Antonio Escohotado (Madrid, 1941) considera que los dos grandes tabúes de la sociedad actual son las drogas y el comunismo. La historia de las primeras, según el filósofo, compendia variantes de la historia del miedo a uno mismo; la del segundo ejemplifica una evolución del miedo a los demás. A estos fenómenos, en apariencia dispares, los une el miedo. ¿Cómo se cura el miedo? Con libertad y conocimiento.
El autor de, entre otros títulos, Historia general de las drogas y Los enemigos del comercio cuenta a Zenda que siempre ha sido un hombre libre, aunque la cosa no le ha salido gratis ni ha despertado simpatías universales: “Por esta urbe vivía un marino retirado que quería pegarme un tiro porque su hija había muerto de sobredosis de heroína. Varias veces he estado parado en un semáforo, y algún tío de algún coche contiguo me ha dicho: ‘Ya mataste a mi hermana, asesino’. No es la línea argumental aristotélica, desde luego”.
A lo largo de su vida, Escohotado ha puesto en práctica aquello que Jünger escribió en La emboscadura: “Para llegar a ser libre hay que ser libre, pues la libertad es existencia, concordancia consciente con la existencia, y es el placer, sentido como destino, de hacerla realidad”. Buena prueba de ello queda recogido en Mi Ibiza privada (Espasa, 2019), obra en la que, entre el ensayo y la autobiografía, narra sus días hippies en la isla balear, a la que llegó en 1970 y de la que se largó en 1984, “cuando una alianza de maleantes y policías sugirió poner tierra de por medio”. En este libro, el autor también cuenta cómo le enchironaron y, sin atisbo de amargura, casi que celebra sus días en prisión porque, sobre todo, le sirvieron para escribir la primera gran enciclopedia sobre las drogas del mundo.
Esta entrevista se hizo el 25 de julio, jornada en la que se celebró la segunda votación de la sesión de investidura de Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados. Por ahí empieza la conversación:
—Pedro Sánchez no ha sacado adelante su investidura. ¿Qué le parece?
—No lo sabía. ¿La primera?
—La segunda. La primera votación fue el martes. ¿Cómo ve esto?
—¡Uf! Malo de resumir. Me parece que Sánchez pudiera ser una copia de Zapatero, el gobernante más nefasto desde Fernando VII y, probablemente, desde Felipe II. Sin embargo, Rivera no se centra en disolver el grumo llamado “ultra-extrema-derecha”, aclarando que derecha fue lo de Gil Robles, y que en Europa todo ese voto se fue al centro desde finales de los años 40, cuando el Puente Aéreo de Berlín reconcilió a Occidente, y sostiene gustosamente los seguros sociales. Tampoco algún grupúsculo de cabezas rapadas permite hablar de nazis y fascistas, que desaparecieron tras la Segunda Guerra Mundial. En Mayo de 1968, los tontainas que seguíamos viendo la Revolución como algo inexcusable no tuvimos más remedio que reconocer que la clase trabajadora llevaba 20 años votando democracia liberal, y los más obtusos lo llamaron traición a sus intereses objetivos, como si no demostrase más bien los disparates de Marx.
—En la izquierda se dice mucho que “no hay nada más tonto que un obrero de derechas”.
—Eso es un mantra. El más falaz y tonto, aunque no lo supe hasta dedicarle dos años full time, y leérmelo de arriba abajo, fue Marx. Su gran éxito fue seducir a alguien inteligente y filantrópico como Engels, que tuvo la increíble generosidad de darle la idea principal y de escribirle los libros. Aquí tenemos los manuscritos de Marx y no se pueden leer. Es decir, es un hombre que no aprendió caligrafía, y mucho menos aprendió a trabajar o a servir a los demás. Era una especie de talento de la invectiva tipo Aristófanes, Quevedo o Rabelais. Punto. Como luego tenía tanta cólera y tanta ira, se puso a pensar y sacó lo de siempre: los últimos serán los primeros. Eso ya llevaban dos milenios diciéndolo y es lo más violento. ¿Qué pasa? Nos trasladamos otra vez a lo que ha pasado con la investidura.
—Permítame un apunte sobre lo que ha sucedido hoy: en plena sesión, Iglesias le ha pedido a Sánchez la gestión de las políticas activas de empleo. La portavoz socialista, Adriana Lastra, ha dejado KO al de Podemos cuando, ante todo el hemiciclo, le ha dicho que son de competencia autonómica.
