El poder de la imagen sigue siendo una indiscutible verdad para el hombre de nuestro siglo que, más que nunca ama, odia, muere, se aventura, explora, descubre, se apasiona o se horroriza frente a una pantalla. Un buen ejemplo de esto ha sido el desastre de Chernóbil, rescatado del semiolvido por un brillante equipo de profesionales en forma de exitosa miniserie y vuelto a la circulación por obra y gracia de la poderosa HBO.
El primer capítulo comienza recreando la madrugada del 26 de abril de 1986. A pesar del esfuerzo de los guionistas por intentar explicar lo que allí ocurrió, sería de justicia saber un poco más sobre aquella noche. Poder entender y así no olvidar que realmente todos vivimos entre estachas de ballenas.
Bombardeando uranio con neutrones
Como casi siempre sucede en este tipo de accidentes, en Chernóbil se incurrió en una cadena de errores. Para entenderlo, hay que hablar brevemente del funcionamiento de una central nuclear.
La materia no es más que una manifestación de la energía, como puede ser el calor o la electricidad. Nosotros y todo lo que nos rodea somos en realidad energía.
Cualquier tipo de energía se puede transformar en otra, manteniéndose siempre constante la cantidad total de energía en el intercambio.
Así, por ejemplo, las centrales térmicas producen energía calorífica mediante la combustión de petróleo o carbón; con ella se calienta agua que se transforma en vapor, el cual, a través de unas turbinas, hace girar un generador (como el alternador del coche), obteniéndose energía eléctrica. El calor se ha transformado de esta forma en electricidad.
Este tipo de transformación puede realizarse también con la materia, y es lo que se hace en las centrales nucleares.
Allí, unos gramos de materia (se utiliza uranio porque es el material más indicado para el proceso) son bombardeados con un chorro de neutrones, produciendo la destrucción de los átomos y la generación de una altísima cantidad de energía en forma de calor.
Recordemos que la relación entre materia destruida y calor generado viene dada por la fórmula de las camisetas: E = mc2. Puesto que c es la velocidad de la luz (300.000.000 m/s), la cantidad de calor liberado (E) con un solo gramo de uranio (m) es enorme.
El precio de la electricidad
Este calor se emplea, como en las centrales térmicas, para generar vapor y con él después electricidad.
Todo este proceso de ruptura de átomos de materia (denominado fisión nuclear) sucede dentro de un elemento de la central llamado reactor nuclear y tiene un efecto multiplicativo. Cuando se rompe el primer átomo, su ruptura genera más neutrones que a su vez impactan con otros átomos y así sucesivamente, produciéndose lo que se llama una reacción en cadena. Esta reacción, además de generar una altísima energía calorífica, produce también radiaciones altamente peligrosas (los propios neutrones generados, rayos gamma, etc.), y por ello el reactor de las centrales nucleares debe estar siempre protegido por varios elementos de seguridad.
Primer fallo en Chernóbil: los reactores no estaban protegidos
Uno de ellos es el llamado “edificio de contención”, que no es sino un gran habitáculo que evita que se produzca la fuga de estas radiaciones en caso de fallo en el sistema de seguridad del reactor.
Primer fallo en Chernóbil: los reactores no estaban protegidos por los preceptivos edificios de contención; es más, la central nuclear incumplía las más básicas normas de seguridad establecidas internacionalmente para estos casos.
Refrigeraban con agua
Puede entenderse también que es de crucial importancia mantener el reactor debidamente refrigerado, porque las altísimas temperaturas que se alcanzan en su interior podrían devenir en la fusión del reactor y en la consecuente fuga radiactiva. En Chernóbil se utilizaba agua como refrigerante (como si se tratara del motor de un coche).
Otro de los problemas que tienen las centrales nucleares es el de la regulación de la energía producida. Lo lógico es que, cuando la demanda de energía disminuya, la producción baje también. Sin embargo, este mecanismo no es muy automático en este tipo de centrales, porque no es sencillo controlar la reacción nuclear que tiene lugar en el reactor. Parar y volver a poner en marcha un reactor nuclear no es tan simple como girar una llave de contacto.
Para regular la producción de energía, en Chernóbil se utilizaban las llamadas “barras de control”, fabricadas con materiales capaces de absorber neutrones. Cuando se quiere bajar la producción de energía, se introducen estás barras de control en el reactor, disminuyendo con ello el flujo de neutrones que impactan contra los átomos de uranio y en paralelo la reacción en cadena.
Aquel día por la tarde se había programado una prueba para comprobar hasta qué punto el sistema de refrigeración de un reactor se mantenía activo si había una caída en la energía producida por el propio reactor. Hay que apuntar aquí que la propia electricidad generada en la central es la que alimenta el sistema de refrigeración de los reactores. Es cierto también que, para prevenir incidencias, existen grupos electrógenos alimentados con gasoil que entrarían a funcionar inmediatamente en caso de una caída drástica de la energía generada por la central. Pero aquel día se quería comprobar hasta dónde podría caer este nivel de energía sin que llegaran a arrancar los grupos electrógenos.
La prueba consistía en bajar el rendimiento en uno de los cuatro reactores que tenía la central (el reactor 4) y se programó para que fuera ejecutada por el turno de trabajadores de la tarde (por lo que habían recibido un entrenamiento específico). Desde el día anterior, el reactor 4 se dejó ya funcionando solo a media potencia.
Segundo error en Chernóbil: Un experimento en manos inexpertas
El segundo gran error fue no realizar la prueba cuando estaba programada, porque la demanda energética aquella tarde hacía complicado bajar el rendimiento de la central. Por ello se decidió ejecutarla por la noche, con personal de un turno que no había sido debidamente adiestrado.
Las horas de retraso en la ejecución de la prueba fueron determinantes también por otra razón: en el reactor 4, funcionando solo al 50% durante tantas horas, se crearon unas condiciones idóneas para la disminución de la concentración de neutrones (se generó en su interior gas xenón, potente absorbente de neutrones), por lo que en el inicio de la prueba se daban unas condiciones ideales para que el reactor entrara rápidamente en situación de pérdida de potencia.
La medianoche del fin del mundo
Se inició a medianoche la prueba bajando de forma controlada el rendimiento del reactor 4. Sin embargo, la potencia cayó en picado sin justificación aparente. Desconcertados e intentando contener esta caída, los operarios, poco adiestrados e incumpliendo todo tipo de protocolos de seguridad, desconectaron el sistema de refrigeración, extrajeron barras de control (dejando el equipamiento del reactor por debajo del mínimo permitido) y desactivaron el sistema de desconexión automática del reactor.
Cuando súbitamente el reactor comenzó a recuperarse, llegó a alcanzar una potencia 10 veces por encima de su funcionamiento normal sin que nadie pudiera controlarlo. Nada pudieron hacer para evitar que el reactor explotase, arrojando a la atmósfera gran cantidad de productos radiactivos, altamente contaminantes.
Todo lo que vino después lo conocemos de sobra: Según la World Health Organization, como consecuencia del accidente, se estima en 4.000 el número de muertos aproximadamente. Esta cifra comprende los 50 agentes de servicios de emergencia que sucumbieron al síndrome de irradiación aguda y los nueve niños que murieron de cáncer de tiroides, así como un total estimado en 3.940 defunciones por cáncer y leucemia provocados por la radiación entre los 200.000 trabajadores de servicios de emergencia que intervinieron en los años 1986 y 1987, los 116.000 evacuados y los 270.000 residentes en las zonas más contaminadas (un total de aproximadamente 600.000 personas).
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