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Disfrutar del presente con Walt Whitman

Disfrutar del presente con Walt Whitman

Lo digo en la parte final de mi libro, «Agradecimiento con historia personal whitmaniana»: cuando el editor de Ariel tuvo la idea de proponerme crear un libro sobre Whitman, es como si tal cosa hubiera estado predestinada, pues de alguna manera, desde las últimas líneas de la «Presentación: una vida con Thoreau», de mi libro El triunfo de los principios: Cómo vivir con Thoreau (Ariel, 2017), entraba dentro de la fluidez natural que va conectando los libros de una obra propia el hecho de que surgiera tarde o temprano un ensayo biográfico sobre el poeta de Long Island.

Decía lo siguiente en el último párrafo de ese prefacio: «Edward Carpenter, un escritor y activista social británico que acudió en dos ocasiones a Filadelfia para ver al gran poeta, cuenta en sus Días con Walt Whitman que lanzó una piedra al lago Walden recordando a Thoreau, enfrente de la laguna y la arboleda […]. Según Carpenter, Whitman transmitía “la fe de que hay que disfrutar del presente, que confiere color y vida a los mil y un detalles secos de la existencia”. La frase perfectamente podría haberla firmado Henry David Thoreau. Y ahora, cuando han transcurrido más de ciento cincuenta años de su inmortalidad, es el tiempo nuestro de rubricarla».

"Whitman iba a formar parte de esos individuos que a uno no sólo le interesan y a los que lee con gusto y asiduidad, sino que van más allá por la forma en que los acogemos tanto en su obra como en su vida desde nuestra particular sensibilidad"

Cuando encaré la investigación de la obra y vida de Thoreau con el objetivo de hacer un libro sobre él, me movió la ilusión de compartir mi entusiasmo por una voz que considero que, hoy en día, nos puede ayudar a reflexionar sobre nuestros desafíos personales y sociales. El autor de Walden es para mí, sin la menor duda, el pensador del siglo XXI. Y algo similar he sentido al escribir El dios más poderoso: Vida de Walt Whitman (Ariel, 2019), pues tengo la fe en que, mediante este libro, el lector pueda acercarse a la posibilidad de tomar el testigo de ese carpe diem y tal vez establecer una relación próxima con el inmortal Whitman para ser mejor ser humano, para recibir con agrado su lección de amor fraterno, tolerancia, sacrificio e igualitarismo, o entender mejor los hechos esenciales de la vida, por decirlo con palabras habituales del propio Thoreau.

Uno mismo, cuando se enfrenta a las profundidades que conlleva la realización de una biografía, suele tener una relación estrecha con su objeto de estudio. Yo entablé amistad con Whitman desde que lo descubrí mediante un librito de edición extremadamente simple, comprado por cuatro duros en mis tiempos universitarios (primera mitad de los años noventa) en una librería del centro de Barcelona, cuando no era extraño encontrar grandes librerías con libros de lance perfectos para mi juventud de economía raquítica. Me llegó adentro, muy adentro —sigo diciendo en esa nota final de agradecimientos—, aquel pequeño libro, que nunca ha dejado de acompañarme, Canto a mí mismo, con una excelente traducción e introducción a la que quise referirme muy especialmente a lo largo de El dios más poderoso, y su autor iba a formar parte de esos individuos que a uno no sólo le interesan y a los que lee con gusto y asiduidad, sino que van más allá por la forma en que los acogemos tanto en su obra como en su vida desde nuestra particular sensibilidad.

"Lo convertí, en suma, y esto hubiera complacido al Whitman que se dirigía al futuro lector, en un libro necesario, de ayuda y acompañamiento, un libro que me decía: No estás solo y todo va a ir bien"

Por eso, ciertos escritores se convierten en enfermeros de nuestras batallas personales, a los que recurrimos en busca de inspiración, consuelo o compañía. Yo lo hice en el 2006, cuando leí Redobles de tambor, con la idea de impregnarme de cómo Whitman había llevado a la poesía el impacto descomunal de enfrentarse a la muerte en la Guerra de Secesión a diario, asistiendo a miles de heridos y moribundos en los hospitales de campaña cercanos a Washington. Habían contactado conmigo desde una productora de teatro y audiovisual para encargarme un libreto con la intención de llevar a escena, con un solo actor y con música electroacústica, una ópera que recrease el trágico atentado de la estación de Atocha de Madrid.

No demasiado después, por ciertos motivos personales, convertí la compra de la poesía completa de Whitman —una edición reciente por aquellas fechas— en todo un fármaco, por ese espíritu de compañía, celebración de vida y asombro por el vivir cotidiano. Lo convertí, en suma, y esto hubiera complacido al Whitman que se dirigía al futuro lector, en un libro necesario, de ayuda y acompañamiento, un libro que me decía: «No estás solo y todo va a ir bien». Por eso me congratuló, en plena elaboración de El dios más poderoso, encontrar unas palabras de Harold Bloom que incidían en eso precisamente, en que era una lectura, la whitmaniana, que casi podría actuar como el mejor de los antidepresivos si uno se hallaba en alguna crisis. De hecho, cuando está inmerso en este tipo de trabajos, encuentra tesoros de manera continua, lecturas de otros escritores que iluminan el camino, caso de R. L. Stevenson, que dijo que Hojas de hierba tendría que estar en todas las casas, tendría que tenerlo todos los padres, dárselo a todos aquellos adolescentes que están a punto de emerger en la vida adulta, para que sientan, con alivio, que el peso del universo no recae en sus hombros.

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Autor: Toni Montesinos. TítuloEl dios más poderoso: Vida de Walt Whitman. Editorial: Ariel. VentaAmazonFnac y Casa del Libro.

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