—Iglesias no sabe derecho. Pero es que no tiene ni idea de nada, más que del correveidile, del chismorreo que hay de intelectual a intelectual. Es decir, está informado de que hay un tal Foucault, de que hay un tal Derrida, un tal Althusser… Me parece que fui yo quien le aclaré que esos tres llegaron a ser profesores siendo incapaces de leerse más que a sí mismos. Tenían una extraña enfermedad, que los tres reconocieron al final de sus vidas. En sus escritos póstumos, Derrida y Althusser reconocen que, desde muy pequeños, tenían la vocación de docentes pero que, también desde muy pequeños, cada vez que se leían algo que no habían escrito ellos, se ponían muy nerviosos, se dormían, les daba dolor de cabeza… Entonces, es muy curioso que la posmodernidad y, por tanto, la posverdad y toda esta revisión del marxismo, que es lo que sucedió desde Mayo del 68, precisamente, porque entonces estaba esta gente empezando a ascender a cargos docentes, tiene esa sensación de “la clase obrera se ha traicionado a sí misma, a sus intereses objetivos”… ¿Pero cómo se puede decir esto cuando, desde el 17, llevaban desnutridos, perseguidos, internados en campos de concentración en la URSS y en todos los países donde habían llegado a tener mando? ¿Quién podía creerse que, de verdad, venía el comunismo a acabar con la pobreza? ¡Nadie! El comunismo venía a acabar con la clase media y la aristocracia. Era su plan. Igual que Hitler tenía el plan de acabar con los que no fueran arios. O sea, son métodos eugenésicos y, en definitiva, genocidios sistemáticos, que comenzaron a mi juicio con las Guerras Bóers apoyadas por los fabianos, es decir, Bernard Shaw, H. G. Wells… Estos fueron los primeros que hablaron de imperialismo. Luego, Lenin arrimó el ascua a su sardina y quiso confundir a los americanos, que son un país aislacionista, con países imperialistas tipo Rusia, España, Portugal o China. Pues no señor: eso es una tontería falsa y no tiene sentido. Y tampoco la abonaba Marx, ¿eh? O sea, esto viene ya de Lenin. Entonces, llegamos a hoy. Hoy viene muy directamente marcado por ese problema de que si los obreros ya no son comunistas, ¿quiénes son comunistas? Pues los que siempre fueron comunistas: las juventudes, los universitarios, los que aspiran a ser revolucionarios profesionales, que nunca han dado palo al agua, que siempre han vivido de su mamá o de su familia, porque no les va: nunca han estado en un taller. Piensa en Fidel Castro, en Mao, en Trotsky, en Lenin.
—En una palabra: señoritos.
—¡Señoritos! De repente, viene Mayo del 68 y parece que va a llegar la liberación. Y, efectivamente, el pueblo francés y todo el pueblo del planeta está dispuesto a hacer la gran revolución, que es la sexual. Es decir: que ya no se persigue más a la gente por su idiosincrasia y por sus inclinaciones sexuales. Esa es la única revolución pacífica que ha triunfado, a mi juicio. Y la estamos disfrutando. Pero sigue quedando que los últimos no son los primeros, que sigue habiendo propiedad privada y comercio, que eso está muy mal, y entonces viene la tremenda oleada terrorista, la mayor de la Historia de la Humanidad, que comienza a principios de los años setenta y no termina hasta finales de los ochenta. En Europa tiene mucho arraigo, por ejemplo, el IRA, ETA, Brigadas Rojas, la Fracción del Ejército Rojo, pero sobre todo en Iberoamérica con montoneros, Sendero Luminoso y demás.
—En este libro dice que en Ibiza encontró ecos de eso.
—Claro. Entonces, viene la ola terrorista, pero las olas terroristas no pueden ser más que olas. Se calma aquello, se acerca nuestro tiempo, pero se impone, sobre todo a través de figuras tan carismáticas como Obama y, luego, el papa Francisco, lo políticamente correcto. ¿Qué es lo políticamente correcto? Marxismo contrariado, a mi juicio. El marxismo quiere seguir actuando, pero como ya no encuentra forma de soliviantar a los trabajadores, a la clase obrera, intenta soliviantar a las mujeres, a los niños, a los inmigrantes… Necesita crear sentimientos.
—Si algunas de las mediáticas representantes de la rama más desquiciada del feminismo leyeran a Marx diciendo que la cualidad que más valora en una mujer es «la debilidad», lo tomarían por secretario general de Vox.
—(Risas) Por supuesto. Pero, ¿quiénes son Vox? No son ultra-extrema-derecha-fascista-nazi. ¡Qué tonterías! ¡Es la rama menos hipócrita del PP! Son conservadores pero menos hipócritas que los otros. Son un poco provincianos, eso sí. El problema real, de fondo, que veo en esa formación es que es un poco rústica, es decir, está vinculada con cosas muy locales. En un mundo globalizado, no parece muy oportuno.
—En algún medio o en Twitter, aunque, para fiarse, he leído que usted simpatiza con ellos. Con toda humildad, creo que no hay nadie más distinto a Iván Espinosa de los Monteros que usted.
—¡Jamás! Yo me considero de izquierdas. Más aún: creo que soy el paradigma del hombre de izquierdas en este país, tal y como ha ido pasando el tiempo.
—Me acaba de dar el titular (risas).
—Yo soy el paradigma del hombre de izquierdas. De verdad me preocupan los pobres y no quiero que haya pobres pero, naturalmente, no tengo la solución de Castro, de Pol Pot o de Mao, que es empobrecer a todo cristo y matarlos de hambre, incluso someterles luego a esa desnutrición sistemática que es en lo que acaban todos estos regímenes. Porque como no cuidan ni siquiera la moneda… Es que no saben nada, son personas que no estudian. Y claro, el mundo moderno es muy complejo. ¿Por qué ha triunfado la técnica? ¿Por qué la técnica ha triunfado sobre lo que podemos llamar teoría? Porque está llena de trabajo, de trabajo entusiasta, y la naturaleza no tiene secretos para el hombre de buena fe que quiere investigar. Pero estos no tienen ni buena fe ni deseos de investigar. Son unos dogmáticos. Si dividimos a la especie humana en personas que pesquisan porque quieren encontrar algo que no conocen y personas que se dedican a confirmar lo que ya saben, es decir, prejuiciosos prejuiciados, te encontrarás con que estas personas tropezarán más pronto o más tarde. Por eso empezaron matando a Sócrates: no pueden soportar la idea de que alguien disienta. Tienen ideas tan frágiles que si otro no se las cree obligatoriamente, ellos tampoco. Es lo que pasa con las drogas también. Tú dices: “Oye, si no quieres tomar drogas, nadie te fuerza”. Y dicen: “No, no: yo le exijo a usted en materia de drogas”. Igual en la ideología. ¿Cómo llaman al que se va de la religión islámica? Apóstata, y lo matan. Hay pena de muerte para el apóstata. ¿Cómo lo llamaba la Iglesia? Hereje, y pena de muerte. ¿Cómo llamaban en Rusia al que se atrevía a tocar una coma del marxismo-leninismo? Revisionista. ¿Cómo me llaman a mí? Cambiar de chaqueta. Yo les digo: “¿Pero qué chaqueta me he cambiado? Toda la vida fui y soy de izquierdas”. Considero que ser de derechas es ser un energúmeno, es decir, una mezcla de inculto, autoritario y a mí no me gusta ni la incultura ni el autoritarismo. De modo que de izquierdas soy yo, que no sólo vivo y dejo vivir, sino que me preocupo por estudiar para ver cuáles son las formas prácticas de erradicar la pobreza, la falta de medios y, sobre todo, la imprevisión que hace que ni siquiera el presente actual esté amortizado. Tu generación muy bien puede echar de menos el grado de seguridad que tiene la mía. Por ejemplo, la pensión. Pero es que mi generación ha tenido una tasa de trabajo, de empleo del tiempo no dedicada a mirarse su propio ombligo, que actualmente no existe. Ahora, si te fijas, yo lo veo en mis hijos pequeños, es cuántos likes generas. ¡Por Dios, si en el teléfono tienes a Aristóteles! Bueno, espero que, pronto o tarde, venga una generación que use el móvil para eso. O se acabarán los teléfonos, porque entraremos en una crisis económica de tales proporciones que triunfarán los bárbaros, es decir, los islámicos, que son la única fuerza organizada con ganas de destruir. El equivalente al nihilismo a principios del siglo XX.
—¿Empezamos a hablar de su libro?
