Cuando escribo un texto narrativo siempre tengo dos propósitos: el primero, que se lea con fruición y procure unas cuantas horas de gozo; el segundo, que luego el lector se sienta incómodo, se plantee preguntas. Si consigo lo primero, demuestro que sé ejercer mi oficio. Si consigo lo segundo (cosa más difícil) siento que, además, ese oficio tiene sentido.
Con La ceguera del cangrejo planteo una intriga criminal: un hombre enamorado pierde a su pareja en un accidente y decide viajar a donde ella murió para cumplir una fase del duelo. Pero ese hombre es Ángel Fuentes, un proletario metido a militar para ganarse los garbanzos; su pareja, la historiadora del Arte Olga Herrera, que ultimaba una biografía del pintor César Manrique cuando se desriscó haciendo fotos; y el lugar al que viaja Ángel para despedirse de ella es Lanzarote. Así que la novela no tendría solo el ya clásico argumento del accidente que no ha sido tal, sino que, a través de la mirada de Ángel, hombre poco cultivado, se acercaría tanto al mundo del Arte como a la figura de Manrique y, así, acabaría llegando a la reflexión sobre el paisaje, a la historia reciente de las Islas Canarias, a los desmanes del desarrollismo en las costas españolas, a la estrecha vinculación de este con la corrupción política y económica.
Me siento muy afortunado cuando, tras la escritura, descubro (o me descubren) que el argumento original ha ido desplegándose de tal forma que el texto definitivo presenta una serie de capas o niveles de lectura. En La ceguera del cangrejo hay, como en toda novela negra, una investigación y una historia de acción con enigmas, persecuciones y violencia. Pero hay también una historia sobre el luto y sobre un hombre enamorado de una mujer que es, aun después de muerta, muy superior a él. Esta desigualdad da lugar a una novela de aprendizaje que acaba girando en torno a cierto activismo humanista, ese que se enfrenta al capitalismo depredador característico del desarrollismo. Y ese nivel de lectura no habría sido posible sin un plano previo, el biográfico, que reseña la vida y la obra de César Manrique, una figura en ocasiones poco comprendida y muchas veces manoseada por el poder. Manrique, al fin, se convierte en el núcleo irradiador de todo el argumento, en el motivo último de esta novela.
Una de las pocas leyes de la ficción es la verosimilitud, así que invertí muchas horas en documentarme. Para empezar, sobre Lanzarote y César Manrique. Conocía la isla como turista; ahora la conozco como viajero. Conocía a Manrique como lo conocemos todos los canarios y muchos españoles, como aquel artista polifacético que comandó un proyecto que cambió la isla para siempre; ahora he logrado comprenderlo un poco. En ambas cuestiones (César y Lanzarote) me resultó imprescindible la Fundación César Manrique, que me concedió una residencia de escritura y puso a mi disposición sus archivos, sus instalaciones, sus conocimientos.
Sobre la corrupción urbanística en la isla no bastaba con el rumor o la hemeroteca: hube de leer farragosos sumarios judiciales, mantener muchas entrevistas con expertos.
Por último, había otra área sobre la que no poseo experiencia: el ejército. Por motivos ideológicos, ni siquiera presté servicio militar. Un matrimonio amigo, ambos suboficiales con experiencia en misiones internacionales, me asistieron en ese sentido.
Como ocurre con los efectos especiales de una buena película, este trabajo de documentación debería pasar desapercibido si está bien hecho y notarse solamente si no lo está. Lo reseño aquí porque fue fundamental en el propio proceso de escritura, que transcurrió principalmente entre Lanzarote y Gran Canaria, pero también en sitios como La Palma, Toulouse, Barcelona o Madrid, donde yo ocupaba abusivamente mesas de terraza en cafeterías para emborronar los cuadernos que me acompañaron a todos lados durante ese año en el que, dondequiera que estuviese, Lanzarote y Manrique y Olga y Ángel viajaban conmigo. Durante ese año conejero mío se desarrolló la parte más complicada: el combate con el lenguaje, los ritmos, los tonos, la composición, todos esos momentos del proceso de escritura en los que uno ha de decidir qué contar y qué callar, cuándo es más elocuente el silencio que la palabra.
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Autor: Alexis Ravelo. Título: La ceguera del cangrejo. Editorial: Siruela. Venta: Fnac
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