Foto: Daniel Mordzinski
En 50 años al frente de Editorial Anagrama, Jorge Herralde ha acompañado su feliz labor de hacedor de libros con una placentera vida bohemia, en la cual ha generado complicidades y vivido infinidad de aventuras con algunas de las personalidades más destacadas del mundo literario mundial a partir de una ética y una estética vitales que lo han convertido en un referente del mundo de la edición y la cultura.
Como él mismo reconoce a sus 84 años, hay un aspecto bohemio en su trabajo, y también alcohol “en cantidades bastante elevadas durante décadas”, aunque ahora, para su desdicha, la frecuentación es menor. Pero sobre todo, señala en entrevista, “hay un espíritu iconoclasta, buscando nuevas voces insolentes en contra de lo que se llamaba antes el orden establecido y la moral burguesa”.
Todo eso se refleja claramente en el catálogo que Anagrama ha construido a lo largo de cinco décadas, desde los primeros títulos, de corte político y ensayístico, hasta los últimos, donde conviven la narrativa, el ensayo, las memorias y la gran crónica periodística. En todo caso, como dice Herralde, esta tendencia tan arraigada en él, no obstante, coincide con lo que más le apasiona hacer en la vida: la edición, un trabajo que ha desarrollado en todos sus ámbitos, porque durante muchos años ha sido una especie de one-man show, tocando todas las teclas de este oficio.
“Yo me hice editor en primer lugar porque me gustaba la lectura y me gustaban determinados tipos de libros y compartir mis entusiasmos con los libros que publicaba. También me gusta mucho todo el aspecto artesanal de la edición; por ejemplo, he participado y participo en el diseño de colecciones, en la selección de portadas, en la redacción de contratapas, de las que he hecho centenares, todo lo que los franceses llaman los «paratextos». Esto me gusta mucho, y también me gusta mucho la promoción, pues de todos los libros hacemos, de forma programática, ruedas de prensa, presentaciones y viajes”, dice el editor, quien acaba de publicar un libro de memorias titulado Un día en la vida de un editor (y otras informaciones fundamentales), en el cual hace un repaso a medio siglo de labor editorial al frente de Anagrama.
En ese periodo de tiempo, recuerda, hay algunos momentos que Herralde considera decisivos. “En España, uno fundamental fue la muerte de Franco y la desapareción de la censura en los años 70. Después, en los años 80 y 90, el apogeo universal de la buena literatura, época en que floreció Anagrama y otras editoriales del mismo estilo en todo el mundo. Recuerdo que éramos un grupo en la feria del Libro de Frankfurt, una especie de club de cómplices a favor de la buena literatura —en el que figuraban editores como Roberto Calasso, Michael Krüger, Christopher MacLehose o Claude Cherki— que nos intercambiábamos confidencias y nos sugeríamos libros. A principios del 2000 apareció la falsa alarma del libro electrónico, y digo falsa porque como se sabe, se vendió como que acababa con el libro en papel, y al cabo de 20 años, en la Europa continental, está apenas en un 4 por ciento, lo que es miseria comparativamente al cien por cien previsto, y aunque en Estados Unidos e Inglaterra está en un 25 por ciento más o menos, eso es gracias al precio libre de los libros y a la competencia bestial que existe, pues hacen descuentos bestiales que de paso han ido arruinando las librerías. Así que ese ha sido un falso cambio pronosticado y no realizado. En los últimos tiempos, hemos asistido al tema de las concentraciones de grandes grupos, algo que empieza en los 80 en todo el mundo con el aterrizaje de Random en el Reino Unido, lo que provoca que muchas editoriales independientes, varias de ellas fundadas por judíos, casi todas fueran absorbidas o fueran desapareciendo, y en España este proceso ha llegado hasta nuestros días, con lo que llamo «el duopolio» de Planeta y Penguin Random House Mondadori, dos grupos enormemente potentes, que además de las editoriales que tienen de todo tipo y de todos los sellos que han comprado, pueden tener periódicos, cadenas de televisión, etc. O sea que para el editor independiente como puede ser Anagrama, donde apenas tenemos veinte empleados en plantilla y casi no tenemos ninguna conexión con los media, la inferioridad de condiciones es realmente muy fuerte con respecto a anticipos que se podían pagar, incursiones corsarias para quedarse con autores pagando sumas que no tienen nada que ver con las ventas posibles, pues suponen una pérdida importante para la empresa, pero que para ellos es un ligero arañazo en la cuenta de resultados para ponerse blasones creados por otros. Y hay un último factor importante: la crisis de 2008, que fue drástica a nivel global, y que en España supuso un bajón de ventas general, como de un 40 por ciento, el cual persiste, lo que arroja un cúmulo de dificultades que hacen parecer que todo conspire contra la lectura, porque ahora hay además la cuestión de que, si antes muchos jóvenes a los 18 años empezaban a leer y compraban libros de bolsillo a precios muy baratos, hoy se pasan el día con los videojuegos y similares, en vez de leer, y muchos de ellos ya ni ingresan a la lectura de libros y forman parte de lo que yo llamo «la otra generación perdida», algo francamente preocupante, a lo que se une finalmente el fenómeno de las series de televisión, que hace que mucha gente, incluso escritores, se pasen todo el fin de semana viendo una serie hasta que se acaba. Y todo ello forma parte de una involuntaria conspiración desde diversos ámbitos que perjudica la lectura de libros”.
