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Libros para viajar a Tierra Santa

Libros para viajar a Tierra Santa

Ir a Tierra Santa no es cualquier viaje. Se entiende que, en el caso de una persona devota (y allí tenemos varias religiones para escoger), pueda ser el destino de su vida. Pero —y es teoría que aquí expongo al amable lector— no mucho menos debería ocurrir con el resto, ya sean furiosos ateos, diletantes agnósticos o indiferentes, con tal de que rebasen cierta edad… ¿O acaso no vivíamos, al menos en España, en un ambiente social totalmente penetrado por la iglesia? Los cosas van cambiando —no mucho, y quizá solo superficialmente— pero los que superamos la cincuentena, ¿no nos hemos criado entre catequesis y ejercicios espirituales, misa dominical de asistencia obligatoria, rosario en el mes de mayo? ¿No era la Historia Sagrada una asignatura estelar, mucho más importante que las matemáticas?

Es por ello que tantos de mi generación, aun siendo más ateos que el abate Marchena y no menos comecuras que Voltaire, podemos perfectamente recitar de corrido los diez mandamientos, los doce apóstoles, las diez plagas de Egipto y las doce tribus de Israel. O localizar con facilidad en el mapa a Jerusalén, Belén, Nazaret, el río Jordán… y cuando vamos a un museo detectamos a San Bartolomé por el pellejo o a Santa Águeda por el pecho cortado. Sin problema situaríamos en el calendario el tiempo de Adviento o la Cuaresma. Sabemos las putadas que le hizo Yahvé a Job o a Abraham, y quiénes fueron David, Salomón o los cuatro profetas mayores. Y estamos al cabo de la calle de las virtudes teologales y cardinales, de los siete pecados capitales, de las de las ocho bienaventuranzas y de las catorce obras de misericordia (y hasta las practicamos, sobre todo esa que llama a sufrir con paciencia los defectos del prójimo).

"También los descreídos queremos ir a Tierra Santa"

Por todo esto, también los descreídos queremos ir a Tierra Santa. La cultura bíblica, aunque por vía de imposición, ha arraigado en nosotros. Una mitología desabrida y extravagante, pero ya parte de nuestra vida. Contemplar Jerusalén desde el Monte de los Olivos será una deliciosa, inolvidable experiencia.

El objeto de esta nota es compartir con los lectores de Zenda la bibliografía (en castellano) que hemos venido manejando para preparar el viaje (lo que, como es sabido, resulta ser la mejor parte). El placer de contemplar un lugar o monumento se multiplica si, a miles de kilómetros de distancia y desde las páginas de un libro, habíamos anticipado el momento.

  1. Guías

Comencemos por lo básico, las guías de viaje. En el caso que nos ocupa, hay que distinguir entre dos formatos: el habitual de las colecciones de guías convencionales (El País Aguilar, Anaya, Lonely Planet, Guía Azul…) aplicado a Israel, Jerusalén o Tierra Santa, y las guías, digamos, religiosas, más para peregrinos que para turistas, preparadas normalmente por personas vinculadas a la iglesia. Las primeras, conocidas e intercambiables, resultan útiles y tienen calidad suficiente. Las segundas, con notables excepciones, son más modestas en apariencia y contenido gráfico pero, al estar escritas con una gran involucración personal por parte de sus autores, hombres de fe, logran ser muy entretenidas. Se localizan sin problemas en librerías especializadas Tierra Santa: Guía en cuerpo y alma, de Manuel Crespo Ortega (editorial San Pablo) y Tierra Santa: La guía de referencia (ediciones Mensajero), del dominico Jerome Murphy-O’Connor, igualmente autor de una Guía arqueológica de Tierra Santa (Oxford University Press) que, de tener que conformarnos con una, sería nuestra recomendación. Menos fáciles de encontrar, pero también con mucho sabor, En el país de Jesús: Un viaje a Tierra Santa, de J. M. Lumbreras (Ediciones Mensajero), y Guía del país de Jesús, de A. Salas y A. Manrique (Ediciones Biblia y Fe), donde puntualmente se da la cita evangélica de cada lugar o monumento que se describe. Finalmente, Seis recorridos con el Nuevo Testamento en Jerusalén, de I. Martin (La Semana de Publicaciones Ltda), también está muy orientada a señalar en cada lugar físico la referencia bíblica que le corresponde, pero quizá con más detalles históricos y arqueológicos que las anteriores, lo que es de mérito en un libro tan breve.

