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Somos romanos

Sería fácil decir que desde pequeño me atraía Roma y que leía todo lo que sobre Roma caía en mis manos, desde ese primer Astérix (creo que era Astérix y el caldero) hasta la biografía de Michael Grant sobre Julio César, pero la verdad es que la civilización romana era sólo una más de entre las fascinantes historias del pasado que se abrían en los libros. En las estanterías de la librería del pasillo, al alcance de un niño con más curiosidad de la conveniente, en un mundo lleno de aventuras y descubrimientos podías encontrar todas las civilizaciones del pasado.

Pompeya y los calcos de los cadáveres sí me atrajeron desde que vi sus fotos, en Dioses, tumbas y sabios, de C.W. Ceram, que quizás fue el primer libro “gordo” que leí.  La huella en la lava que más me conmovió de Pompeya fue sin duda la del cadáver del perro retorcido alrededor del palo al que estaba atado. Sé que deberían haberme marcado o dado más pena las huellas de seres humanos como nosotros, pero a mí me daba una enorme tristeza la historia de ese pobre perro, atado eternamente a ese palo, olvidado por sus dueños o tal vez último superviviente de la familia que lo había adoptado…

"Trabajé toda mi vida como publicista, muy lejos de esos sueños de aventura y arqueología, pero por lo menos tuve oportunidad de escribir, aunque fuera anuncios"

De pequeño también tuve la suerte de estar en unas pequeñas excavaciones en una villa romana cerca de San Pedro de Alcántara, junto a Marbella. No se me ocurre mejor aventura para un chaval de siete u ocho años. Mis padres se hicieron amigos del arqueólogo, y el sitio, junto con una basílica paleo-cristiana, con enterramientos y todo, estaba prácticamente virgen. Cada día de ese verano, hoy difuminado por la memoria, aparecía un trozo de mosaico, el pozo bautismal, un esqueleto que había que desenterrar a pinceladas… En esa época Astérix y Tintín convivían ya en mis lecturas, junto con libros de arte y de aventuras. Soñaba con el Templo del Sol, con las momias de Rascar Capac y con el secreto de los cigarros del Faraón, y también con ir algún día a Egipto. Tal vez estudiar Historia y ser arqueólogo, descubrir la clave, o ser un reportero como Tintín, aunque yo siempre fui más Haddock.

Los años y el trabajo borraron algunos sueños, pero también trajeron nuevas lecturas. Con la edad me fui dando cuenta de que no siempre hay que excavar para encontrar claves y detalles que pasan desapercibidos para la mayoría de la gente. Se trata más de saber mirar, con los ojos “enseñados” por los libros, para desentrañar los rincones a los que se tiene la oportunidad de viajar. Mérida nos ofrece una pequeña Roma si sabemos mirarla. Segovia nos enseña los caminos del agua, Carranque, Italica, Segóbriga… yacimientos romanos en nuestra geografía los hay muchos y muy interesantes, pero lo curioso, cada vez más, era para mí buscar las diferencias y las similitudes entre el apogeo de la civilización romana y nuestra época sin tener que visitar un yacimiento, sino andando por la ciudad, por cualquier ciudad. Esa Roma que encontraba en cualquier parte, era menos académica y más entretenida, más popular. No era la Roma de los césares, sino más la de Marcial, el escritor satírico, un romano de Calatayud, con el que me encantaría irme de cañas.

Trabajé toda mi vida como publicista, muy lejos de esos sueños de aventura y arqueología, pero por lo menos tuve oportunidad de escribir, aunque fuera anuncios, y de vivir de lo que escribía. Con el tiempo, fui trabajando en ámbitos más cercanos a la cultura y produciendo exposiciones y otros proyectos muy alejados de Roma. Pero aunque yo no estuviera en Roma, Roma muchas veces estaba en mí.

Cualquiera que se haya enfrentado cara a cara con los retratos de “El Fayum” sabe que las diferencias entre esos romanos de Egipto y nosotros son nimias. Un día, en una exposición de retratos de esos parientes lejanos, casi me asusté. Nos parecemos demasiado. También cualquiera que haya pisado Pompeya siente que ha estado allí antes. Esa sensación de estar caminando por tu pueblo, el día después del fin del mundo, es demasiado común. Nos pasa a todos los que deambulamos alguna vez por las aceras de sus calles adoquinadas.

"Hace años tuve la suerte de comisariar sendas exposiciones sobre Pompeya, en Barcelona y en Madrid, y así investigar más sobre aspectos de la vida cotidiana en Roma"

No todo era tan serio. Acumulando anécdotas e historias sobre conceptos romanos que están vigentes hoy, como el reciclaje del vidrio o el origen del rito de pasar a la novia en brazos a su casa, o los pasos de cebra, fui juntando en mi bagaje demasiadas curiosidades en las que la conclusión era que “lo romano” estaba mucho más presente en nuestro día a día de lo que había pensado. Los días de la semana: lunes por la luna, martes por Marte, miércoles por Mercurio, jueves por Jovis, Júpiter, viernes por Veneris, Venus, sábado por Saturno, como en el inglés Saturday, y domingo, el día del sol, dies solis, Sonntag o como lo llamamos actualmente, dies dominicus, el día del Señor. Estos nombres tan romanos, que seguimos utilizando en todo el mundo para llamar a nuestros días, son sólo un ejemplo nimio de lo romano que nos envuelve cada día, sin que nos demos cuenta.

Hace años tuve la suerte de comisariar sendas exposiciones sobre Pompeya, en Barcelona y en Madrid, y así investigar más sobre aspectos de la vida cotidiana en Roma. Cuanto más investigaba más similitudes hallaba, más me parecía que no nos dábamos cuenta de la cantidad de aspectos de nuestra vida que son muy romanos, demasiado romanos.

En 2014 tenía apuntadas ya demasiadas anécdotas romanas actuales y comencé a escribir lo que desde el principio se llamó Somos romanos, un libro donde analizar en quince capítulos quince aspectos de nuestra sociedad que demostraran que seguimos siendo romanos; desde el sexo hasta la religión, desde el ocio hasta el derecho o la cultura popular romana y actual, como llamar cyathos o chato a una medida de vino, una palabra griega y romana que evolucionó en nuestro idioma también como un verbo, chatear, que antes era irse de vinos y charla con los amigos y ahora es pasar tiempo en las redes sociales (y sin vino).

"Pronto me di cuenta de que para hallar tesoros no hay que excavar en la tierra, sino muchas veces en los libros y en lo vivido"

Una bibliografía creciente sobre la vida cotidiana en la antigua Roma, estudiar en la UNED (donde todavía sigo) y buscar en internet cada coma, fueron —en los ratos que podía dedicarle— las piezas con las que componía, poco a poco, letra a letra, Somos romanos. Pronto me di cuenta de que para hallar tesoros no hay que excavar en la tierra, sino muchas veces en los libros y en lo vivido. Así fui encontrando pequeñas joyas que completaban el retrato de lo poco que hemos cambiado, como cuando en un poema de Boecio, poeta romano del siglo V, encuentras la misma frase que en una canción de U2, cuando ambos ayer y hoy, dicen eso de que “el amor es la máxima ley” (canción “One”, de 1992). O cuando ves que Amiano Marcelino, autor del siglo IV, se queja de que “las calles están llenas de jóvenes (…), cantan hasta la madrugada y molestan a los vecinos”. Cuando San Jerónimo, el traductor de la Biblia al latín, la Vulgata, dice que «a caballo regalado no le mires el dentado», es un viejo refrán. Ya en su época.

Hemos cambiado muy poco en dos mil años. Seguimos siendo romanos y en este libro están casi todas las claves para encontrar a Roma hoy, en cualquier paseo por cualquier ciudad, no sólo de España, sino también en la bien llamada Latinoamérica, donde los hispanos llevamos, entre otras cosas, el derecho romano, en el que todos somos iguales ante la ley, y el nombre de muchas ciudades romanas, como Toledo, Mérida, Medellín, León, Córdoba… Ciudades de un continente “latino” donde Roma llegó gracias a Hispania. 

RESUMEN DEL LIBRO

Somos romanos es un libro escrito en tono de comedia que nos muestra las muchísimas y sorprendentes similitudes existentes entre el mundo romano y el actual.

Desde el descanso dominical hasta el matrimonio pasando por el sexo, la política, el derecho y curiosidades como los SMS, el escribir en un muro como en Facebook, la siesta y los pasos de cebra, son algunos de los muchos temas que nos harán comprender que las cosas no han cambiado tanto durante los últimos 2.000 años. Y no hay que excavar en ruinas o viajar lejos. Desde cualquiera de nuestras ciudades, dando un paseo, podemos compararnos con la antigua Roma y ver lo poco que hemos cambiado.

Un libro capaz de atraer a todos, divertir a todos y entretener a todos, porque todos somos romanos. Juan Eslava Galán ha dicho: «El libro de Paco, Somos romanos, es un análisis lúcido sobre la romanidad en la que vivimos». 

TEST PARA SABER SI ERES ROMANO

¿Llamas a los días de la semana lunes, martes miércoles, jueves, viernes, sábado y domingo?

¿Preferentemente te vas de vacaciones en julio o agosto?

¿Cruzas las calles por pasos de cebra?

¿Chateas habitualmente?

¿Te echas la siesta alguna vez?

¿Procuras reciclar vidrio?

¿Te gusta tomar el aperitivo en los bares?

¿Disfrutas del descanso dominical siempre que puedes?

¿Estás de acuerdo con que haya restricciones de tráfico en el centro de las ciudades?

¿Consideras que la educación debe ser mixta e igual para niños y niñas?

Si has contestado que sí a todas estas preguntas, es porque eres romano, más romano que el acueducto de Segovia. Las respuestas están todas en este libro, que no te puedes perder.

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Autor: Paco Álvarez. Título: Somos romanos. Editorial: Edaf. Venta: Amazon y Fnac 

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