año nos metió toda la gramática italiana y ahí empecé a leer italiano; claro, con diccionario.

—¿Cuántos idiomas habla usted?

—Leer… porque hablar no es lo mismo, francés, italiano, inglés, y el alemán lo empecé también, porque el alemán me encanta, pero eso fue a consecuencia de Olga Linne, de Schubert, Schumann…

—¿Lee en alemán?

—No, no, ya lo dejé…

—Pero sí leyó…

—Sí, leía con diccionario porque me gustaba, pero no lo cuento como lengua. También leo portugués, lo estudié.

—Tengo entendido que le gustaba mucho Los tres mosqueteros

—Sí, muchísimo. Y Fabre, que era un señor que escribió sobre plantas y animales. Y todo Verne. Verne era otra cosa.

—En la página 98 de Shakespeare Palace (Lumen), escribe: “Ese Octavio (Paz) al que la muerte le ahorró descorazonarse por la multiplicación del horror en el mundo: la declinación cultural, evidente, indiscutible, de las masas en crecimiento…”. Elegimos gobiernos a esa altura. Estamos en este momento tan…

—Sí, por supuesto, si a eso le añadimos el dinero, porque Trump nos llega por esa vía, la de los negocios…

—Le voy a decir algunos nombres y usted me dice algo sobre ellos. Empiezo por Octavio Paz.

—El señor que sabe todo y lo maneja con discreción.

—Juan Rulfo.

"La primera vez que hablé con Juan Rulfo dije algún galicismo, alguna palabra incorrecta; me miró, me corrigió, jaja, quedé mutada"

—La primera vez que hablé con él dije algún galicismo, alguna palabra incorrecta; me miró, me corrigió, jaja, quedé mutada, pero muy discreto… Además se me apareció por un balcón. Yo estaba en casa de un amigo que tenía un enorme balcón y, claro, en algún lado había una separación entre un apartamento y otro, y como eran íntimos amigos él pasaba por ahí, así que Rulfo apareció por el balcón (ríe).

—Mario Benedetti.

—Es un compañero de generación. Lo conocí de jóvenes pero no tuvimos mucha relación porque en realidad creo que a él le interesaba todo lo que a mí no me interesa. Y recíprocamente.

—Juan José Arreola.

—A Arreola lo traté poco, pero era encantador: lo vi la primera vez en México, estando yo con Onetti. De repente entró un señor con capa y sacó el sombrero, hizo un reverencia a Onetti… porque Arreola hizo teatro en París.

—Yo mantuve con Arreola una larga conversación telefónica. Como le llamaba dede Oviedo, después de hablarme de la ciudad me dijo que no había estado nunca allí pero que la conocía porque había leído de La Regenta.

"La Regenta es un libro que adoré siempre. Pero el primer libro que leí, en serio, fue Guerra y paz"

—Ay, claro, La Regenta es un libro que adoré siempre. Pero el primer libro que leí, en serio, fue Guerra y paz. Después la volví a leer en una edición española donde habían eliminado un episodio que tenía un cierto tono político y eso, evidentemente, lo hizo el franquismo. Recuerdo que eran unas ediciones francesas en español…

—…porque eran traducciones que Henri Troyat hizo del ruso al francés y que leímos luego traducidas del francés al español.

—Qué horror de traducciones.

—Álvaro Mutis.

—Álvaro es todo: la literatura, la amistad…

—(Daniel Mordzinski) La botánica también, porque sabés que tenía un familiar…

—Ah, sí, se le conoce como el sabio Mutis.

—(DM) El Botánico de Madrid está lleno de referencias de Mutis, las descripciones de las especies…

Entra Amparo y dice que viene de compras. “Tan rápido”, dice Ida. “Yo cuando voy de compras ya no vuelvo. No se puede comprar así, en la primera esquina”.

—¿Ha encontrado alguna fórmula “no muy gastada de dar las gracias” en su discurso de entrega del premio?

—Ay, no sé, tengo un lío… Todo el mundo habla de Cervantes.

—(DM) ¿Curioseaste discursos anteriores?

"En YouTube vi que el de Onetti es el más corto de todos, entonces asumí que iba a representar, junto con Onetti, la sobriedad uruguaya. Y así me justifiqué las cinco páginas"

—En YouTube vi que el de Onetti es el más corto de todos, entonces asumí que iba a representar, junto con Onetti, la sobriedad uruguaya. Y así me justifiqué las cinco páginas.

—Es decir, que ya lo tiene escrito.

—No, no, no está terminado, ni mucho menos: Ahí está (y señala la mesilla de noche en donde están los folios, al lado de un ejemplar de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, compuesto por Miguel de Cervantes Saavedra, publicado por la editorial de Saturnino Calleja, “el mismo que leía de pequeña”). Me está pasando Amparo el discurso, que nunca tuvo virtud de secretaria, jaja. Pobrecita, no sé qué habría hecho sin Amparo, se ha portado…

(En ese momento vuelve a entrar Amparo, que había vuelto a salir, y Mordzinski le dice: “Justo te estaba piropeando y entraste”).

Después de hablar, una última foto, esta vez de madre e hija. Son las dos de la tarde, aunque Ida no reclama nada. Está cómoda, feliz y sonriente. Es domingo, y al día siguiente le espera una conferencia de prensa en la Biblioteca Nacional; luego la entrega de un manuscrito en la caja fuerte del Instituto Cervantes. “Les daré algo de Bergamín”, dice Vitale. “No”, responde Amparo, “tiene que ser algo tuyo”. Ahora puede que ya esté leyendo su discurso de cinco hojas, buscando otra manera de dar las gracias. Y probablemente esté sonriendo.

Antes de irnos le pido que me dedique el libro e Ida Vitale escribe con una hermosa letra, acostumbrada a llenar de poesía cada página: “A Miguel, un día que se parecía a Onetti (perdón por la comparación), con gran y propia simpatía”.

En verdad había que irse, siquiera sea por educación, pero ganas de despedirse no teníamos ninguno.

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