  1. Historia

Un libro se impone en este rubro: Jerusalén, la biografía, de Simon Sebag Montefiore (Critica). Aparecido hace no muchos años, extenso —quizá demasiado—, presenta una visión mucho más amplia tanto en el sentido geográfico como cultural de lo que el escueto título promete. Con él se dispone de un menú completo y no haría falta nada más, aunque hay otros, como Jerusalén, ciudad sagrada de la Humanidad: Una historia de cuarenta siglos, de Teddy Kollek y Moshe Pearlman (editorial Steimaztky), que vale por lo bien ilustrado.

"Ningún visitante a Tierra Santa puede quedarse en solo-soy-un-turista evitando hacerse cargo de la tensa realidad política, social y militar"

Más específicos y militantes, tenemos dos textos con el mismo título, La historia de los judíos. Uno, de Paul Johnson (Javier Vergara editor), fue en su momento un best seller y su amplitud desborda nuestras pretensiones, pero resulta de cierto interés —salvando muy discutibles apreciaciones puntuales— en los capítulos iniciales y finales, que son los que suceden en el actual estado de Israel. Del otro, de Simon Schama (Debate), partiendo de un planteamiento muy diferente, de corte narrativo, bien se puede decir, como del anterior, que no tiene dudas de que eso de pueblo elegido es un apelativo muy bien puesto. Centrado casi totalmente en el siglo XX, desde la aparición del movimiento sionista y luego la construcción del estado judío y las sucesivas guerras, Historia mínima de Israel, de Mario Sznajder (Turner) es una útil lectura preventiva: ningún visitante a Tierra Santa puede quedarse en solo-soy-un-turista evitando hacerse cargo de la tensa realidad política, social y militar, y en este libro se describen —prolijamente, pero con aceptable neutralidad— los sucesos y sus causas.

Jerusalén, tres veces milenaria y, en general, la región, siempre ha sido territorio predilecto de los devotos del arte de Clío, y otros infinitos libros de historia podrían aquí citarse. Solo mencionaremos un par más, relacionados con temas tan del lugar —denominación de origen Tierra Santa— como cruzadas y templarios: el clásico y siempre grato de repasar Historia de las cruzadas, de Steven Runciman (Alianza Editorial) y Mazmorra, hoguera y espada, de John J. Robinson (Planeta).

  1. La Biblia

La Biblia merece un apartado especial en nuestra modesta pesquisa bibliográfica, pues no por nada es la principal y casi única fuente de información sobre la zona hasta la época de Jesús. Sin pretender penetrar en aspectos espirituales, teológicos o cabalísticos, qué menos que un poco de cultura bíblica. Proponemos dos libros de ese nivel puramente divulgativo en el que nos queremos quedar: La Biblia y sus secretos, de Juan Arias (Santillana), porque nos cae bien ese eterno corresponsal de El País, y además da exactamente el tono que pretendemos; e Historia de la Biblia, de Karen Armstrong (Debate), un recorrido erudito y ameno alrededor de la presencia del Libro a lo largo del tiempo en las sociedades para las que ha sido referencia.

De más está recordar que una Biblia convencional o, mejor aún, un Nuevo Testamento —los hay en formato de bolsillo— ha de figurar en nuestra mochila de viaje.

  1. Clásicos

El único autor de la tradición clásica que merece la pena sacar de la estantería antes de partir a Tierra Santa es Flavio Josefo. Este judío (pero escritor en griego) del siglo I, combatiente contra la ocupación romana y luego prisionero, terminó siendo un protegido de Vespasiano al profetizarle, cuando era solo general, que él y su hijo Tito llegarían a emperadores. El farol (uno de los más notables que registra la Historia) le salió bien. Acompañando al ejército del imperio llegó a ver la destrucción del Segundo Templo y acabó sus días en Roma como ciudadano de pleno derecho. Los compatriotas, claro, no le podían ni ver, pero su obra ha terminado resultando una eficaz propaganda de la historia, cultura y tradición judías.

