Decía Piglia algo así como que la crítica literaria se estaba convirtiendo en una forma elevada o encubierta de la autobiografía. Hace pocos días que un escritor, periodista y reseñista me dijo que las reseñas de libros, a estas alturas, solo sirven para agradar al escritor de cuyo libro se hace la reseña. Para agradarle, claro, o para molestarle. Al reseñar La vida a ratos, una novela disfrazada de diario, o un diario disfrazado de novela, como los mismos editores de Alfaguara lo han definido, no pretendo ni lo uno ni lo otro. Ni agradar a Juan José Millás, pero tampoco perturbarle. Tampoco pretendo escribir una autobiografía velada. O sí. Qué sé yo.
Hace unas semanas también leí una reseña de otro escritor y periodista en la que se quejaba amargamente de que en casi todas las reseñas que leía, el reseñista también hablaba de sí mismo. Revisé entonces sus propias reseñas. No me sorprendió comprobar que en más de una de las que él había escrito hablaba de su mujer y de su hija. En otras se quejaba de las reseñas que daban demasiada información sobre el libro o sobre el autor, se quejaba de las académicas, se quejaba de las encomiásticas o caníbales, se quejaba de esto y de aquello otro, pero ahí sigue, ahí seguimos, reseñando libros. ¿Para qué lo hace? ¿Para quién lo hace? ¿Por qué lo seguimos haciendo todos, si tanto nos quejamos de la inutilidad de las reseñas?
Igual escribir reseñas no sirve para nada. Pero entonces tampoco sirve para mucho escribir libros. ¿Sirve para algo escribir 450 páginas sobre la vida de un escritor, muchas de las cuales se perderán en la memoria como lágrimas en la lluvia? ¿Quién le dice a un escritor consagrado que podría haberse ahorrado unas cuantas decenas de párrafos? ¿Quién le dice a alguien que está contando su vida que quizá esté hablando demasiado?
La vida a ratos, el extenso diario (o novela) de Juan José Millás, me ha recordado a La novela luminosa, la extensa novela (o diario) de Mario Levrero, solo que con menos dramatismo, y con diferente sentido del humor. Millás lo contrapone a propósito frente a la insignificancia de la existencia; a Levrero, en cambio, le brotaba como sin querer, teniendo por tanto un efecto más duradero. Sin embargo, dice Millás que él no busca escribir con humor, que le molesta, o le molestaba, cuando le decían que se reían con sus libros. A mí me parece uno de los mayores halagos que puede recibir un escritor
La vida a ratos también me ha recordado al Dietario voluble de Enrique Vila-Matas. Dos hombres mayores y solitarios que hablan solos por la calle, dos personas, o personajes, que desean que su vida sea más emocionante, más extraordinaria, anormal, incluso paranormal. Las recurrentes visitas que hace el escritor de La vida a ratos al oculista, al otorrino, a la psicoanalista, al baño o al centro comercial son meras etapas del largo deambular de un hombre agotado por la intrascendente realidad.
Pero, ¿es Juan José Millás el mismo hombre en la realidad que el Juan José Millás que se muestra en la ficción? Seguramente no. Seguramente no es más que la representación de un yo que no es él aunque lleve su nombre. Un juego de espejos. Una mezcla de exhibicionismo y ocultación. Una farsa. Ese tipo de cosas que pasan cuando uno escribe sobre sí mismo. Millás también ha dicho que leer este libro es como asomarse a una mirilla desde la que contemplar su vida. Pero ¿es esa vida que se describe minuciosamente la verdadera vida de Millás?
No deja de resultar curioso, extraño o sintomático que un escritor de más de setenta años se apunte a la autoficción, como se dice ahora, o a la más pura y simple autobiografía. ¿Es paradigmático que un escritor septuagenario se adapte a la moda de la transparencia literaria y biográfica, o es que no existe esa moda, o es que hablar de moda es una forma de desprestigiar cierto tipo de literatura, o es que las necesidades del escritor están por encima de las modas, o es que nos estamos volviendo más introspectivos y ensimismados, o es que siempre hemos sido así pero lo evitábamos por pudor o cautela, o es que todos tenemos las mismas ganas de explicarnos a través de la escritura, o es que los escritores están obsesionados consigo mismos, o es que la escritura es y siempre ha sido y siempre será autobiográfica, como nos previno Borges?
Millás ha asegurado en más de una entrevista que su novela está llena de contradicciones, y que “para escribir sobre la realidad tienes que estar en conflicto con ella”. Que se escribe desde la confusión. En eso estamos de acuerdo. Eso, confusión, es lo que parece que no nos queda más remedio que sentir a quienes escribimos libros y reseñas, sobre nosotros y sobre otros, y por lo tanto a quienes siguen y seguirán leyendo nuestros libros y nuestras reseñas. Escribir libros y reseñar libros puede que no sirva para nada, pero no nos queda más remedio que hacerlo. La vida, la verdadera, es una perpetua contradicción.
O no. O sí. O qué se yo.
———————————
Autor: Juan José Millás. Título: La vida a ratos. Editorial: Alfaguara. Venta: Amazon y Fnac
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: