Carlos Barral fue una persona singular bajo todos los puntos de vista. Es recordado sobre todo como el editor vanguardista que supo sacar a España del pozo de una vida cultural plúmbea y mortecina, la implantada en España a machamartillo por el régimen nacionalcatólico del franquismo, aislado de las grandes corrientes del pensamiento y la literatura que florecieron en Europa tras la tragedia de la Segunda Guerra Mundial. Tomó el relevo del gran José Janés al frente del mundo del libro para convertir su editorial, anteriormente generalista y poco atractiva intelectualmente, en la fuente en la que bebió toda una generación de españoles ávidos de acceder a las grandes creaciones del pensamiento y la literatura internacional y española. Solo por esto, su recuerdo debería ser un referente insoslayable para todos los amantes de la cultura. La deuda de los buenos lectores españoles con Carlos Barral es inmensa.
Detrás de él vinieron nuevos grandes editores —Jaime Salinas, Jorge Herralde, Beatriz de Moura, Esther Tusquets, Rosa Regás, etc.— que avanzaron por la senda que Barral había abierto, y el mundo del libro en España dejó de oler a cerrado y sacristía. Pero lograrlo no fue ni muchos menos sencillo, porque el régimen franquista se había dotado de una formidable arma represora: la censura. Es difícil explicar a las jóvenes generaciones de lectores el poder omnímodo de un aparato coercitivo cuya finalidad era impedir la publicación de cualquier libro que no cumpliera los requisitos del régimen, represores en lo social y lo político, y extraordinariamente mojigatos en cuanto a la moral. Los censores, franquistas reaccionarios y clérigos tridentinos y trabucaires, impidieron la publicación de muchos títulos, y los que lograron superar el escollo lo hicieron por lo general tras sufrir gravísimas mutilaciones que los desvirtuaban. Contra la censura libró Carlos Barral, como lo tuvieron que hacer también los editores que le siguieron, una sorda batalla desde una posición de indefensión y sometimiento; esta lucha estuvo a punto de costarle muy caro: desde el ministerio se llegó a exigir a Seix Barral el cese inmediato de Carlos, e incluso se le llegó a sugerir un exilio “voluntario” del país.
Sus logros editoriales fueron gigantescos en ese contexto tan difícil. Publicó la mejor literatura internacional de su época, acunó el movimiento novelístico del Realismo Social, creó en compañía de Giulio Einaudi los encuentros y certámenes literarios de Formentor, un caso único de colaboración entusiasta de grandes editores del mundo occidental en pro de la gran literatura, y participó en la eclosión del boom de la literatura latinoamericana, un movimiento de repercusión universal cuyo epicentro se situó en Barcelona en buena medida gracias a la labor de Barral y de la gran agente editorial Carmen Balcells.
Además, Carlos Barral fue un excelente poeta, figura destacada de la generación de los Cincuenta. La académica Carme Riera ha llegado a decir que los jóvenes poetas harían bien en leer más a Barral y menos a Jaime Gil de Biedma, que, por otra parte, fue uno de sus mejores amigos. Y no solo el admirable Gil de Biedma, sino también los hermanos Goytisolo, Josep Maria Castellet, los hermanos Ferrater, Ferrán, Costafreda, etc: lo más granado de la crítica, la poesía y la narrativa de su tiempo, a quienes trató en su etapa de estudiante universitario, y a los que aglutinó en torno a su proyecto de renovación editorial cristalizado en la colección Biblioteca Breve.
Junto a Barral se formaron grandes editores de la historia reciente de la edición española, como Jaime Salinas y Rosa Regás. Porque Barral supo rodearse siempre de los mejores, como el doctor Joan Petit, su cómplice necesario en la forja de Biblioteca Breve, desde el humilde entorno del que llamó “cuarto de los sabios”, una simple sala donde los “editores” desempeñaban su labor, que las instancias gestoras de Seix Barral consideraron irrelevante hasta que el éxito arrollador de la nueva colección que idearon y pusieron en marcha transformó radicalmente las circunstancias. Y también, qué duda cabe, gracias a la colaboración generosa e indispensable de Víctor Seix, sin cuyo apoyo en las esferas empresariales de Seix Barral nada hubiera sido posible.
Es necesario referirse a las grandes figuras del movimiento narrativo del Realismo Social lanzados por Carlos Barral, autores brillantes y exitosos, como Juan García Hortelano, Luis Martín-Santos, Luis Goytisolo, etc., creadores de una novelística de indudable carga crítica contra el franquismo y “culpables” de muchos de los sinsabores sufridos por Barral en su lucha tenaz contra la censura. Y también a los autores del boom latinoamericano, Mario Vargas Llosa, Jorge Edwards, Guillermo Cabrera Infante, Bryce Echenique, etc., publicados en España por Biblioteca Breve.
La amistad personal y las relaciones cordiales de Barral con sus homólogos europeos, de la categoría de un Giulio Einaudi o un Claude Gallimard, son en gran medida la base del fin del perjudicial aislamiento en que vivió el mundo editorial español durante el primer franquismo. La importancia de los hoy casi olvidados encuentros y certámenes literarios de Formentor fue inconmensurable en su día.
Carlos Barral fue, como casi todos los grandes personajes, un hombre de claroscuros. Ya en su día, pero también posteriormente, cuando había abandonado la tarea editorial, junto a la general fascinación que su figura despertaba no faltaron reticencias y críticas más o menos veladas. Se le reprochó su dandismo, su elitismo, su frivolidad. Se le acusó de ser un gran editor pero un pésimo gestor empresarial; esta crítica se contradice en buena medida por la rentabilidad que contra todo pronóstico alcanzó la colección Biblioteca Breve, pero en el fondo Barral no hizo sino aplicar toda su vida la máxima que aprendió desde muy joven de su amigo Einaudi: jamás publiques con un concepto mercantilista. La obligación de un buen editor es publicar libros de calidad literaria y altura intelectual, y solo después preocuparse por su rentabilidad. En buena medida justo lo contrario de lo que sucede hoy en día. También se le reprochó su talante seductor y el coqueteo de toda su generación con el abuso alcohólico. Si hablamos de literatura, tal crítica roza el puro sarcasmo, porque la nómina de grandes genios literarios moderada o severamente alcoholizados es interminable. La “corrección social”, por fortuna, raramente tiene nada que ver con el genio creativo.
Este año se cumple el trigésimo aniversario de la muerte de Barral, y esta efeméride debe servir para traer su figura de nuevo al primer plano, porque el mundo de la literatura y la edición en España tiene contraída con él una inmensa deuda. De ahí la importancia de esta biografía, Carlos Barral: El aristócrata indigente, en la que se analiza sobre todo su obra como editor sin incurrir en la “hagiografía” del personaje y sin eludir los aspectos menos gratos de su trayectoria. Una nueva obra sobre la historia editorial española, que es parte fundamental del bagaje de nuestra lengua y nuestra cultura, debería ser celebrada por los amantes del libro y de la escritura. El relato de la labor de Carlos Barral y sus colaboradores, en una situación política en la que el pensamiento y la creación libre fueron reprimidos y silenciados desde las instancias oficiales, constituye un ejemplo vivo de cómo el amor a las letras y al conocimiento se abre siempre camino en medio de las dificultades, porque constituye un elemento irrenunciable de nuestra forma de ser y de estar en el mundo.
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Autor: Juan Ignacio Alonso. Título: Carlos Barral: El aristócrata indigente. Editorial: Grado Cero.
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