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5 poemas de Diego Jesús Jiménez

5 poemas de Diego Jesús Jiménez

Poeta y pintor, buscó la belleza en las rimas y en los lienzos, tareas que combinó con un importante activismo político en los años de la Transición. A continuación reproduzco 5 poemas de Diego Jesús Jiménez.

Espacio para un sueño

Para Nena y Juan Kreisler

Escondido repite,
por cipreses y yedras, un pájaro su canto.
Celebra la mirada
una batalla con el tiempo esta tarde de otoño
incendiada de nieblas. Y pensando en la Historia
-una nube de polvo en el paisaje,
las piedras estañadas por los tonos azules
que ha dejado la lluvia en las almenas- ves derramarse el tiempo.

En la antigua arquería, los fragmentos
de una inscripción indescifrable, poco a poco, se han ido convirtiendo
en pequeños reptiles disecados: belleza aniquilada
que aún deslumbra a tus ojos. Es el tiempo
que, como los ríos, huye
-rehén de sus espejos-, al obsesivo espacio de cuanto no ha vivido.

Si debemos morir, ¿por qué la vida,
sobre cualquier lugar de la memoria, continúa esperándonos?

Aletargados por el sol, decoran el silencio
cuantos signos contemplas.
Tan sólo purifica
la calma vegetal que respiras, el canto del jilguero
que la enramada oculta. Así habitas su edad
llena de sufrimiento; la geometría invisible de su música eterna.

Los malvarreales, centinelas de acequias
y de ruinas, la claridad de humo
de esta tarde de octubre, edifican el reino que contemplas.
No sabes ya si vives,
o si sueñas o has muerto y no te has dado cuenta. En sus altares
lo irremediable de la Historia es venerado. Nace de las orillas de un infinito océano
la luz cansada de cuanto te deslumbra. No otra cosa difunde
su corazón ahora, que no sea la muerte
que continúa latiendo.

Fiesta en la oscuridad

Arrodillado ante tu cuerpo. ¡Oh tú!, verdad hecha de flores, apacible paisaje
de reyes y criados dando caza
sobre el jarrón vacío del recuerdo a ciervos encantados
bajo un ciclo de nubes en jauría
y sin paz. Y así la imagen
del séquito encendiéndose
en el fondo del ojo del animal que ha muerto. Brillan las armaduras de los guerreros
que regresan; se oyen en su mirada
los cascos del caballo que cruza
y el frío del relincho. Rocío de la noche,
sueño que me ha olvidado, eres, imaginada por mi lengua, nacida en el inmenso
nublo de la memoria. Álzase en el concierto de los aires y en la luz hecha música.
Inventada apareces, ¡oh tú!, espejo de las sombras, oscuridad de invierno,
pájaro de las corrientes dibujado en el agua. Hace tiempo
matáronme. La imagen de la muerte
reposa hoy en tus ojos. Sueña
el laúd en la alfombra de la noche, olvidado.
Beso tu corta edad; subo la falda aquella de la infancia,
llora el deseo crecido en la niñez. Allá sobre el más hondo
dolor de haber vivido, yo te amo. Mientras, la luna entre los árboles
quema su sueño en libertad. Como un nido el deseo se sostiene en la cumbre
de un desnudo dichoso. Otros días
anduve entre las sábanas de la prostitución, donde se acepta nuestro beso
como negocio, no
como naufragio.
Y cae la tarde, y en los ojos del ciervo
las estrellas se olvidan. Cuántos
cuerpos que me despreciaron, desde el tuyo me aman. ¡Oh!, cuántos
rostros y pechos y desnudos
nacen de ti, silenciosa y oculta, fiesta en la oscuridad, flor que ha crecido
sin juventud, y yace
sobre la tumba de su arena, como un dios inventado.
Sobre el jardín
cae la lluvia incendiándose. Tras el disfraz de su linaje
monta el rey en las hembras
de los labriegos. Cruzan las águilas baldías
del corazón, la cumbre de la sangre. Rara es la complacencia de esta orgía
donde la servidumbre asciende, humillada entre risas
de licor medieval; movidos por los hilos del alcohol, amenazados
por la navaja del destino, bufones de este reino, donde tan sólo somos los residuos
de una hoguera apagada.
Mira nuestros desnudos, ese
reflejo de oro de nuestra pobreza, ardiendo en la mirada de cristal, tendido
[en los profundos bosques
de los ojos del ciervo que, hace años, mataron. Tu cuerpo es residencia
y es hogar de otros cuerpos. Sobre tu espalda crecen los milagros, vienen
a beber de mi sed otras espaldas. ¡Oh! mira, ésa de hombros tranquilos, llena de soledad
y de humildad, o esa
que respira en asombro, derribada y gentil; o aquella de
vuelo moreno como el del halcón; o esa otra de ahí , amiga de la noche,
que no tiene nombre, sino precio; o la que se arrodilla cuando ama, esa
que nace del olvido y ya tiembla
de amor. En tu cuello indefenso aún vive
toda la adolescencia y la inocencia
de aquellos días. Cárcel
y hospital es la luz para los sentidos. La claridad destiñe a la materia; envilece el sonido
de las palabras, quema las sombras, desvanece el recinto de los sueños
y el lecho donde amaban.
En qué perdido paraíso, sobre qué antiguas nubes
rezan por ti mis ángeles. Qué negras alas llevan
mi cerebro a tu cuerpo. En los altares de la carne cumplen
el dolor y la vida. Apaga tú esa noche, esa
que en la mentira crece, que fermenta en la nieve
del desdén y el olvido. Bajo las cumbres de la tarde
bajo esa luz que, por un momento, da color de azafrán
a la senda y al monte, la libertad nos mira
con sus ojos vacíos. Parece que no fuera
a cerrarlos jamás.