—Espera, que me ha quedado un detalle sobre Rivera. Sigo con el relato: se crean formaciones como Podemos. ¿Cuál es el origen? Yo estoy de acuerdo con Podemos al 100% en el sentido de que el deber público, el servicio público, se ha degenerado y desvirtuado hasta tal extremo que no sólo es una forma de robar, sino que imitamos a los países comunistas con chollos hereditarios: el presidente o el secretario de la comunidad tendrán hijos o nietos que aspiren a posiciones semejantes. Entonces, no es una clase política, como decía en El espíritu de la comedia, en el 82, sino una casta política, un estamento. Allí donde naces ya sabes dónde vas a morir: eso es lo que distingue a la clase del estamento. Con muy mala voluntad, claramente, con mala fe, Marx confunde clase y estamento, y de ahí vienen todos los errores de El Capital, porque trata la movilidad de las clases como si fuera la inmovilidad del estamento, y es para decirle: “Mira, chico, esto es un sofisma tan burdo que no debería dedicar ni un minuto a desmontártelo”. Pero, por ejemplo, llegamos a personas como Iglesias. Iglesias parte de que es una vergüenza que haya una casta política en España. Bien, estamos de acuerdo. Pero, ¿luego qué tiene que hacer una vez que piensa eso y se hace jefe? Estudiar a lo bestia. ¿Estudiar qué? Derecho administrativo, economía política e historia. Pero a lo bestia. Todo el tiempo que tiene cada día. ¿Lo hace? No. Ahora, en virtud de una serie de accidentes, primero le votaron cinco millones, ahora le votarán dos, pero sigue siendo una proporción de voto importante. Él quiere una cartera ahora. ¿Cómo le vas a dar Economía si no dice más que despropósitos y no está informado de nada? ¡De nada! Le preguntas las cosas más elementales y es como si fuera un parvulario. ¿Cómo le vas a dar el Ministerio de Trabajo si no ha trabajado en su vida? ¿Cómo le vas a dar Justicia o Administraciones Públicas si no sabe derecho administrativo? ¿Qué le puedes dar a este hombre? Pues mira, yo creo que una cosa sí se le podría dar: Sanidad. ¿Por qué? Porque a lo mejor tiene el santo honor de cumplir parte de lo que su corazoncito piensa, más o menos en secreto, y hace algo en materia de drogas y eutanasia, que son dos temas muy modificables. Simplemente, con convocar un par de referéndums en esas materias, los ganamos de calle. De calle. El poder público no convoca referéndums ahí o bien porque no me deja a mí, a Savater y a dos o tres más hablar, o bien porque pierde el referéndum irrevocablemente. Ambos: el de la eutanasia y el de las drogas.
—Y al final, ¿qué es lo que pasa con Rivera?
—Que parece olvidársele que lo fundamental es desmarcarse de esa etiqueta absurda, ridícula, de ese grumo verbal que se llama “ultra-extrema-derecha”. Eso no existe. Eso no es tridimensional. A diferencia de Abascal, de Casado y de él, que son individuos vivos tridimensionales, esa etiqueta es bidimensional y tan falsa como el fantasma de Canterville. ¿Por qué circula? Porque la extrema izquierda sí existe y necesita una contrapartida gráfica. Esa es la única razón de la extrema derecha aquí. Sí existe, y con muy buena salud, la extrema izquierda en España. Nadie se lo explica en vista de lo que ha pasado con Castro, con Maduro, con Kimyonglapera, pero tiene buena salud. Una mezcla de simplismo, resentimiento e ignorancia siempre tiene su público.
—¿Quiere que hablemos ya de su libro?
—¡Ahora sí! (Risas)
—¿Qué buscaba y qué encontró en Ibiza?
—Buscaba la aventura y servir a la Fraternidad del Amor Eterno, un grupo formado por unos pocos californianos. Me había enterado de que querían revertir la prohibición de la LSD y, a través de otras fuentes de ingresos, llegar a producir cantidades enormes de LSD como, efectivamente, produjeron. Se repartía prácticamente gratis. Eran puras. Llegaron, según ellos, a hacer 1.100 millones de dosis. ¡1.100 millones de viajes! Los cuales, son suficientes para cambiar la mentalidad en alta medida. Mucho más eficaces que una formación política, desde luego.
—En Mi Ibiza privada, cuenta que sabía que la de Ibiza era “una aventura temporal, nunca la definitiva”. ¿Por qué?
