Nueva entrega de El fluir narrativo. Después de un gran clásico, Fedor Dostoievski, llega otro, Stendhal, para continuar esta serie de Ricardo Lladosa.
En 1838, el escritor francés Henri Beyle —más conocido como Stendhal— ejerce de cónsul francés en Civitavecchia, un pequeño puerto próximo a Roma. Se trata de un trabajo que le permite vivir decorosamente, pero al cual no dedica el más mínimo esfuerzo. Acostumbra pedir permisos y coger bajas por enfermedad en las cuales se dedica a viajar y a escribir. Ese año, a finales del verano, ya ha recorrido el Midi francés, Suiza, la ribera del Rhin y Holanda cuando en París, el 3 de septiembre, concibe la idea de escribir La cartuja de Parma. No será hasta el 5 de noviembre, tras nuevas escapadas a Rennes, Orléans y Rouen, cuando comience a redactar la novela, que dará por terminada el 26 de diciembre en el tiempo record de 52 días.
¿Cómo logró escribir más de 200.000 palabras en menos de dos meses? El propósito de este breve curso de escritura rápida es enseñar, bajo el paradigma stendhaliano, cómo escribir con soltura.
Consejo nº 1: Escribe todos los días
Stendhal tenía un lema: Ni un solo día sin escribir. Le daba igual sentirse o no inspirado: la jornada que no lo estaba para la narrativa se afanaba en su diario, en una crítica de arte o en la mera descripción de un suceso que había leído en la prensa: todo valía con tal de rellenar pliegos de papel.
Desde su adolescencia, Napoleón Bonaparte encarnó para él “la energía”. ¿Qué era esa “energía”? Resulta imposible saberlo. Como tantas de sus afirmaciones, la respuesta se pierde entre ambigüedades o silencios. Quizá fuera su obsesión por permanecer activo, por abolir el aburrimiento escribiendo, viajando, contemplando obras de arte, participando en excavaciones arqueológicas, cortejando mujeres, leyendo el Código Civil… Todo menos la inacción. La vida era para él la caza de la felicidad. Esa felicidad, al decir de Reboul, es el principio motor, lo que vertebra el ser y la obra, (…) vivir el presente y gozar de cada (…) instante.
Huelga decir que semejante propósito no deja de ser una entelequia. Por mucho que deseemos exprimir el tiempo, la vida está también repleta de vacíos.
Consejo nº 2: Escribe sobre lo que te guste
De resultas de ese principio motor de la felicidad, y de tener un trabajo remunerado de cónsul, Stendhal no aspira a ganarse la vida con sus libros, como les sucedía a los folletinistas, sino que escribe solo acerca de lo que le gusta. Escribe, en una palabra, lo que le da la gana.
En La cartuja de Parma abordará todos sus temas favoritos: el norte de Italia, la aristocracia, el amor, la sensualidad, la energía vital, Napoleón Bonaparte, el antiguo régimen, los manuscritos, la pintura, la arquitectura, el dandismo, la corrupción política y eclesiástica… Conforme avanzan las páginas de la novela tenemos la impresión de que todos estos temas conviven en el relato sin atender a un principio de necesidad, sino más bien de preferencia del autor, que los introduce en la narración sin plantearse su conveniencia, y se demora en ellos extendiéndose en detalles sin importancia aparente que, sin embargo, despliegan su eficacia ante los ojos del lector.
Lo anterior ha llevado a la crítica a concluir que la de Stendhal es una literatura del yo, como demostrarán más tarde Vida de Henri Brulard (1890) o Recuerdos del egotismo (1893), obras ambas de carácter anticipatorio que se publicaron a título póstumo, haciendo realidad la reiterada creencia del autor de que sus libros solo se apreciarían “cincuenta años después de mi muerte”, o incluso “en el siglo XX”.
Consejo nº 3: Déjate llevar por el relato
Si algo caracteriza La cartuja de Parma es la mezcolanza de géneros y la aparente incongruencia de personajes y trama. Pero en este punto, antes de continuar, conviene describir brevemente el argumento de la novela.
Fabrizio del Dongo, joven aristócrata de Parma, contraviniendo las órdenes de su padre —destacado absolutista— se fuga de casa en 1815 para unirse a las tropas francesas al mando de Napoleón, que pugna por recuperar el control de Europa en la batalla de Waterloo.
He aquí la primera incongruencia. Pese a la admiración de Stendhal por el emperador, convierte la descripción de la guerra en una sátira: el joven no logra siquiera entrar en batalla; a Bonaparte solo lo ve de lejos; se hace pasar por un vendedor de barómetros; está a punto de ser encarcelado e incluso de perecer sin gloria alguna.
Tras participar en la guerra, Fabrizio debe huir al ser denunciado ante la policía por su apoyo a los franceses. Serán su tía, la duquesa Sanseverina y el amante de ésta y ministro de la guerra, el conde Mosca, quienes lo protegerán. Su primera decisión es enviarlo a un seminario de la Compañía de Jesús a estudiar teología para convertirlo en obispo.
Una vez obtenido el título de monseñor, Del Dongo emprende una vida licenciosa en la corte, repleta de amoríos y de excavaciones arqueológicas, en pos de vestigios de la antigua Roma. Se convertirá también en conspirador político junto a su tía la duquesa, con la que mantiene una sensual amistad. Finalmente dará con sus huesos en la cárcel, acusado del homicidio del protector de una amante.