—No obstante, también es posible hablar de un fenómeno que se ha dado en los últimos años con el surgimiento de muchas editoriales independientes, del que de alguna forma tu eres gurú.
—Me parece algo absolutamente normal que ocurra, y muy sano para la cultura. Los grandes grupos, por su propia fisonomía, están atentos solo a lo que se vende. Entonces quedan huecos para las pequeñas editoriales, que sobre todo en España son un fenómeno bastante extendido. Son sellos que la mayoría se ocupan poco de la literatura española, porque los primeros libros de autores desconocidos en una pequeña editorial en general no son rentables, y los más o menos consagrados ya están en las editoriales independientes consolidadas como Anagrama o en las editoriales literarias que han comprado los grandes grupos, y se dedican más bien un poco a lo que se dedicó Anagrama cuando iniciamos la colección Panorama de Narrativas en el 81: ver tesoros ocultos, clásicos negligidos, traducciones… Y luego está el hecho de que en el inmenso stock de la buena literatura mundial hay autores no traducidos y, sobre todo, autores de obra muy extensa no íntegramente traducidos. También hay autores de los cuales no se puede tener en catálogo todos sus textos, porque son muy prolíficos, y entonces hay editores avispados que detectan estas posibilidades y los publican, a menudo con éxito. Y existe otro elemento en este punto: la red de complicidades generacionales que se teje con críticos y nuevos libreros. Con todo esto, pues, se ha logrado un grupo considerable de editores que desde hace diez o quince años continúan, lo que representa un cambio con respecto al año 2000, algo que también es posible gracias a las nuevas tecnologías, ya que ahora es mucho más barato editar que en 1970 o en el 2000, y este es un elemento clave. En definitiva, mi hipótesis es que los editores vocacionales literarios, que no bajan el listón de la calidad, y como escribió Pierre Bordieu, están obligados a la excelencia, están funcionando, al menos para subsistir con cierta holgura.
—¿Crees que tienen un futuro de medio siglo, como Anagrama?
—Es que ahora no se puede prever el futuro de nada. El mundo está muy indescifrable…
—En todo caso, deben seguir haciendo un catálogo de excelencia.
—Claro, y el librero y el crítico saben que si mantienen ese estándar de excelencia, se fijan más en ellos, tienen más prensa, etc.
Para Anagrama, un puntal importante de su éxito como editorial ha sido el mundo hispanoamericano. Herralde recuerda que su primer viaje a América Latina fue en 1973, y desde entonces ha estado en toda la región infinidad de veces. “En ese primer viaje, que fue a México, conocí a Neus Espresate, a Tito Monterroso, a Carlos Monsiváis, todos ellos amigos de mi íntimo amigo, que era Sergio Pitol, quien estuvo danzando por Europa treinta años”.
—¿Con qué autores has conectado más a nivel personal?
—En primer lugar citaría a Sergio Pitol, a quien conocí en 1970 en Barcelona. Nos hicimos amiguísimos y en Anagrama hemos publicado toda su obra. Hemos hecho durante años de agente suyo y hemos conseguido contratos en Italia, Francia y muchos países, y he tenido la satisfacción, que me ha pasado con algunos autores, de ver cómo de ser un escritor minoritario incluso en México durante décadas, también por el hándicap de vivir en Europa (como dicen, la distancia es el olvido), ha ido in crescendo hasta su consagración con El desfile del amor, que ganó el Premio Herralde en 1984, y luego siguió creciendo y con la Trilogía de la memoria se convirtió en un autor que gana los dos premios más importantes de la literatura en español, el entonces llamado Juan Rulfo y el Premio Cervantes. Pitol ha sido uno de los pocos grandes escritores que de forma natural se convirtieron también en mentores de jóvenes escritores, un caso significativo y que indica la excelencia de su talante humano.