"Jesús es el personaje estelar de ese parque temático que llamamos Ciudad Santa"

Además de ser uno de los pocos testigos de la época que puso algo por escrito, su interés radica, sobre todo, en dos breves párrafos, que son los únicos textos no bíblicos en que se menciona al Jesús histórico. Aparecen en Antigüedades judías (hay edición española en Akal) y, además de ser un campo de batalla para exégetas, se discute hasta su misma autenticidad. Sin embargo, nos entretendrá más leer La guerra de los judíos (Gredos), que arranca con el saqueo de Jerusalén por Antíoco Epífanes y continúa con las campañas romanas, incluyendo el famoso asedio de Masada. La milimétrica descripción que hace del Templo (libro V) será lectura obligatoria cuando nos acerquemos a la Explanada de las Mezquitas. Apréciese el estilo en este hermoso párrafo (V, 212-3) en la traducción de Jesús Mª Nieto:

Delante (de las puertas) y de su mismo tamaño había un velo, una cortina de Babilonia bordada en color violeta, de lino fino, de escarlata y púrpura. Era un trabajo digno de admiración y su mezcla de materiales no pasaba desapercibida, sino que era como una imagen del mundo. Parecía que el escarlata simbolizaba el fuego, el lino fino la tierra, el color violeta el aire y la púrpura el mar. (…) Esta cortina tenía bordado todo el orden celeste, salvo los signos del Zodíaco.

  1. Cristología

Objetivamente, Jerusalén es más —muchísimo más—que lo puramente cristiano, pero sin duda alguna Jesús es el personaje estelar de ese parque temático que llamamos Ciudad Santa. Recorrer la Vía Dolorosa, visitar el Santo Sepulcro, acercarse al Monte de los Olivos y a Getsemaní es toda una inmersión, casi minuto a minuto, en los últimos días de un personaje del que, más allá de creer o no en su divinidad, damos por supuesto que existió físicamente.

Con Zeus, es un decir, no tenemos ese problema. Él mismo y sus hazañas —no más extravagantes, en todo caso, que los milagros de los que dan cuenta los evangelios— quedan en el ámbito del mito. Pero si la tradición afirma que Jesús pisó la Tierra como ser humano, nos gustará conocer los detalles biográficos que se tengan por ciertos y comprobados; los que se puedan admitir independientemente de la fe o la espiritualidad. El Nuevo Testamento no nos sirve como guía infalible, puesto que sus autores no escribían con un objetivo histórico, sino religioso.

"Desde Elena, madre del emperador Constantino, Tierra Santa no ha parado de recibir peregrinos"

A estos efectos, el libro ideal y, hasta donde sabemos, más puesto al día es Aproximación al Jesús histórico, del catedrático Antonio Piñero (Trotta), sin duda una referencia mundial en el tema. El viajero a Tierra Santa permitirá que se lo recomendemos con la mayor insistencia; incluso —o sobre todo— si es creyente. La figura de Jesús sale, a nuestro parecer, ganando cuando se pasa por el tamiz de la Historia.

En la misma línea de encontrar datos que vinculen a Jesús con la sociedad real en que vivió, El proceso a Jesús, de Paul Winter (Muchnik Ediciones), es un exhaustivo y muy erudito ejercicio de evaluación histórica de los acontecimientos inmediatamente anteriores a la crucifixión. Completaremos el trío de sugerencias con otro libro de Juan Arias, tan divulgativo y entretenido como el antes comentado: Jesús, ese gran desconocido (Círculo de Lectores).

  1. Viajeros

Esta es la parte más jugosa de este divertimento bibliográfico, y también la menos fácil; tanto hay donde elegir. Desde Elena, madre del emperador Constantino, Tierra Santa no ha parado de recibir peregrinos, y se comprende que por unas razones u otras, todos quisieran dejar constancia de la aventura. Y algunos lo hicieron primorosamente. A continuación les ofrecemos una muestra. Con seguridad, hay muchos otros que no recordamos o desconocemos (y animamos a los lectores a que envíen sus sugerencias), pero dos o tres de esta lista merecen la calificación de imprescindibles.

Abrimos con una referencia obligada: el que se tiene por primer libro de viajes español, escrito en latín por Egeria, una dama hispana del siglo IV que se llegó a esas lejanas tierras —y hasta las rebasó— dejando sus impresiones en su Itinerarium ad Loca Sancta o, a nuestros efectos, El viaje de Egeria. Hay una edición reciente de Carlos Pascual en Cuadernos de Horizonte, y es la que recomendamos.

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De París a Jerusalén y de Jerusalén a París yendo por Grecia y volviendo por Egipto, Berbería y España (ediciones del Viento) relata la sinuosa expedición que Chateaubriand emprendió en 1806. Del autor de El genio del cristianismo cabe esperar una motivación religiosa, pero lo más probable es que quisiera quitarse de en medio tras el enfrentamiento con su antes admirado Napoleón. En cualquier caso, el periplo le dio para un grueso tomo, que publicó primero separadamente y no como parte de las Memorias de ultratumba, donde, lo hemos comprobado, la referencia al viaje es mínima y se limita a copiar las anotaciones al respecto de su criado Julien. Siempre nos seduce y arrulla la prosa de Chateaubriand, y esta no es una excepción.

