Los antiguos mexicanos cantaban, cómo no, al sexo, al erotismo, a lo que llamaban “las acciones de la carne”. En efecto, el goce de la sexualidad alimentaba su poesía, pues el placer sexual era concebido como uno de los grandes dones que los dioses nos habían dado. “Eminencia sagrada” llamaban al clítoris; “sangre de luna” a la menstruación. Xochiquétzal era la divinidad del amor y de las flores que lo evocan, protector de las mujeres embarazadas y las parteras, y Tlazoltéotl la diosa del placer sensual y la voluptuosidad, que acogía bajo su patronazgo a “las alegradoras” (prostitutas) y a quienes tenían relaciones sexuales ilícitas, no relacionadas con la fecundidad. Era llamada también “devoradora de inmundicias” porque ante ella se contaban todas las acciones de la carne, por espantosas o depravadas que fueran, pues nada se escondía a sus ojos, ni siquiera por vergüenza, y se decía que provocaba las obras de la carne, las encendía, las fomentaba, y que sólo ella aliviaba y purificaba el corazón. Ahora todo ese mundo, que quedó eclipsado y soterrado tras la Conquista, emerge gracias al trabajo del maestro Miguel León-Portilla (1926), de quien se acaba de publicar el libro Erótica náhuatl, coeditado por El Colegio Nacional y la revista Artes de México, el cual ha sido bellamente ilustrado por Joel Rendón. La obra incluye cinco textos: “La historia del Tohuenyo”, “El canto de las mujeres de Chalco», “Las querellas del amor: Canto de tórtolas”, “Nezahualcóyotl y las dos ancianas libidinosas” y “Afrodita y Tlazoltéotl”. Se trata de un libro-baúl que, al abrirse, desparrama hojas de texto plagadas de juegos carnales y vanidades cuidadosamente elegidas por don Miguel. Un libro gozoso y lleno de sorpresas que aparece en un momento difícil para León-Portilla, quien desde principios de año permanece hospitalizado aquejado de una enfermedad pulmonar. Salud, maestro.
No cabe duda de que la escritora norteña Esther Montserrat García (Ciudad Juárez, 1987) es una de las voces más interesantes y poderosas de la novísima literatura mexicana. Algunas de sus obras —Bitácora de mujeres extrañas, Mamá es un animal negro que va de largo por las alcobas blancas, Sicarii, Las tijeras de Átropos, La Doncella Negra o Criaturas de la noche (Premio Nacional de Cuento 2018)— pueden confirmarlo. Ahora resulta que, tras haber ganado el décimo Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz, dotado con 400 mil pesos (18 mil euros), el premio le ha sido retirado por hacer chanchullo, pues la autora violó las reglas e inscribió el mismo libro, titulado La destrucción del padre, a otro concurso nacional (el cual también ganó por su indudable mérito literario) con el mismo título y el mismo pseudónimo, “Nadie”, lo cual estaba explícitamente prohibido en las bases. La producción de la obra ya estaba en proceso, pero los organizadores han parado imprentas y han suspendido el acto de premiación y, por supuesto, bloqueado la transferencia del dinero. Félix Suárez, editor en jefe del Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal del Gobierno del Estado de México, convocante del premio, ha lamentado que la poeta no respetara las reglas de los concursos, señalando que se trata de un error personal por el que la poeta debe asumir las consecuencias. Por su parte, los miembros del jurado, David Huerta, Bernardo Ruiz y José María Espinasa, aunque de forma elegante no han puesto en duda la buena pluma de la autora, mostraron su asombro y desagrado ante la conducta de la escritora, que debería recordar que quien todo lo quiere, todo lo pierde. O como decía William Shakespeare, quien con alas de oro se eleva demasiado cerca del sol las funde.
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