—¿Y qué autores extranjeros podrías citar en este apartado?
—A muchos ingleses de lo que yo llamo el British Dream Team —Martin Amis, Julian Barnes, Kazuo Ishiguro, Ian McEwan y Hanif Kureishi—, pero también autores franceses como Patrick Modiano, Michel Houellebecq, Emmanuel Carrère, Jean Echenoz, Amélie Nothomb, Jazmina Reza. Son autores que tienen escasos equivalentes en la literatura italiana, alemana, sueca o noruega, y a quienes aprecio mucho y con los que guardo muchas complicidades. Recuerdo unas borracheras tremendas con Echenoz.
—¿Cuáles han sido tus mejores y peores momentos bohemios?
—En general han sido buenos casi todos. Lo que pasa es que en mis años 20 eran más intensos y podían ser más puntiagudos los excesos. Luego uno adquiere cierto control y es partidario de la felicidad, como decía el poeta Gabriel Ferrater, aunque tengo algunos recuerdos con sobresaltos de salud.
—¿Pero has estado a punto de tropezar por esa vocación de exploración?
—Yo creo que no. No tengo muchas ganas de teorizar sobre esto, pero puedo decir que he procurado divertirme lo más posible, siendo consciente de posibles riesgos, frenando a tiempo o más o menos a tiempo. Pero tengo un recuerdo placentero y estimulante de todo ello. Y sobre todo, en estos ambientes y ámbitos, hay que tener presente que divertirse es lo fundamental, y yo he procurado hacerlo en mi trabajo. Voy cada mañana a la editorial y me divierte trabajar ahí, y luego me divierte mucho ir a cenar, a comer, tomar copas con los amigos.
—La dopamina la tienes bien servida.
—Exacto.
—Sin embargo, en el mundo del catálogo de Anagrama hay un sesgo importante hacia la exploración de los llamados paraísos artificiales.
—Y al mismo tiempo, es una de las editoriales que en los años 70 ya publicó temas de feminismo, títulos como Nuestro derecho a las drogas, ensayos de literatura gay, etc. Había una colección muy sintomática a finales de los 70 que se llamaba La Educación Sentimental, con 25 títulos y que ahora es objeto de estudios académicos, una colección provocativa, pionera y antecedente objetivo del movimiento LGTBI actual: libros sobre lesbianismo, transexualismo, simplemente sobre las luchas de la mujer y del movimiento gay… Son ejemplos de libros que han sido pensados para plantear a la gente obras distintas, provocadoras y que hagan pensar, libros contra la uniformidad y la estrechez de miras.
—En esta historia de medio siglo, sin duda están los rechazos de muchos escritores. El propio Bolaño, hoy un autor emblemático de Anagrama, escribió un poema donde menciona una serie de rechazos, e incluye a Anagrama.
—Yo recuerdo que empecé a publicarlo en los años 80. Lo representaba Carmen Balcells, con quien yo tuve una relación con muchos altibajos, desde muy buena a muy mala, y en principio cada libro que me proponía lo ponía entre paréntesis. Y es posible que me haya propuesto un libro que estaba bastante lejos de lo que era el verdadero Bolaño. Pero el primero suyo que leí fue La literatura nazi en América Latina, que no publiqué porque él, que entonces estaba sin dinero, lo había mandado a varias editoriales y en Seix Barral le hicieron una oferta, y él, que estaba desesperado, la aceptó. Pero también la había presentado a nuestro premio de novela, y antes de reunirse el jurado me escribió diciendo que ya lo había vendido, cosa que naturalmente me cabreó bastante, pero lo entendí y le escribí que me sabía muy mal, pero si en cualquier momento pasaba por Barcelona me gustaría conocerle y hablar, porque su libro me había gustado mucho y lo habría publicado sin duda. Al cabo de cuatro días me llamó, pasó por la editorial y estuvimos hablando entre tres y cinco horas. Él me dijo entonces que se sentía un chico Anagrama, porque todos los autores que le gustaban estaban en la editorial. Al cabo de tres o cuatro semanas me trajo Estrella distante. Y a partir de ahí empezó una historia sin interrupciones de amor literario y gran amistad hasta que murió.
