En su obra Paisajes italianos, la escritora norteamericana Edith Wharton se lamentaba de que a los ojos del turista Italia se redujera a Roma, Venecia y Florencia, como si el resto del país no existiera o careciera de interés. Ella, en cambio, se afana por encontrar el encanto oculto al margen de lo consabido. La atraen los artistas poco conocidos, los estilos distintos del Renacimiento, los lugares a los que las guías turísticas dedican apenas unas líneas.
He recordado las palabras de Wharton al leer Pieles de Italia, de Pedro Bosqued (Confluencias, 2015), un singularísimo libro de viajes mezcla de ensayo, lírica y narración que su autor subtitula: “Un recorrido por las pequeñas ciudades italianas”.
El leitmotiv de la obra es la piel en sentido metafórico, entendida como la personalidad de las urbes, que se refleja en sus gentes, en sus calles y monumentos, en sus aromas, en sus celebridades… Este es quizá uno de los aspectos más originales del libro, el recurso a la personificación, como cuando Bosqued afirma, por ejemplo, que Cremona tiene la piel reventada de años pero no de achaques, pues nada parece envejecer en ella y todo se mantiene inalterable en la cuna de los violines Stradivarius.
El autor logra la sutileza de un relato que parece no existir y, sin embargo, fluye. En el capítulo dedicado a Ferrara la descripción se enturbia por su pasado fascista, de apoyo a los camisas negras de Mussolini, pero el autor se limita a transmitir una sensación insana mientras alaba la belleza de sus calles y cita, de paso, el apasionante ciclo novelesco de Giorgio Bassani La novela de Ferrara.
En el palacio Ducal de Mantua, Bosqued se adentra en la Cámara de los Esposos, obra del pintor Andrea Mantegna y recomienda su visita a los claustrofóbicos, por los magníficos frescos de la cúpula, que reflejan el cielo abierto.
Si Ferrara era culpable, Alessandria es caprichosa como un niño. Sus calles están desordenadas como un cuarto de juegos; las fachadas de los edificios son de algodón dulce y sufre el síndrome de Peter Pan porque, como en todo lo infantil, hay una complicidad con lo imaginario. El museo de los sombreros Borsalino, por ejemplo, nos transporta sin esfuerzo al siglo XIX.
Todas las ciudades de Bosqued tienen un temperamento peculiar. Una de las semblanzas más sugestivas es la de Sabbioneta, urbe renacentista elevada sobre un monte, de planta pentagonal y totalmente amurallada. Su autor, el duque de Gonzaga, quería construir la ciudad utópica. Es la obra de un renacentista que cree en sí mismo más que en la monarquía o en las castas; cree en el hombre como ente valioso sin más. Su palazzo ducal, su palazzo giardino y su Teatro All’Antica son muestras de esa perfección ideal.
Pero los grandes personajes que se citan en el libro, como el arquitecto Andrea Palladio, Dante Alighieri o Rafael de Urbino no forman entidades separadas, no brillan por su personalidad, sino que son meras presencias: estatuas, tumbas, pinturas, edificios, citas literarias… Todo para mayor ornato de la ciudad en la que nacieron o vivieron.
Pedro Bosqued ha escrito una obra seductora y recoleta sobre urbes por las cuales, según sus propias palabras, ha sentido una extraña atracción que no llega del todo a entender. Hay algo de lo que no duda: los mapas inciertos que traza con palabras contienen algo de él.
Concluye el libro con una cita de Walter Benjamin que es una invitación al viaje: Importa poco no saber orientarse en una ciudad. En cambio, perderse en ella, como quien se pierde en el bosque, requiere aprendizaje.
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Autor: Pedro Bosqued. Título: Pieles de Italia. Editorial: Confluencias. Venta: Amazon, Fnac y Casa del Libro
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