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‘El Señor de las Moscas’: La naturaleza humana

‘El Señor de las Moscas’: La naturaleza humana

Hace unas semanas hablábamos de Robinson Crusoe, y ahora completamos la pareja con otra famosa historia de náufragos en isla desierta, escrita con objetivos y resultados muy diferentes. Lord of the Flies trata sobre un grupo de niños de entre seis y catorce años que son evacuados de una guerra y, tras un accidente de avión, acaban solos en una isla desierta. Allí, en lugar de ser un modelo de amistad y camaradería, las cosas van de mal en peor, debido por una parte a la lógica inmadurez de los menores y por otra a la propia naturaleza humana, en especial una vez que se ve despojada de la capa de civilización y autocontrol que el hombre se ha ido tejiendo durante milenios. Publicada en 1954, está muy clara en la novela la influencia de la Segunda Guerra Mundial, incluyendo el shock que supuso para toda la raza humana el haber llegado a crear un arma que podría por sí sola destruir el mundo entero. Ha sido adaptada al cine tres veces, una de ella en filipino (1975), otra en 1990, y la primera y de manera más fiel en 1963: es a esta última a la que nos vamos a referir.

[Aviso de destripes de cerdo en todo el texto]

La principal influencia del libro es The Coral Island, una de las primeras novelas juveniles de la Historia, publicada por el escocés Robert Ballantyne en 1858, en la que también un grupo de jóvenes queda aislado en una isla desierta. Como puede adivinarse por la fecha, el libro de Ballantyne es una historia de coraje, superación y colonización muy al servicio de los ideales imperiales británicos, basada en profundas creencias cristianas y obligatoria en muchas escuelas a principios del siglo XX, cuando William Golding era niño. Golding, pues, se fue en su relato completamente al otro extremo, incluso mencionando The Coral Island por su título y usando algunas de sus imágenes más reconocibles para subrayar el tono contrario. Golding se inclina por una interpretación que algunos llamarían pesimista y otros simplemente realista: libres de autoridad o constricciones y, aún más, sin una madurez de pensamiento y experiencia previos, el ser humano es egoísta, violento, manipulador, tendente al odio y al miedo a lo que no conoce y dado a pelearse entre sí, aun cuando sabe de buena tinta que la colaboración de buen grado le haría las cosas más fáciles. Contra esto, su único camino de salvación es utilizar su intelecto, no dejarse llevar por explicaciones fantásticas, terroríficas o sin fundamento y confiar en los individuos más inteligentes de su especie, cosa que desafortunadamente no ocurre siempre, prefiriendo que en vez de eso se imponga el más violento. El debate central, si el ser humano es bueno o malo por naturaleza, y si luego es la sociedad quien lo corrige o lo malea, seguramente continuará por los siglos de los siglos, al menos mientras siga habiendo humanos.

Literariamente hablando, El Señor de las Moscas destaca por ser una mezcla de fábula y ficción. A primera vista su objetivo de ser una alegoría filosófica, social y política parece tan claro que se suele dejar a un lado su estructura de historia de ficción que quizá podría ser realidad. En la vida real nunca vamos a ver a animales hablando como en Rebelión en la granja o extraños enanos y gigantes como en Los viajes de Gulliver, y puede que nunca haya tampoco un grupo de chavales abandonados a solas durante largo tiempo como los de este caso, pero el hecho de que los protagonistas sean humanos y se limite al máximo la fabulación fantástica hace que las tesis finales de la obra queden expuestas de una forma más tangible. Esto queda ilustrado especialmente por una anécdota del rodaje de la versión de 1963, dirigido por Peter Brook: un periodista de la revista Life que visitó el set se encontró con que uno de los chavales se divertía cruelmente metiendo lagartos vivos entre las aspas de un ventilador en funcionamiento. Y luego escribió: «Uno casi podía oír a William Golding, a cuatro mil millas de distancia en Inglaterra, riéndose con toda la barba».

El rodaje tuvo lugar enteramente en Puerto Rico, con un grupo de chavales no profesionales, solo dos de los cuales llegarían a tener una carrera actoral digna de tal nombre en el futuro: uno de ellos es James Aubrey, que encarna a Ralph, el protagonista principal, y el otro es Nicholas Hammond, que hace de Robert, uno de los chavales del montón, y que luego fue uno de los Von Trapp en Sonrisas y lágrimas y después Spider-Man para la televisión en los 70. El tiempo que tenían era limitado, ya que los padres («muchos de ellos sorprendentemente entusiastas») les habían dejado a los críos solo durante las vacaciones de verano. Casi ninguno había leído el libro ni tampoco lo leería durante el rodaje (es el tipo de obra que en principio puede parecer útil de dar a leer a un chaval cuando ya va creciendo, pero cada padre o madre o responsable debería primero asegurarse en cada caso). El guion era mayormente básico y solo de líneas maestras, con el rodaje consistente en explicar las escenas a los chicos, que luego las actuaban sin más, improvisando parte del diálogo. Las sesenta horas de metraje resultante fueron reducidas a cuatro horas, de ahí a cien minutos, y de ahí aún más a los 90 finales. Según se explica en Time Flies, un documental hecho treinta y cinco años más tarde, en 1996, algunas de las escenas llegaron a parecerse bastante a lo que sería realmente dejar a un grupo de críos sueltos a su bola por una playa y un bosque. El resultado no acaba de ser todo lo pulido y profesional que sería hoy, pero hay varios momentos en los que uno se sorprende de lo convincentes que quedan ciertas imágenes de ese descenso a lo animalístico rodado en blanco y negro en los 60.