—Lo sabíamos todos. Eso era lo que nos distinguía de una secta. Nunca fuimos secta ni quisimos serlo. La secta es un compromiso de por vida donde no se discute lo infalible del jefe y gran parte de los estatutos son secretos. Esto me recuerda a cómo los rusos llegaron a tener la cara dura de promulgar leyes secretas. ¿Tú te imaginas, Jesús, lo que es una ley secreta? Pues así, por ejemplo, se creó y desarrolló el sistema gulag. Volviendo a la Fraternidad: no fuimos una secta. Por eso éramos gente, en principio, guapa. Teníamos el estado de ánimo guay, mientras que los otros eran o bien esbirros de la conservación, o bien esbirros de la vacía revolución, y digo vacía porque no lleva a ninguna parte, salvo a la destrucción, a la miseria. E invariablemente: no ha habido cambios ahí. Éramos de izquierdas. Yo soy de izquierdas. Camus era de izquierdas. Koestler murió siendo de izquierdas aunque denunció el comunismo. Me sigue pareciendo que ser de izquierdas es ser abierto al cambio. Ser de izquierdas es ser liberal, por decirlo más rápido y sencillo. Pero liberal de verdad, no un ricacho que se las da de liberal porque le viene bien no pagar impuestos.
—Frente a la “represión sexual llegada con Franco, la parte más cruel, necia y triunfante de su égida”, ustedes apostaban por el make love, not war.
—Lo hicimos y nos hicimos foco magnético, de atención. No sólo para los ibicencos, sino para el mundo entero. Esa gente pasaba hambre, tenía que emigrar masivamente, dado su número, todos los años porque la isla no daba para alimentarles, a pesar de que habían creado un sistema de terrazas emocionantemente laborioso que les permitía mantener, yo qué sé, las que hubieran: diez, doce o quince mil personas. Ahora serán diez veces más. Ibiza es el sitio más próspero del mundo. Yo creo que ha superado en renta per cápita a Mónaco. ¿Por qué vino ese cambio? Mallorca es más bonita que Ibiza. Menorca está por ahí. Tiene el inconveniente del viento, pero bueno, también tiene algunas ventajas, como haber sido colonizada por los ingleses en su momento, frente a una España que era más burra que un arado en aquellos tiempos. Lo que tuvo Ibiza de nuevo, de original, de atractivo, es que estuvimos nosotros. ¿Y quiénes fuimos nosotros? Un grupo de personas que, temporalmente, decidió hacer el amor en vez de la guerra. Y nos salió de miedo (risas).
—¿Cómo se echa un polvo en un olivo milenario puesto de ácido?
—(Risas) Pues mira, el olivo España, al que algunos le atribuyen 3.000 años, es tan enorme que, en su centro, aproximadamente, a dos metros / metro ochenta de altura, pero te puedes subir aprovechando las oquedades que tiene el árbol, tiene una zona muy plana. Con que te subas con un par de mantas y un par de almohadas, esa zona bastante plana la pones comodísima. Estás en el centro de un olivo al que luego le salen ramotas, una tendrá 1.200 años, otra 1.700, etcétera, con lo cual sombra tienes. A pesar de todo, ya sabes que no tiene mucha vegetación el olivo, a diferencia de otros árboles. Imagínate lo que sería un castaño, un nogal o un mango. Pues sí, allí dormí. Pero más de una noche he dormido yo en el olivo España. Era muy imponente. O sea, una madera que resuena a 3.000 años. Es que dices: «Por aquí pasaba Ulises, macho».
—Volviendo a Ibiza: en el libro narra la fundación de Amnesia, un discotecón que siempre figura entre las más importantes del mundo. Pocas páginas después, dice al respecto: “Me pregunté hasta qué punto había contribuido a consolidar algo tan infernal para mí y tan atractivo para muchos más”.
—(Risas) Sí, eso puede ser también uno de los nexos que me unen a la juventud. Yo tenía un pequeño público, ya de antiguo, diciendo “este hombre estudia, no escribe mal”, pero luego, lo que ha irrumpido es un grupo de gente joven, y me parece que buena parte de esa gente joven que ahora lee mis libros o ve las entrevistas en YouTube disfruta en la disco en la que yo pago por no entrar, con lo cual ahí tenemos un nexo, porque yo la hice.
—Un informe policial recogido en Mi Ibiza privada le describe como “criminal frío y calculador”.
—¡Qué elogioso! Efectivamente, me estuvieron vigilando cinco años. Que no me pillasen en ningún renuncio no está mal.
—Usted, en cambio, dice de sí mismo: “Era un memo ingenuo, incompetente para navegar la libertad”. ¿Cómo acabó en el trullo?