Ángel de la oscuridad

Libertad aparente la palabra en el aire;
la espesura del verso,
penumbra iluminada por vocablos oscuros.
Solitarios, los pájaros, recorren
como una sombra más las sombras en el bosque.

La claridad
siempre es distancia; apenas un intento
de llegar a la luz. Ángel perverso
y bello, donde la noche anuncia
su lenguaje habitable.

Nunca hallarás, al otro lado de estas sombras,
vida alguna; luz que te aleje, pájaro de las tinieblas, con sus nombres ambiguos
de las ruinas del tiempo.

Arcángel de ceniza

Homenaje a Federico García Lorca

I.Los lagartos dibujan en el tiempo
su muerte mineral. Hay mastines que sueñan con rocío en los ojos
y que entornan las noches ante el infortunio. No sé por qué
tras las últimas casas de los barrios extremos
imagina uno el mar. La luz es un estanque
que habita la memoria, un estanque con algas y secas humedades
donde los días yacen en sus salas de espera.
Los cementerios de automóviles
atraviesan urgentes madrugadas
de hospitales y de óxidos. Deja la claridad, entre las flores,
un mundo submarino abierto. Sueñan los dormitorios
enfermedades plateadas, y hay un temblor difuso en las paredes
y muñecas sin ojos arrastrando
su universo olvidado. Hay vacíos océanos
y animales pacientes que ahogan el insomnio.
La tortuga invernal, entre la lluvia,
avanza más aprisa que los trenes
que atraviesan los cielos. Nadie
recuerda nada aquí. Todo está aislado en su inseguridad; la luz es un naufragio
de hogueras apagadas. De humo estrellado
son las sombras, y hay navajas que brillan de incertidumbre
como un escalofrío. Hay testigos de espuma en los alrededores
y recodos de horas que no terminan nunca. Hierve la Historia
en una sola página. La ciudad,
a lo lejos, tiene un maduro resplandor
de palacio de invierno.

II. Oigo desde aquí los aljibes, los desagües
desde donde las ratas y los pobres comparten sus negocios
de cartón y de humo; ya los ejecutivos,
con la seguridad de los prestidigitadores,
ascender por el aire; ya los asentadores,
ya los intermediarios de todo cuanto un día en los campos
fue bello; o a los que distribuyen
su mercancía invisible y, poco a poco, adquieren
esa pátina helada de los santos, en los ojos el frío
de los peces que han muerto.
Ved que el robo es defensa
y la piedad mentira; que en estas calles
donde es dolor la Historia y la vida pecado,
por las que se presume
tanto de libertad como de pobreza,
ya no se lucha a muerte. Baja del Guadarrama un viento
de rendición. Entre los árboles
deja la espuma de la noche sus párpados abiertos.

