Reproducimos uno de los artículos de Variedades, de Fernando Fernán Gómez, libro editado y prologado por el poeta Manuel Ruiz Amezcua, publicado por Huerga y Fierro.
Este es el libro de un hombre libre. En estas páginas nos vamos a encontrar preguntas, muchas preguntas. Aquí la pregunta es más fuerte que la respuesta. Y la duda está siempre al servicio de la inteligencia. Con Fernando Fernán Gómez aprendemos a pensar.
En el mundo de Fernando Fernán Gómez la búsqueda de la belleza va unida a la búsqueda de la verdad, de las posibles verdades. Y el mejor estilo, el que menos se nota.
Hubo un tiempo, ya hace años, en el que ir al cine era una pérdida de tiempo y, en cambio, ir al teatro era un acto cultural. A mí, ya en aquellos tiempos, esto me resultaba totalmente incomprensible. Era yo muy joven, actor de teatro, y pretendía ser estudiante de Filosofía y Letras. Las obras que se representaban en los teatros, en las que yo modestamente intervenía, o las que veía, no me parecía que tuvieran la más mínima relación con la “cultura” que intentaban inculcarme en la universidad.
Durante nuestra guerra civil, en la llamada “zona roja”, quiere decirse en la “leal”, en la “republicana”, adquirió un gran prestigio la “cultura”. Incluso los que no la tenían sabían que era algo a lo que debían aspirar, Se difundió bastante la idea de que la cultura era uno de los bienes de que se había apoderado la clase alta, y también la clase media, y no sólo no querían desprenderse de él sino que luchaban denodadamente por que no le llegase a las clases bajas. Si dos hombres estaban a punto de pelear en plena calle o en un local cerrado por cualquier cuestión más o menos personal, o se hallaran en plena pelea , bastaba con que alguien les gritase: “¡Cultura, camaradas!”, para que suspendieran su acción violenta. También servía esta especie de consigna para que un miliciano armado dejase de asediar a una muchacha. “¡Cultura, compañero (o camarada, según P.C. o C.N.T.)!”, podía invocar un paseante inerme, y al instante el miliciano dejaba de meter mano o de pretender magrear, en fin, de practicar lo que ahora llamamos “acoso sexual” con la desprotegida muchacha.
Es evidente que la palabra “cultura” desde nuestra funesta guerra civil hasta estos placenteros tiempos de neoliberalismo, neocapitalismo, neomercantilísmo, neobelicismo, ha perdido una gran parte de su prestigio. Cuando menos, ha perdido el prestigio mágico. Ya no es una especie de “Ábrete sésamo” o “El que esté libre de pecado…” Ahora, si usted va de noche por una calle de cualquier ciudad más o menos populosa y se encuentra a dos o tres jovenzuelos que se atacan con los puños o con navajas y les grita: “¡Cultura, compañeros!”, lo más probable es que le respondan: “¡Cállate, maricón!” y, puestos súbitamente de acuerdo, se líen a hostias o a navajazos con usted.
Por todo lo anteriormente expuesto se advierte que, no ya la cultura en sí, pero sí la palabra “cultura”, no es lo que era, no significa lo que significaba. Existe, no sólo en nuestro país sino en casi todos, un Ministerio de Cultura, pero no creo que ejerza la menor influencia en cuanto a evitar riñas callejeras o impedir acosos sexuales, ni que esa sea su misión. Pero me pregunto: ¿cuál es? Y me lo pregunto con gran interés, pues resulta que ese es el ministerio que, por mis actividades, me corresponde.
Pretendo aclarar, antes de proseguir, qué es la cultura, pues que, según parece a ella me dedico, y me informo de que viene a ser el conjunto de los conocimientos no especializados, adquiridos por una persona mediante el estudio, las lecturas, los viajes…. Y también el grado de desarrollo científico e industrial, estado social, arte, etc., de un país o una época. También hay quienes opinan que la cultura se refiere al grado de perfeccionamiento social o de las relaciones humanas. Pues parece que hay un pequeño lío entre “cultura” y civilización, y los especialistas no se ponen de acuerdo.
De cualquier modo, lo que sí está claro después de estas someras investigaciones, es que todas las tonterías, vaciedades, torpezas, encubiertas publicidades, instigaciones a la inmoralidad y a la violencia, halagos al mal gusto, que los que nos dedicamos al teatro, el cine, la televisión, difundimos o colaboramos a difundir desde los escenarios, las pantallas grandes de las salas o la inmensa pantalla de los hogares están auspiciadas, vigiladas, controladas por los ministerios de cultura de este y de los demás países de nuestra civilización.
De ninguna manera se me ocurre desear, aunque sea retrospectivamente, que las cosas hubieran sido de otra manera. ¿Pues si no hubiera sido por las tonterías, vaciedades, torpezas, etc., que he difundido y ayudado a difundir desde escenarios y platós, con gran satisfacción y divertimento por mi parte, y a veces también de los espectadores, de qué habría vivido yo? ¿Cómo me habría justificado ante el resto de la sociedad?
Lo que se me resiste… Quiero decir lo que me resisto a aceptar, es el término “cultura” aplicado a esta actividad. Hubo un tiempo, algunos de ustedes lo recordarán, en que estuvo de moda la contracultura o la anticultura o la incultura —¿años 60?—. También se dijo entonces que todo era cultura. Y, como es natural, en ese “todo” entraba la mala educación, la zafiedad, la grosería, que podían ser considerados exponentes de la “cultura popular”. Tampoco comulgaba yo con aquella tendencia. Aunque, como profesional, no rechazase participar en ella si recibía una buena oferta.
Insisto, y ya lo he manifestado en otras ocasiones, no recuerdo si en la prensa, en un café o en casa. Lo que está mal, aquello que a mí no me parece bien, es utilizar “cultura” como eufemismo de “diversión”. ¿Por qué tenemos que aterrorizar a la gente con la amenaza de la cultura? Pues terror debían de sentir aquellos contendientes y aquellos acosadores sexuales —protoacosadores, por cierto— de la guerra civil al escuchar la terrible palabra, como deben, de sentirlo hoy los niños y la mayoría de los adolescentes.
Hay muchas personas a las que les interesa la cultura y para ellas, en defensa de su derecho minoritario, debe existir un Ministerio de Cultura. Pero mi parecer es que para las otras, para las personas corrientes, debería existir, si estuviéramos en un sistema razonable, un Ministerio de Diversiones. O, mejor: Ministerio de la Alegría.
—————————————
Autor: Fernando Fernán Gómez. Título: Variedades. Editorial: Huerga & Fierro. Venta: Amazon y Casa del Libro
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: