“Busca un país donde los jueces coman de la mano de los políticos y donde los políticos sólo obedezcan al dinero. Ese lugar es España”. Es uno de los innumerables latigazos que contiene Los señores del humo (Ediciones B), la novela más ambiciosa y de más aliento de Claudio Cerdán (Yecla, 1981): un thriller bronco y policial que transcurre en el Madrid de las Olimpiadas 2020 y el Eurovegas que nunca fueron. Con aromas de Ellroy, guiños al spaguetti western y un genuino humor negro y salvaje, Claudio Cerdán ha armado un relato sobre la caza de un psicópata en el agitado escenario de la España de la corrupción y el descontento social. De los despachos del poder a los mercados chabolistas de la droga, el autor retrata un Madrid, el de 2013, saturado de crimen, violencia e impunidad.
—Como dice Lorenzo Silva, en Los señores del humo has subido la apuesta respecto a libros anteriores.
—Es mi novela más ambiciosa: tres historias en una, que se hilan mutuamente, con una trama más compleja, que va de los despachos en los rascacielos de Madrid a lo más cochambroso de la Cañada Real. También son tres personajes, con tres puntos de vista muy distintos.
—¿Cómo ha sido el trabajo de recrear mundos tan diferentes?
—Para las altas esferas de la corrupción no tienes más que escuchar las conversaciones de Villarejo, y entonces te preguntas: ¿Cómo pueden tener tanto poder y hablar como si no se hubiesen sacado la EGB? En la novela, el personaje de Harrelson Levy (el multimillonario ficticio que quiere construir Eurovegas) es como un niño: se enfada, tiene pataletas, insulta… y posee más dinero que algunos países. En cuanto al extrarradio de Madrid, ya lo había trabajado en otras novelas. Lo bueno que tienen los medios de comunicación es que de Madrid no salen así que si quieres informarte de los bajos fondos de Cuenca lo tienes jodido, pero ¿Madrid? De Madrid lo tienes todo.
—¿Quiénes son los señores del humo?
—Es un juego con la idea de que en 2013, con Eurovegas y la candidatura de Madrid a las Olimpiadas 2020, en realidad lo que se nos vendió fue una enorme cortina de humo. La novela empieza con el hallazgo de un cráneo en los terrenos donde se van a levantar los casinos, pero este hecho se oculta a golpe de dinero. Se evita que salte a los medios. Esto es ficción, pero ¿quién sabe si en la realidad no sucedieron cosas semejantes, de las que no nos enteramos? Este es mi juego.
—Eurovegas no se hizo.
—Ni Madrid 2020. Pero si entonces sólo se hablaba de estas dos cosas, quizás otras noticias quedaron fuera del foco, porque no eran positivas y hablaban mal de la ciudad en un momento en que todo debía ser luminoso. Qué sé yo, la muerte de una prostituta, pongamos. De esa idea parte la novela.
—Los protagonistas no podían ser más diferentes entre sí: un policía español jubilado, un marine y un proxeneta mexicano.
—Faura es un policía franquista retirado, que ronda los 70, con problemas de vejiga, del corazón… Se relaciona con los poderes económicos. Trabaja como detective sin licencia y les resuelve asuntos turbios, bastante cuestionables moralmente, para agilizar las expropiaciones de Eurovegas. C.J. es un tipo que sabe defenderse, fuerte, disciplinado, que ha matado. Y Aldo es un proxeneta que se mueve por impulso y que podría ser el malvado de cualquier novela. Faura es el cerebro, C.J. el músculo y Aldo el caos.
—En cierto sentido, Faura es un personaje incómodo.
—Quería un personaje con taras, alejado del perfil de héroe: es un anciano, no puede correr, tiene que ir al aseo cada poco, teme un infarto en cualquier momento… Sin embargo, contra todo pronóstico, puede hacer frente a un psicópata como el del libro.
—En él hay también algo de homenaje al inspector Méndez, de Francisco González Ledesma.
—Méndez es un referente muy claro a la hora de crear a Faura: no va armado, va con micrófonos de espía y una cámara réflex de otro tiempo… No entiende la tecnología, está perdido, desactualizado, el mundo cada vez es más extraño para él.
—El tono narrativo es muy bronco, casi rabioso.
—Quise crear un narrador agresivo, que resuene en la cabeza del lector: una voz subjetiva, que opina, que insulta a los personajes, que cuenta chistes… Es un poco loco, como si se hubiera metido un chute de speed. Me pareció una buena manera de mantener la tensión en la historia.