Encerrado en la torre Farnesio, Fabrizio se enamora de Clelia Conti, hija del gobernador de la torre, hasta que logra fugarse y torna a su vida de clérigo, renunciando a la lujuria al saber que Clelia va a contraer matrimonio con el marqués de Crescenzi. Pero ella vuelve a caer en los brazos de su amado, hasta el punto de que ambos conciben un hijo ilegítimo y sacrílego, que pasara por hijo del marqués.
Fabrizio no se resigna al destino y convence a Clelia para que rapte al niño y lo lleve a vivir con él, contándole al marqués que la criatura ha muerto. Ejecutado el plan, el niño casualmente muere, y Clelia, atormentada por la culpa, fallece también a continuación, al igual que la duquesa Sanseverina, desdichada por no conseguir el amor de su sobrino. Ante tanta tragedia, Fabrizio decide abandonar el mundanal mundo y recluirse en la cartuja de Parma, entre la admiración de las gentes por su vida aventurera.
La cartuja de Parma encierra una novela histórica, una novela de capa y espada, una novela picaresca, una novela de amor y una crónica de sociedad. El motivo por el cual cuento en detalle el argumento es mostrar al lector las contradicciones que rodean la obra.
Nos encontramos, en primer lugar, con que Fabrizio es un partidario de la revolución que no solo es clérigo, sino que vive como un aristócrata del siglo XVIII. Es admirado por su cristianismo, pero se pasa el día seduciendo a mujeres hasta el punto de tener hijos secretos. Constantemente se exilia, incapaz de vivir en un lugar, y al poco tiempo vuelve al lugar de origen y vive como antes, sin que nada haya cambiado.
Pese a lo que pueda parecer, no hay ideales en la novela, ni defensa del liberalismo, sino una tupida trama de intereses y corrupciones, de luchas de poder, de pulsiones eróticas o estéticas que culminan en un final poco verosímil donde se suceden las muertes repentinas.
Al escribir sobre lo que le gustaba, sin inhibiciones de ninguna clase, Stendhal, como afirma Revoul, no tiene más que sentarse en su mesa de trabajo cincuenta y dos días en los que fue feliz. Su obra lo proclama a voces, deleitándonos.
Concluyo este tercer consejo afirmando que La cartuja de Parma no necesita ser coherente ni creíble, ya que atrae al lector por motivos ajenos a esa coherencia o verosimilitud.
Consejo nº 4: Huye de las emociones
Escribir sobre lo que le gustaba, dejándose llevar por el relato, no equivale a decir que Stendhal escribiera bajo el efecto de las emociones. Para él, todo sentimiento que no sea la felicidad, ayudada por la energía, resulta contraproducente desde el punto de vista literario.
Pongamos por caso sus intentos de biografiar a Napoleón. Admiraba demasiado al personaje y sentía tristeza por su final y por la vuelta del absolutismo. A causa de ello, cuando trató de contar la vida del héroe su escritura resultó fallida, grandilocuente, patética.
El novelista, para atinar en su trabajo, debe enajenarse de sus sentimientos, situarse por encima de ellos. Y tal objetivo se consigue en La cartuja de Parma mediante el recurso a la ficción. El autor oculta su experiencia personal creando personajes y lugares imaginarios bajo los cuales esconde personajes y lugares reales.
Este recurso a la ficción resulta todavía más evidente por el uso de la novela dentro de la novela. Al comienzo del libro, un narrador anónimo afirma haber escrito la obra en el invierno de 1830, motivo por el cual —afirma— nada tiene que ver con los sucesos de 1839 (momento en el cual Stendhal escribe y publica el libro).
Adicionalmente, ese narrador afirma que trabó amistad con un canónigo de Padua. Cuando va a visitarlo años más tarde el canónigo ha muerto, pero en su casa se encuentra con sus sobrinos, que le entregan un manuscrito del canónigo donde se cuentan las diversas intrigas acaecidas en la corte de Parma la década anterior. El narrador promete a los sobrinos escribir una novela sobre los hechos narrados en el manuscrito, advirtiendo al lector que los mismos son “muy censurables”.
De modo que nos hallamos ante personajes apócrifos, envueltos en una trama ficticia, la cual, a su vez, remite a un manuscrito ficticio escrito por alguien que ha fallecido y cuya veracidad siempre puede ser cuestionada por el lector. Mediante este recurso a la visión indirecta, lo que hace el autor es mostrarse de un modo ajeno a sus propios sentimientos hacia lo narrado. Se contempla a sí mismo en un espejo, pero la imagen reflejada se independiza de su dueño y actúa en la trama novelesca sin que de Stendhal quede más que la mirada del observador.
Consejo nº 5: Escribe para una feliz minoría
Tanto el ensayo Historia de la pintura en Italia como las novelas Rojo y negro y La cartuja de Parma terminan con una misma fórmula: “To the happy few”. Según Reboul, Stendhal siempre deseó ser comprendido solo por unos pocos, por almas privilegiadas que comulgaran con su sensibilidad.
Es obvio que nunca llegaremos a entender el significado de la frase, ya que el autor nunca lo aclaró; pero puestos a buscarle un sentido, dado que la felicidad era su principio vital y creativo, se estaba refiriendo no a los lectores, sino a los escritores que como él buscan el disfrute en la praxis literaria. Para Stendhal, los escritores felices son la aristocracia de la literatura.
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