—¿Qué te pareció que su obra haya pasado a un sello de esos grandes grupos que citabas al principio?
—Es un tema de la viuda.
—¿Qué libros te hubiera gustado publicar que quizá pasaron cerca de ti?
—Con la cantidad de grandísimos autores que tenemos, quejarse o lamentarse porque haya alguno que falte me parece casi una falta de respeto para el catálogo. Una cosa cierta es que en los años 60, cuando descubrí a Borges, entonces un autor muy desconocido en España y difícil de encontrar porque era minoritario, ya estaba editado en Argentina y en España, y me quedé sin él. Pero en un momento dado, cuando el agente literario Andrew Wylie tuvo los derechos, le escribí diciendo que si bien nosotros éramos una editorial para hacer política de autor, en este caso, casi como un fetiche personal, queríamos tener un libro de Borges. Y me mandó cuatro o cinco páginas con posibilidades de ediciones que se podían hacer. Pero entonces le aclaré que a ese autor no me lo podía proponer así porque tenía contratos vigentes en España. Y ahí acabó la historia.
—¿Y del boom ninguno llegó a pasar por tu despacho?
—Anagrama empezó en el 69 y durante los cinco o seis primeros años una parte importante del catálogo era política y ensayo de ciencias sociales, y pequeñas partes de literatura y de cine. Y entre esto y nuestra escasa capacidad financiera estaba fuera de mis posibilidades, y más teniendo como agente a Carmen Balcells, quien pedía cantidades disuasorias. Algunos me gustaban mucho, naturalmente, pero logré publicar la Historia personal del Boom, de Donoso, que es un librito excelente para situar desde dentro todo lo que fue ese movimiento, sus tensiones, etc. Y luego publicamos a un jovencísimo autor colombiano, Cano Gaviria, con un libro titulado El buitre y el Ave Fénix, que eran conversaciones con Mario Vargas Llosa, el primer libro dedicado a Vargas Llosa. Y para completar el tema, Carmen Balcells, que tenía muchas ideas muy singulares sobre muchas cosas, tuvo un tiempo una idea que me fue muy bien: los libros buenos se venden aunque estén editados por varias editoriales. Siguiendo esta lógica tuve la inmensa fortuna de publicar a Juan Rulfo, sus dos grandes títulos (Pedro Páramo y El llano en llamas), y de García Márquez quizá mi novela preferida: El coronel no tiene quien le escriba.
—También está el caso de los tránsfugas, autores que Anagrama ha consolidado y luego se marchan. ¿Cómo has vivido esos momentos?
—En cierta manera es un fenómeno normal que en este mundo tan competitivo y con grandes grupos se vayan los autores. Lo raro es que se hayan marchado de Anagrama de cinco a siete en 50 años. Es mucho mayor el número de fidelidades. Pero en ese fenómeno intervienen factores de tipo económico, anticipos descomunales que uno no entiende, y en este caso suele ser doloroso, aunque depende de la relación que se tenga con el autor, aunque perder a un autor no gusta a nadie. Pero yo diría que es una cuestión de maneras. Y cuando las maneras fallan estrepitosamente, más que doloroso se corta una relación para siempre. En este capítulo yo diría como François Truffaut: mejor hablemos solamente de las cosas que nos gustan.
Resulta paradójico que tras infinidad de aventuras a lo largo de medio siglo, Herralde haya tenido que “meter la pata”, literalmente, hace apenas muy poco tiempo, cuando mientras caminaba por Barcelona tropezó con un agujero tapado con hojas y se rompió un hueso que lo mantuvo seis meses en el hospital y en recuperación, aunque no perdió el contacto con la editorial. Ahora, tras ceder hace un par de años la dirección editorial a la joven editora Silvia Sesé, con quien tiene una gran complicidad, Herralde parece que se despide. Pero todos saben, sobre todo él, que solo lo parece, porque siempre ha sido un hombre diseñado para editar.
—¿Qué destacarías de Silvia Sesé?
—Varias cosas, en primer lugar su capacidad de empatía con la gente. Todos los autores, agentes y editores tienen una excelente opinión de ella, sin fallar ni uno, cosa nada fácil. Otra cosa que destacaría es su pluscuamperfecta relación conmigo. Finalmente, que ella tiene el ADN Anagrama, que es, entre otras cosas, tener buen ojo editorial y descubrir nuevos autores. Así que Anagrama tiene asegurado un buen futuro con ella.
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