III. La ciudad
brilla como una ola de ceniza sobre la lejanía. Es agosto
y, desde aquí, ves tenderse
el fatigado cuerpo del silencio en las lomas, la quemadura
vegetal de los parques que, a lo lejos, encienden con sus llamas
lentas flores de sombra.

En las afueras
hay un olor portuario
de mercancía muerta; es un muelle la tarde
donde yace la lluvia en apagados trenes; y hay hélices y anclas
de barcos que no existen, y ruidos que se esconden
en las profundidades de las sombras como animales ciegos.
Lo mismo que en los puertos
ves frutos que se pudren como auroras calladas
y restos de periódicos que vuelan, sin razón,
por los aires.

No es el silencio aquí
como el de las murallas o como el de las frondas
de los ríos abiertos. Una edad medieval
discurre en los contornos, sueña en los alrededores de las cosas.
Hay una luz de atardecer entre las fábricas
que dura todo el día. Huele a fatiga ya cartón, a riesgo, a vida peligrosa
en estos barrios donde
no tiene el cielo crédito ni la infancia fortuna.

Abre la calma de la tarde sus puertas
de calor a la noche; y atraviesan
en vuelo errante, como cenizas de la luz, el silencio
los pájaros.

IV. De la noche desciende como un ángel huido de los cielos.
Desciende de sus pétalos grises y de sus manos muertas.
Sueña por los fríos sepulcros de los invernaderos
donde el rocío no existe y está el tiempo callado.

Llega desde la muerte,
desde negros océanos deshabitados, con veloces caballos purísimos y errantes;
sus caballos glaciares cuyo galope eterno pisotea las flores,
las flores que penetran ahogándose en las clínicas, donde
hay un llanto eléctrico por las enfermedades.

Regresa de las lágrimas de los amaneceres, perdida en la marea de sus ojos vacíos
donde eligen los árboles sus insectos dorados y los ricos sus pobres.
Desde sus sienes abrasadas por extraños arcángeles de ceniza y de niebla desciende,
regresa enfurecida a sus más bajos fondos.

¡Oh, altísima ciudad, flor de infortunio, luz disecada entre las páginas
donde llora la Historia arrepentida! ¡Altísimo pecado de cristal y silencio!
Dime que no es verdad la noche, ni la muerte ni el llanto
con los que te disfrazas de papeles y líquidos.

Hay un lóbrego viento de submarinos invisibles y manzanas podridas.
La soledad busca sus cuerpos destrozados por los rincones de los hospitales
donde ascienden heridos por las blancas paredes de sus habitaciones
solitarios difuntos que, de pronto, se nublan
y su duelo consiste en su propio cadáver.

Está en las madrugadas que abandonan los parques,
entre vómitos pálidos y cisternas amargas, donde hay pájaros muertos
y fermenta el sonido de sus viejas heridas
entre algodones y tijeras que han abierto los ojos.
Con su dolor se nutren los poetas; sus versos le traicionan entre las mariposas y las nubes.
¡Ay, dime que no son ciertos tus dioses con gusanos ni tus cuerpos de estiércol!
Dime tú que no existe el pan de cieno que no tiene memoria y has dejado mordido.
Llegas de las afueras y los túneles, de metales cerrados y fábricas en llamas.
Estás en la garganta de las larvas que oxidan a los años.
Dime que no es verdad el día de tus negros espejos
ni tus desheredados con asma interminable, ni el eterno silencio
de los que más humillas: a los que robas cada día, cuando los atardeceres
yacen en los suburbios, y navegan los pobres en barcas naufragadas
tu olvido.

La música serena

La música serena,
más callada, se enciende con la tarde;
sobre la verde vena
del agua, brilla y arde
junto al silencio de armonía plena.

Con ritmo lento huye
por transparentes luces alumbrada.
Oh, claridad que fluye
y en sombras agostada
contempla su pureza y se destruye.

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