De entre los treinta niños en la trama, solo unos pocos son verdaderamente protagonistas. Uno es Ralph, el que más parece aunar características positivas de inteligencia, liderato y sentido común. Otro es Piggy (Cerdito), un chaval regordete, con gafas y asma, inteligente para muchas cosas, pero un poco corto de miras para otras, en especial en el tema de reconocer el rechazo que provoca en otros y el peligro para su propia salud si no aprende a protegerse. Esto puede sonar un tanto a culpar a la víctima, pero esta es otra de las razones que dan valor a esta obra: que décadas después de su creación aún ofrece espacio para las reinterpretaciones. Y el otro principal es Jack, otro de los chicos mayores, rencoroso, desdeñoso y de cabreo fácil, que acaba rivalizando con Ralph, provocando escisiones y llevando a todos al desastre.

Al principio todo parece ir bien: los chicos logran reunirse juntos cuando Piggy encuentra una caracola y al hacerla sonar todos se encuentran en la misma playa. Ninguno de los chicos se conoce entre ellos anteriormente, excepto dos hermanos gemelos por un lado y por otro el grupo de Jack, que son todos miembros del mismo coro de iglesia (durante la película a menudo se les oye cantar Kyrie eléison, o sea, «Señor, ten piedad», usado aquí de una manera un tanto irónica, y luego incluso siniestra). Siguiendo las costumbres que han ido aprendiendo en sus colegios y de sus padres, se reúnen en «asambleas», y se van pasando la caracola de forma que quien la sostenga es quien tiene el derecho a hablar y ser escuchado. Intentan hacer una fogata, usando las gafas de Piggy para encenderla, establecen turnos para que no se apague y así poder llamar la atención de algún avión o barco que pase… y también eligen a un líder por votación. A pesar de que Jack viene ya con grupete incorporado, quien gana es Ralph.

Llega la hora de buscar alimento. Lo único que tienen es un cuchillo, propiedad de Jack, y con él fabrican lanzas cortas. Un día se van a cazar a un cerdo silvestre que encuentran, y mientras lo matan el fuego se les apaga. Piggy se enfada con Jack, Jack le pega y le rompe uno de los cristales de las gafas, y Ralph se enfrenta con Jack. También llega la hora de la noche, de lo oscuro, de la falta de protección y del miedo. Empieza a correr el rumor de que hay una bestia que sale del agua, y Jack, el más crédulo y supersticioso de todos, deja la cabeza del cerdo empalada en una lanza como ofrenda a esa Bestia. Cuando la cabeza se llena de insectos, tenemos el título de la obra, el Señor de las Moscas.

Un día Simon, uno de los niños más obsesionados con lo de la Bestia, intenta buscar su guarida y acaba topando con el cadáver de un paracaidista colgado de un árbol. Habiendo encontrado la solución al misterio, Simon vuelve corriendo al campamento en medio de la oscuridad, pero antes de que pueda decirles nada, los otros lo confunden con la Bestia y lo matan a palos, golpes y pisotones. Ralph se muestra desolado por lo ocurrido, llamando a todos asesinos, pero Piggy no acepta esa explicación, considerándolo todo un accidente. Jack y los suyos se separan de Ralph y los pocos que le quedan, y le roban las gafas a Piggy. Ralph y Piggy van en busca de las gafas, intentan parlamentar usando la caracola, pero eso ya no se respeta, y en el ardor de la situación, Jack mata a Piggy despeñando una roca sobre él y aplastando la caracola. Ralph se oculta en la jungla, y Jack y los suyos prenden fuego a la espesura para obligarlo a salir. A punto de quedar sofocado, Ralph huye de los árboles, cayendo a los pies de… un oficial de la marina, procedente de un barco que acaba de fondear cerca, atraído por el humo. La pesadilla ha terminado.

Hay un detalle que quizá pueda pasar inadvertido, y es el del pequeño «Percival Williams Madison, la Vicaría, Hartcourt Saint Anthony, teléfono Hartcourt 241», que al principio del relato recita su nombre y datos completos, como se los han enseñado a decir en casa por si algún día se pierde. Luego, la segunda vez, en mitad de la historia, ya ha olvidado el teléfono, y al final no recuerda ni su nombre cuando se le acerca el marino. Obviamente esto simboliza la pérdida de la civilización y la vuelta al bestialismo, pero la trama está llena de muchos otros símbolos. Como dijimos antes, depende de los padres y educadores decidir si los menores a su cargo deben leer este libro o no, y cuándo, pero cuando se considere oportuno, es una herramienta maravillosa no solo para discutir los temas de importancia de los que trata sino también para aprender ejemplos de uso de recursos literarios como la simbología. ¿Qué representan, por ejemplo, elementos como la caracola, o las gafas, o el cuchillo, o la Bestia? No son simples objetos, sino que representan otras ideas o conceptos: la caracola es la llamada a la unión, el respeto, el intercambio sereno de ideas, e incluso la legitimidad política y democrática. Cuando queda aplastada al mismo tiempo que muere Piggy es incluso más simbólico. Las gafas son la inventiva humana, el progreso, el deseo de aprender y de hacerse la existencia más fácil, la capacidad de extender la vida útil del propio cuerpo, e incluso el usar una herramienta para fabricar otra (el fuego). En esto último se parece al cuchillo, que se puede usar para el bien o el mal (al igual que el fuego, que cocina la carne y atrae al barco, pero también está a punto de causar la muerte de Ralph), a la vez que representa también la inventiva humana, en este caso para la violencia. La Bestia representa lo ignorado y a la vez temido, lo imaginario a lo que se sirve mientras se lo teme y desconoce, aunque pueda no existir: la religión o cualquier otra idea llevada al extremo de hacerle ofrendas y sacrificios. Y así con varios otros símbolos más que podrían explorarse durante mucho tiempo (el mar, la isla en sí, la cabeza de cerdo, las cuevas, los cantos, etc).

Como dijimos antes también, hay obras que pueden reinterpretarse cada cierto tiempo con nuevas lecturas. En 2017 se anunció una nueva versión donde los náufragos eran todos chicas en lugar de chicos. Se ha especulado mucho con la razón de por qué en esta obra solo hay niños y no niñas. Lo más probable es que sea porque se concibió como contrapunto a las aventuras decimonónicas llenas de barcos de intrépidos varones, donde estaban prohibidas las mujeres, pero en este caso no es un buque de la Royal Navy el que naufraga, sino un avión de refugiados, donde sería plausible y hasta lógico que hubiera chicas también. Quizá Golding no quiso enredar más las cosas con contenidos sexuales, y quizá también ese proyecto aún inconcluso se ha dado cuenta de los jardines en los que se puede meter con temas como la protección de menores, el sexismo, la explotación de la violencia contra la mujer en las pantallas y muchos otros, por no hablar de la inversión de roles en cuanto a denunciar cuestiones como la masculinidad tóxica y la propia capacidad femenina para la crueldad o el egoísmo, en comparación con el varón. En definitiva, ¿existe una forma masculina y una forma femenina de arruinar el paraíso, o en esto somos todos igualmente humanos?

Volviendo a 1963, la película, que ha sido fiel hasta ahora, aunque recortando algunas cosas, silencia un tanto el resto del final. En el film, los niños y los marinos intercambian miradas de asombro entre ellos a medida que se les ve comprender lo que ha estado pasando, sin hablar nada hasta que cae el telón. En la novela sí se habla. El oficial al principio parece pensar que los chavales están allí como de fiesta: «Hemos visto el humo. ¿Qué habéis estado haciendo? ¿Una guerra, o algo?». Ralph asiente. Mosqueado, el marino cambia su tono de humor. «¿Alguien muerto?». «Sí, dos». Siguen hablando un poco más, hasta que el adulto le espeta: «Me habría imaginado que un grupo de chicos británicos habrían montado algo mejor que esto». «Al principio sí era así, antes de que las cosas… Entonces estábamos juntos». El oficial parece comprender: «Ya supongo. Como en The Coral Island, ¿no?». Ralph prorrumpe en lágrimas mientras el incendio continúa, llorando «por el fin de la inocencia, la oscuridad del corazón del hombre y la caída al vacío de su sabio y verdadero amigo, Piggy». Tras él todos los demás chavales lloran también. El marino, en medio de la embarazosa situación, aparta la mirada… hacia su barco. Yo siempre había pensado que al echar esa mirada, el marino, repentinamente incómodo con su severidad, finalmente se daba cuenta del contrasentido que supone echar la bronca a unos críos porque no sepan comportarse sin pelearse mientras el barco le recuerda al mismo tiempo el motivo por el que ha empezado toda esta historia: una guerra hecha por adultos, que tampoco han sabido evitar la violencia; pero al volverlo a leer ahora, esto no queda tan explícito como lo había interpretado yo antes. De todas formas, la lectura es válida: quizá la última interpretación sea que no se trata de que los niños (y por tanto los seres humanos en que se convertirán) sean de natural egoísta, caprichoso, animal y destructor, sino que que simplemente heredan lo que han visto, desde matar animales para comer a elegir líderes, a creer en cosas que no se pueden ver, y a luchar entre sí a muerte por diversas rencillas. Si su excusa es que son niños y no saben lo que hacen, ¿cuál es la nuestra?

(La lista de todas las reseñas de este blog, por orden cronológico, puede encontrarse aquí)

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