Un hombre espera, inquieto, en la estación. Aguarda la llegada del tranvía que porte el letrero de su destino. Mientras, observa cómo otros tranvías pasan de largo. Ninguno lleva el letrero de su destino, en cualquier caso.
Cuento del hombre que esperaba el tranvía, un cuento de Fernando Pessoa
Era una vez un hombre que esperaba el tranvía.
Estaba esperando al tranvía que llevase el letrero exacto hacia su destino.
Esperó mucho tiempo, como si ya no hubiera tranvías.
Al fin, apareció un tranvía por el final lejano de la calle. Corrió hacia él y era el primero que aparecía. No llevaba el letrero de su destino, pero era el primero que aparecía y ya comenzaba a estar harto de esperar. No venía, ni lleno, ni vacío; no venía, ni rápido, ni lento; era solo el primer tranvía después de esperar mucho rato al tranvía. Dudó pero, al fin, lo dejó pasar.
Al poco, pasó otro tranvía. Ya no era el primero, porque el primero se marchó ya. Venía despacio y vacío. El hombre tuvo la tentación de entrar en aquel tranvía vacío que andaba despacio y había de ser tan cómodo, después de tanto esperar. El letrero no indicaba su destino, pero iba en la misma dirección y vacío y agradable. Dudó, pero también lo dejó pasar.
Al poco, estando más cansado todavía, vio de golpe otro tranvía que llegó a su lado antes de detenerse. Venía lleno y corría muy deprisa. Tampoco este ostentaba el letrero de su destino. Aquel que subiera en él no llegaría con retraso, aunque no lo condujera a donde quería. El hombre dudó, pero también a este lo dejó pasar.
Seguidamente, vino otro tranvía, y de lejos el hombre que esperaba reconoció al guardafrenos y al conductor que venían charlando de nada en la cabecera del tranvía. El vehículo no traía letrero, pues recogía al depósito. El hombre dudó, puesto que conocía al guardafrenos y al conductor e ir con ellos era lo mismo que ir en el tranvía con el letrero de su destino. Pero, tras dudar un momento, dejó de dudar y también lo dejó pasar.
Por fin, cuando el hombre, cansado de esperar, ya se encontraba fatigado, vio un tranvía que portaba el letrero de su destino. No venía ni lento, ni rápido; ni lleno, ni vacío; y no traía gente conocida o desconocida. Para él, solo contaba que traía el letrero de su destino. El hombre no dudó y entró en él. Con ese tranvía llegó a su casa, porque era justamente ese el tranvía que lo llevaba a su casa.
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