—El libro lo cuenta en detalle. Si ahora intento resumirlo en una respuesta va a quedar fatal. Y habrá alguno que no se lea el libro. No le demos esa excusa (risas). Lo uno no quita lo otro. Empecé a recuperarme cuando me di cuenta del embolao donde me había metido. Y fíjate qué embolao más raro: viene un amigo tuyo que sí que es amigo pero que hace tiempo que no ves, con dos supuestos amigos que parecen gánsters pero son policías; luego, a la misma hora, viene un señor muy raro, que es el que iba a hacer Amnesia pero no la hizo, el gitano Constantino, a ofrecer lo que tú dices que no hay; se combinan; te das cuenta de que todos saben dónde vives, que tú vives muy separado, muy aislado, con dos niños pequeños, una niña recién nacida, cosa que me afectaba mucho…
—Aunque relata sin tristeza este episodio de su vida, sí que encontramos un lamento muy amargo: “Y los míos se quedaban indefensos”.
—Totalmente. Eso es lo que no podía consentir, pero estaba claro que iba a pasar. Digamos que yo nunca he negado, a lo largo del libro, que si había ido allí a ponerme a disposición de la Fraternidad del Amor Eterno, pues, naturalmente, movería o bien hachís del excepcional o bien LSD. Eso no lo he negado en ninguna parte, pero tampoco se me ha acusado de ello. Y esos fueron los años que me tuvo vigilado la policía y que luego dijo que era un frío y calculador criminal. ¿Por qué? Naturalmente yo, para empezar, usaba siempre guantes de quirófano para no dejar huellas. Y siempre operaba de noche. Esperaba una hora, para acostumbrarme a la oscuridad, iba a algún depósito de algo, yo solo, porque era el único que sabía dónde estaba. Los policías no tenían cámaras suficientes para detectar el depósito y se aburrían como enanos vigilando mi casa. Algunos de ellos me lo contaron. Fíjate, pasaban horas en invierno fuera, con una cámara, usando celuloide, que era caro mantenerlo, o sea, no podías dejarlo en “on” sin más. Eso no tiene que ver para que cuando ya llegó y se montó la operación, yo empezara a comportarme como un memo en términos crecientes, aunque era bastante diabólica la cosa. Por un lado o por el otro, mi familia quedaba indefensa, y eso era lo que me tenía atado de pies y manos.
—¿Qué aprendió en la cárcel?
—¡Uf! Pues mira, aprendí que, básicamente, la componen no-propietarios. Parece que no, pero lo único que reduce la población carcelaria es que la gente se haga propietaria de sus bienes. ¡Fuera el alquiler! Había cero propietarios en la cárcel. Luego, descubrí que la raza caló da un porcentaje altísimo de los que están allí. Yo tenía la cárcel de mujeres pegada a la mía y, en verano, cuando se abrían las ventanas, oían tremendas obscenidades que nos decían para ver si nos inducían a masturbaciones y tal. Jamás he oído groserías remotamente parecidas.
—Un ejemplo, por favor.
—¡No, no, me niego! ¡Eran cosas demasiado atroces! (Risas) Luego, una vez que vi que a mi familia ya no la iban a tocar, que no podían, y que yo estaba con una puerta de acero que me protegía tanto de los gangsters de verdad, los corso-marselleses, como de los gangsters de mentira, pero un poco de verdad también, que eran los otros, me sentí tranquilo y dije: “Vamos a intentar minimizar este mal. A ver qué puedo hacer para que no me aborten del cuerpo social”. Y entonces pensé: “Hago una historia de las drogas objetiva, que sustituya las vaguedades absurdas hasta ahora vigentes y, pronto o tarde, se me dará este trabajo como lo adecuado a un profesor, un señor que quiere vivir de estudiar e investigar, como es mi caso”. Entonces, me enderecé y me metí otra vez en el surco. Si no, iba a estar condenado a lo que era la operación, es decir, o a convertirme en un chivato de la policía o a convertirme en un chivato de los gangsters. Ninguno de los dos caminos me resulta satisfactorio: un arrepentido profesional me ofrecía la policía; los gangsters, ser el jefe por debajo del jefe total, que tenía su yate en el puerto. ¿Por qué? Porque sabían que conocía a todo el mundo, que hablaba cinco lenguas, y eso, para ellos, es un activo muy importante.
