En el momento más álgido de la guerra en Villalinda por el control del narcotráfico, dos adolescentes sin dinero descubren que en la morgue consiguen ropa de marca que los cadáveres nunca van a reclamar. Así es Era más grande el muerto (Seix Barral), de Luis Miguel Rivas (Colombia, 1969), «una de las voces más frescas, con más humor y al mismo tiempo más tiernas y duras de la literatura colombiana contemporánea”. En la novela, el mafioso más temido del pueblo toma clases de cultura para enamorar a una mujer que lo desprecia, y una pareja de sicarios intenta matar el fantasma de un hombre que asesinaron meses atrás.
Zenda publica el comienzo de Era más grande el muerto, una novela que nos introduce en la cotidianeidad de personajes que habitan un fallido universo criminal. Un relato lleno de paradojas donde el más poderoso se muestra vulnerable y todos quieren ser millonarios para llegar a fin de mes.
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Los zapatos de Chepe
Nunca se me van a olvidar esos zapatos verdes de Chepe Molina de los que no me acordaba muy bien aquella noche en el bar El Cielo. ¿Sí serían verdes?, me pregunté varias veces. ¿Sí serían estos mismos?, me volví a preguntar bregando a convencerme de que no. Eran la última imagen que me había quedado de Chepe. Los zapatos más caros y más pinchados y que dieran más estatus que usted pudiera imaginarse en la Villalinda de esa época. Así los había visto pasar dos meses antes de la noche en la que no podía recordarlos: brillantes ya para qué, finos y lindos para nada, con la punta redondeada mirando hacia arriba, en unos pies tiesos que se fueron perdiendo de mi vista hasta entrar del todo en el carro de la morgue.
No pude ver más y no supe qué otra ropa tenía puesta Chepe porque no lo había visto en todo ese día. Con seguridad tenía una camisa calvinkléin y un pantalón cheviñón y una chaqueta dísel. Fijo. Solo alcancé a ver los zapatos porque cuando me avisaron que lo habían matado y corrí desde mi casa hasta el café La Tertulia, encontré a la gente arremolinada afuera del negocio y no pude entrar a mirarlo. Alguien tenía que ir a avisarle a la familia y entonces bajé volado hasta su casa, toqué la puerta y la hermana se asomó por la ventana y le dije Buenas, vea, yo soy un amigo de Chepe, y no más dije eso soltó un grito y el hermano abrió la puerta Qué pasó, qué pasó, y yo dije Chepe tuvo un accidente y los dos pegaron tremendo alarido como si hubieran estado esperando la noticia que no querían con el grito en la punta de la lengua ¡Mamá, mamá, diosmío!, y la mamá que estaba en la casa de enfrente rezando el rosario cruzó la calle con las manos levantadas ¡Diosmío, diosmío, mi muchacho, mi muchacho!, y en un momentico la cuadra se volvió un zaperoco de vecinos y familiares llorando a pierna suelta y el hermano gritándome ¡Dónde está, dónde está, hijueputa!, como bravo conmigo, como si yo fuera el que hubiera matado a Chepe, Por la Plaza de Mercado, le dije, Yo ya me vuelvo para allá, y voltió hacia la mamá y la hermana que estaban a los alaridos rodeadas de vecinos, gritando por encima de los gritos Quédense ustedes aquí tranquilas que yo voy a ver cómo es la cosa, y salió corriendo como un loco y yo me fui detrás y en la esquina paramos un taxi y en el camino el hermano de Chepe empezó a pegarle puños a la silla de adelante gritando Más rápido, braviando al taxista, Más rápido, hijueputa, y el taxista se voltió rojo de la ira braviándolo también Pilas pues que me vas a dañar el carro, malparido, que esta no es tu casa, y yo que Vea, hermano, es que le acaban de matar al hermano, y el hermano de Chepe putiando y golpeando a lo desgualetado y el taxista Pero por eso no me tiene que venir a inrespetar ni a maltratarme el carro que ni que fuera el único al que le han matado gente y además pa’qué tanto afán si ya está muerto, y el hermano más bravo todavía y yo diciéndole Llave, tranquilo, cálmese, y él que Cuál cálmese, hijueputa, y más le pegaba a la silla y más le gritaba al taxista que metió la mano a la gaveta como para sacar un fierro, Ahora sí se acabó de joder esto, pensé entre asustado y triste y verraco, pero calmado o gallina, como soy, le dije Tranquilo, hermano, vea que el hombre está fuera de sus cabales, y el taxista que Cuáles cabales, yo no tengo por qué venir a pagar muertos ajenos como si no tuviera los míos propios, y en esas llegamos y el hermano de Chepe soltó unos billetes enrollados sobre la silla y salió tirando la puerta con un golpe que hizo retumbar el carro y el taxista se bajó con una cruceta en la mano Vos creés que es giratoria o qué, malparido, qué te creés pues, levantando la cruceta con ganas de matar al hermano del muerto y yo Tranquilo, hermano, vea, comprenda, no vamos a formar una tragedia más, mientras el hermano ya iba abriendo trocha a codazo limpio entre la gente del corrillo, embravecido con todo el mundo como si todo el mundo fuera el que hubiera matado a Chepe, Sí, hijueputas, porque todos ustedes lo mataron, y por fin pude calmar al taxista que arrancó con las llantas chirriando y avancé entre el gentío tratando de entrar al negocio pero en ese momento a lo que había sido Chepe ya lo estaban montando en el carro de la morgue y lo único que alcancé a ver entrando en el volco fueron los zapatos.
Estaban muy nuevos, demás que se los había estrenado hacía poquito. Julia, la pelada con la que estaba en el café esa noche, delante de la que le dieron bala y a la que se llevaron desmayada en una ambulancia y quedó traumatizada varios meses, se los debió haber admirado. ¿Quién más se fijaría en esos zapatos?, pensé sin darme cuenta mientras los seguía viendo en mi cabeza cuando ya la camioneta de la morgue se había ido.
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Autor: Luis Miguel Rivas. Título: Era más grande el muerto. Editorial: Seix Barral. Venta: Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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