—Siempre fuiste un admirador del spaghetti western. En Los señores del humo haces un guiño a El bueno, el feo y el mal. ¿Es un género del que todavía pueden aprenderse cosas?
—El spaghetti western inyectó épica al género, pero también lo hizo más sucio y realista: ya no se trataba de John Wayne bajando impoluto del caballo, sino que ahora los personajes si caían sangraban. También bebían, fumaban, escupían… La novela negra tiene mucho de todo eso. Siempre habrá cosas que aprender.
—Algo que había desaparecido de tus últimas novelas y que ahora irrumpe de nuevo tan salvaje como en tus orígenes es el humor.
—El humor es una herramienta muy importante, y hay historias, como esta, que lo piden. Siendo tan agresiva, Los señores del humo necesitaba esa vía de escape, ese humor negro que es autorreferencial de la sociedad española, de cómo somos.
—En ese sentido es una novela muy libre, sin la menor atención a la corrección política.
—Estoy deseando que un juez la lea y me secuestre el libro. Es la mejor promoción que se le puede hacer a una novela.
—¿No temes convertirte en el linchado del día en Twitter?
—No creo que la gente que hace esas cosas lea libros. En eso los escritores podemos estar más o menos tranquilos. De todos modos, no puedes escribir una novela como esta pensando en el qué dirán. Alguna escena me planteé quitarla por su violencia, como la de la manifestación de discapacitados. Pero al final pensé que la literatura es libre y la dejé.
—¿Por qué se montan estos líos?
—La culpa es de los medios de comunicación, que dan voz a estos tontos motivados. Siempre ha habido trolls. Antes, en los foros. Pero ahora, como hay famosos y los medios están deseosos de sacar temas de donde sea, ponen el foco ahí. No puedes estar constantemente llevándote bien con todo el mundo, darle a todo el mundo lo que quiere. Es como eso de recoger firmas para que cambien el final de Juego de tronos: son disparates, pero llegan a los medios, que les dan pábulo, y entonces se viralizan de verdad. Hemos llegado al punto en que todo es ofensivo.
—En Los señores del humo describes una época muy concreta, la de Rajoy, al que citas varias veces. Años de deterioro democrático, de desencanto social con la política, la justicia. ¿Compartes la afirmación de que la novela negra es la novela histórica del momento presente?
—En los ochenta se dijo que la novela social que se hacía en España era la novela negra. Ahora hay mucha que es evasión pura y dura, y que de reflejo social tiene poco. Yo mismo la he escrito y está muy bien. Los señores del humo sí tiene mucha denuncia social, me he mojado políticamente.
—En esos años se llegó a unos niveles de desfachatez y avaricia por parte del poder nunca antes vistos. En tu novela lo recoges sobre todo a través de los ojos de C.J.
—C.J. ve España con los ojos de un extranjero. Es algo que quería reflejar: cómo alguien que viene de fuera se sorprende al ver las cosas escandalosas que, con toda normalidad, sucedían aquí. Si esta novela la leyesen un inglés, un francés o un sueco se llevarían las manos a la cabeza. Declaraciones reales que recojo, como aquellas de Díaz Ferrán [ex presidente de la CEOE, hoy en prisión] de que para salir de la crisis había que trabajar más y cobrar menos, cuando el tipo estaba haciendo un alzamiento de bienes con sus empresas, son prueba de ese nivel de desfachatez que comentas. Fueron los años más agresivos de la crisis. Había la sensación de que todo valía. He estado viviendo en Suecia y allí sería imposible que alguien dijese algo semejante. Una diputada pagó por error unos caramelos para su hija con la tarjeta del congreso y cuando se supo, dimitió y devolvió el dinero. Los suecos a los españoles nos consideran poco menos que bárbaros.
—Son años que, políticamente hablando, a muchos interesa dejar atrás, que queden olvidados.
—Si un chaval de dieciséis años lee Los señores del humo y ve lo que sucedió entre 2012 y 2013, que es cuando transcurre la novela, pensará: “¿De verdad cuando tenía diez años y no seguía los telediarios sucedían estas cosas en mi país? ¿De verdad se iba a construir Las Vegas en Madrid, había toda esta corrupción, la gente recurría a comedores sociales, empeñaba sus joyas y proliferaban los “compro oro”?
—¿Crees que se ha mejorado?
—En algunas cosas hemos mejorado, pero otras las hemos normalizado. Sigue habiendo desahucios y el 28% de niños sigue viviendo en riesgo de pobreza, lo que es mucho más que hace veinte años. Hay muchos niños cuya única comida del día es la del comedor escolar.
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