En esa tradición está Jerusalén, impresiones de una peregrina, de Marie-Adèle Reynès-Monlaur, un libro que debió de ser muy popular entre el integrismo católico de las primeras décadas del siglo XX. La autora, una monja francesa, escribe con cierto gusto (un poco antiguo, claro) y, arrebatos místicos aparte, es muy detallista en las descripciones, así que no se lee sin agrado. El capítulo en que cuenta la noche que pasa en la iglesia del Santo Sepulcro es en sí mismo una pequeña novela.

"El síndrome de Jerusalén está definido como la quiebra del sentido común ante la sobrecarga espiritual que flota en el ambiente"

De Roma a Jerusalén: Andanzas de un viajero en Tierra Santa (Ediciones Abraxas) es más o menos de la misma época. El autor, Octavio Velasco del Real, catedrático de Historia, empleó cinco meses en un periplo que narra con tono plano, metiendo a menudo citas de Chateaubriand y, sobre todo, de otro viajero de la época, Melchior de Vogüé, en cuyo relato, como se deja ver, se ha inspirado.

La nueva Jerusalén (Ágape Ediciones), de G. K. Chesterton, recoge las impresiones de la visita que el escritor inglés efectuó a la zona en 1920. Nos gusta mucho el Chesterton novelista —el del Padre Brown—, tanto como nos disgusta el Chesterton ensayista: ese estilo alambicado y paradójico, tan suyo, se soporta mal cuando sale de la ficción e intenta argumentar. Lamentablemente, sus libros de viaje, como el que ahora comentamos, pecan más bien de esto último. Además, en el capítulo de cierre ajusta cuentas con los que le acusan de antisemita, y es una verdadera pesadez leerlo. Un libro que nos podemos perder… Algunos críticos cultos me dijeron que Jerusalén me decepcionaría; y me temo que los desilusionaré diciendo que no me ha desilusionado (…). El problema de los críticos no es que critiquen al mundo; es que no se critican a sí mismos. Y todo así.

Pasaremos rápidamente por Jerusalén ida y vuelta: Un relato personal, del premio Nobel Saul Bellow (escrito como una crónica periodística, ha perdido todo su interés por el desfase temporal); y por Viaje a Palestina, de Luis Reyes Blanc (Ediciones B), que mereció el premio Grandes Viajeros 1999. No es un libro imprescindible y también sufre el paso de los (veinte) años, pero fue donde, por primera vez, quien esto escribe tuvo noticia de la existencia de un síndrome de Jerusalén, definido por el autor como la quiebra del sentido común ante la sobrecarga espiritual que flota en el ambiente. Luego hemos sabido que, lejos de ser una licencia literaria, está clínicamente datado en múltiples casos. Llevaremos antihistamínicos.

Vayamos concluyendo. Tenemos a Josep Pla por un extraordinario viajero (¿quién no recuerda sus conmovidas palabras al contemplar desde el barco Manhattan iluminada en su primera visita a Nueva York?: Y esto, ¿quién lo paga?). Extraordinario viajero, decíamos, y aún mejor escritor… pero, probablemente, Israel en los presentes días (editorial Sudamericana) sea uno de sus peores libros. La culpa es, sin duda, del enfoque. Israel estaba naciendo y suscitaba curiosidad por su día a día, por las dificultades del parto. Pla no habla (casi) de historia o arqueología, sino de kibutz, emigración, economía, ejército… Con razón rebautizó la editorial Destino la reedición de esta obra como Israel, 1957, pues, efectivamente, es lo más parecido a un anuario.

Y para cerrar, nuestro favorito: Guía para viajeros inocentes, de Mark Twain (Ediciones del Viento). Compilación de las crónicas que enviaba al periódico Daily Alta California de San Francisco, relata un viaje desde Nueva York a Tierra Santa en 1867. No era una aventura individual; el escritor se apuntó a lo que fue quizá el primer crucero organizado de la historia. El periplo —y, sobre todo, los inocentes, sus compañeros de viaje— dan pie a Twain para soltar su pluma aguda y sarcástica, pero también es minucioso en contar lo que le va interesando, que no es todo ni de la misma manera. La travesía es larga: España, Francia, Italia, Grecia (donde, por estar el barco en cuarentena ante El Pireo, roba un bote y desembarca de noche para visitar la Acrópolis)… no llega a Tierra Santa hasta el capítulo 45, y tarda ocho más en alcanzar Jerusalén.

Pues solo nos quedaría decidir cuántos y cuáles meteremos en la maleta.

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