—¿Un hombre puede ser o, al menos, sentirse libre en chirona?
—Yo me sentí de miedo en la cárcel. Me gustan los duelos, soy un poquito pendenciero de naturaleza, y si me dan un medio comparable al de mi adversario, como yo soy tenaz, siempre tengo posibilidades de ganar. Aquí, entré y le dije a don Vicente, que era el director de la cárcel: “Ya verá usted cómo salgo mucho mejor de lo que entré”. Me dijo: “Esto ya lo he oído muchas veces”. Sin embargo, fue él mismo que, días antes de la salida, dijo: “Oiga, usted es el caso de reinserción social más espectacular que he conocido, enhorabuena”. Yo dije: “Muchas gracias, don Vicente”.
—Y, nada más salir del trullo, directo a un puticlub de Perales de Tajuña.
—(Risas) Con diez pastillas de éxtasis a poner a las niñas a viajar y a regalar copas. No fue nada difícil. No me quedé, tuvimos un pequeño roce, pero no me quedé. Y cuando me fui, ya estaban cinco de ellas animadísimas. A los dos días, me llama mi amigo Raúl y me dice: “Ha habido un incidente muy raro en Perales de Tajuña. Ha llamado a la Guardia Civil el dueño del puticlub diciendo que ‘qué cosa más inexplicable: estaban repartiendo gratuitamente favores y copas las chicas’. ¿No tendrás algo que ver con ello?”.
—¿Qué me puede contar sobre Hitos del sentido?
—Aquí lo tengo. Estoy terminando el epílogo. Me hacía ilusión, ahora que estoy tan viejo y achacoso, escribir dos libros en un año. Y está conseguido a mitad de año, con lo cual tiene su mérito. El subtítulo de Hitos del sentido es: “Notas sobre la Grecia arcaica y clásica”. En principio, es disuasorio, parece muy aterrador, pero me he dado cuenta de que hay mucha concomitancia de aquello, aunque fue hace 2.500 años, y de lo que pasa ahora mismo. Fundamentalmente, en la cuestión realismo/irrealismo, o sea, de cómo las personas que aman la fantasía y la imaginación no se han dado cuenta de que la realidad tiene mucha más imaginación y mucha más fantasía.
—Señor Escohotado, ¿usted ha hecho siempre lo que ha querido en su vida?
—Básicamente. Me he dado cuenta de que había que pagar un precio por la libertad, y lo he pagado con gusto siempre.
—Para terminar, ¿qué le ha parecido el falso documental de Scorsese sobre Dylan y The Rolling Thunder Revue?
—Algunas cosas me gustan; otras, sobre todo la parte esta histriónica, de vanguardia, de Dylan, me da bastante por el saco. No veo clara la relación que ha podido tener con la Baez y con Sara, su mujer. Dylan es un tipo muy esquivo. Se transparenta su genio a través de los ojos. En el azul de los ojos de Dylan, en la expresión de sus ojos, se ve que es un superhombre. Pero, por lo demás, no parece un superhombre. En los últimos 30 años, se ha quedado sin voz. Me suena muy chungo. Es una persona que no ha sabido realmente quién es. Tiene un don para ser un altavoz de otros: la voz del mundo se ha expresado a través de él. ¿Has leído su libro de memorias?
—Claro que sí: Crónicas vol. 1. Ya salió hace mucho. Y no hay rastro del Crónicas vol. 2…
—Ese libro no es una biografía de autobombo ni de tonto del culo. Ese libro sólo sirve para decir: “Nadie va a saber nada de mí”.
Lo repito, este señor Escohotado no es ningún modelo de izquierda, falso, es un modelo de la ultraderecha disfrazada de liberalismo. Es un Falso farol a como se presenta el ante la opinión pública, su odio visceral ante los líderes de izquierda, con sus defectos que los tienen, y su tangente visión de los líderes de ultraderecha: dizque la ultraderecha no existe, que lo que existe es la ultraizquuerda que hace creer que la primera existe? en qué mundo vivió? Y se nota en unas respuestas que tenía unos delirios de grandeza muy visibles. Uno de tantos disfrazado de liberales. Culto si era, pero un ser lleno de veneno contra las posturas de emancipación de las reivindicaciones populares de la izquierda…… Creo que posiblemente era envidioso, ya que intenta por debajear a un analista muy superior a él como Marx y a Fidel Castro que fue un caudillo que el no alcanzaba a ser. Castro era muy leído, no como Escohotado dice.