Advertencia: esta crítica tiene «spoilers moderados»
El panorama cinematográfico vive hoy de macroespectáculos como Vengadores: Endgame, entrega casi final de la Fase 3 de Marvel Studios y cierre contundente a la narrativa desplegada desde el estreno del primer Iron Man, allá por el un poco lejano verano de 2008. Once años, veintiuna películas y un imperio industrial, el de Disney y su propiedad Marvel Studios, que encuentra con Infinity War y la aquí presente, Endgame (ambas dirigidas por Anthony y Joe Russo) su historia final, su desenlace y a la vez trampolín de impulso a futuras Fases superheroicas.
Una relativo borrón y cuenta nueva probablemente obligado por dos factores puramente prácticos, uno real y otro ficcional. Por un lado, la lógica expiración de contratos de muchos de sus actores, evitar el lógico cansancio creativo de aquellos y del público, añadiendo cierta apariencia de renovación, y otra, de índole narrativa. Tras la complicada trama trenzada a lo largo de los años, con esas gemas del infinito desperdigadas en virtud de los acontecimientos narrados en varias películas, y reunidas ahora por el titán Thanos, llega por fin la hora de comenzar nuevos horizontes, les anticipamos con toda seguridad que de escala galáctica… y con ello dar finiquito a una larguísima continuidad, un relato serial sin precedentes en el ámbito cinematográfico. «El final es parte del viaje», reza la frase promocional del filme.
Respecto a Infinity War, entrega anterior que vamos a suponer vista y oída, Endgame baja el ritmo pero no el listón, a la vez que cierra sus miras sobre lo íntimo, lo sensible. Se hacía necesario tras esa metralleta que fue Infinity War, filme gargantuesco construido en la sala de montaje y consagrado a la acción en virtud de varias líneas paralelas que aquí, por fin, confluyen en una sola, de, eso sí, mayor complejidad y riqueza. En cierto modo, la conclusión que aquí se presenta es justo lo contrario de aquella, y es sin duda un blockbuster que a estas alturas solo puede permitirse Marvel, un estudio que ha logrado unir a crítica, fans y público en una sola cosa (y que eso sea bueno o malo es otro cantar), de resultar aplaudido incluso por mediocridades más bien oportunistas como la reciente Capitana Marvel.
Estamos ante un filme que dedica casi una hora a explorar el trauma con el que concluyó la anterior, sin escena de acción alguna (a este servidor le recordó sobremanera a la excelente serie The Leftovers), que después se sumerge en la comedia mientras explora nuevos lazos y alianzas entre personajes (¿alguien dijo Regreso al Futuro II?) y que solo en los últimos 60 minutos se entrega a la gran e inconcebible batalla digital, que por supuesto contiene el mayor «vengadores, reuníos» de la historia. No ahondaremos aquí en otra línea divisoria que divide de forma figurada la película, la de cine de autor contra cine comercial: es evidente ante qué nos enfrentamos esta vez, y si ustedes siguen considerando ambas cosas como compartimentos estancos, es su problema.
Tres partes bien diferenciadas, decimos, pero que los Russo consiguen integrar en un relato coherente, sorprendentemente melodramático y sentimental y sí, tremendamente entretenido, que pese a su larga duración se pasa verdaderamente rápido. En resumen, más personajes y menos acción; más drama pero no menos humor en un filme no exactamente sencillo de deglutir, adornado eso sí por una excelsa banda sonora de Alan Silvestri que recuerda a títulos sin par de la filmografía de Robert Zemeckis, cineasta que ha recurrido habitualmente a este músico. El resultado es un tanto irregular pero a menudo sencillamente excelente, caracterizado por la búsqueda de lo emocional y no tanto la vistosidad visual.
Hay una línea entre la autocomplacencia y la desmitificación en la que Vengadores: Endgame navega muy bien. Respecto a lo primero, el corazón de la historia implica ver a los personajes supervivientes del chasquido viajar a través del tiempo y de acontecimientos vitales de las anteriores películas de la franquicia. El argumento sirve en bandeja a los Russo la oportunidad de reencontrarse con personajes desaparecidos, otros superados, e incluso como si de un guiño a Regreso al Futuro II se tratase, permitir a los propios personajes observar los momentos más icónicos de la primera Vengadores desde otro punto de vista (o, si quieren, convertirse en espectadores de su propia vida). Lo que podría convertirse en una excusa para mirarse el ombligo y agradar al fan acérrimo (y lo es) esta entrega final se lo toma como una oportunidad para bromear sin tregua, solucionar descuidos del pasado e incluso establecer algún que otro gancho para el futuro, con algunos personajes evitando su destino y otros sellando el suyo propio, convirtiendo el viaje en el tiempo de Endgame en un dispositivo narrativo con su propia moraleja.
Por otro, si algo ha sabido hacer el estudio es rebajar la importancia de su propia cartera de personajes, lo que provoca que Endgame sea un filme de contrastes interesantísimos. Las elecciones tomadas por los Russo con personajes como Hulk o Thor (por cierto, formidable Chris Hemsworth, intérprete que ha mostrado una vis cómica inesperada) delatan un cierto grado de valentía y libertad creativa, la de sacrificar seriedad en dos de los emblemas de la marca para compensar el otro extremo de la balanza que alberga también la película: aquel que convierte a algunos otros en mártires reubicando, o más bien demostrando, la importancia de la ficción en nuestros corazones, otorgando un nivel de grandeza adicional al invento. Y es que el sacrificio final que se sucede en Endgame, así como el absoluto silencio que se hace en la sala durante los minutos posteriores, resultará extraño tanto a quienes consideren que los filmes de superhéroes son meros estereotipos o caricaturas, o que abogan por la ligereza como única opción tonal en este tipo de espectáculos.
Vengadores: Endgame es ligera, pero enorme, pero no vacía. Es festiva pero triste, y de una manera abiertamente sentimental, para nada sutil. El lado verdaderamente negativo es, quizá, ver al complejo villano Thanos encarnado por Josh Brolin convertido en aquello que no fue en la entrega previa, Infinity War: un antagonista relativamente convencional. Endgame pone el foco en los héroes, en el trauma y la alegría de vivir que éstos desprenden incluso en mitad de la tragedia, y reserva unos cuantos momentos emotivos que van más allá del producto kleenex habitual en las multisalas. Opta no tanto por mirarse el ombligo como por recluirse en su propia mitología, antes de que esta estalle y propulse la franquicia hacia nuevos horizontes. Y sobre todo, es un filme que ofrece tiempo de descuento con sus personajes cuando ya no lo hay, que se esfuerza en ser más sin tampoco parecerlo. Poco o nada importa que no sea perfecto (no lo es, en absoluto) o la discutible monotonía narrativa y estilística que ha atenazado a otros productos de la compañía. Infinity War y Endgame son una obra viva y así va a ser recibida, e incluso en el contexto menos favorable posible, el del tiempo, saldrá razonablemente bien parada.
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