Aunque parezca imposible, la Leyenda Negra sigue tanto o más vigente que nunca. Quizás espoleados por el exitoso libro de Elvira Roca Imperiofobia, se levantó “la veda” y fuera de complejos, cada vez encontramos más y mejores ensayos históricos que ayudan a comprender este fenómeno cuya sombra se proyecta hasta el siglo XXI. Sin embargo, en el mundo de la novela todavía no existían obras de referencia. De ahí el gran valor de Grande y Felicísima Armada: Derribando la Leyenda Negra, de Aquilino Fariñas, que narra una de las más ambiciosas operaciones militares de la historia.
La Invencible, hito en la identidad inglesa y la Leyenda Negra
El episodio de la mal llamada “Armada Invencible”, contingente naval que Felipe II enviaría contra Inglaterra en el verano de 1588, representa uno de los acontecimientos más falseados por la historiografía europea. Un relato recurrente para todos los estudiantes británicos y estadounidenses desde primaria a la universidad y que se ha imbricado a fuego en la memoria colectiva anglosajona.
Una adulteración, más que interesada, cuyo papel no se circunscribe a su puntual valoración histórica o bélica, sino en el haberse convertido en pieza imprescindible del corpus identitario inglés. Inglaterra afianzaría su propia identidad como nación apareciendo como una comunidad protagonista de una grandiosa gesta de supervivencia. Una lucha ante España, enemigo poderoso y cruel, al que Inglaterra consigue vencer gracias al valor, la audacia y la competencia de todo un pueblo. Existe en este falseamiento un segundo objetivo: engrosar el imaginario negrolegendario junto a otros capítulos como el genocidio americano o la Inquisición, que exaltan el fracaso del Imperio español, de una política y de una forma de ser en el mundo.
Orange, el colaborador necesario
Aunque la Leyenda comenzó en Italia, es en Flandes donde se desarrolla con brutal virulencia. El príncipe Guillermo de Orange se rebeló contra su señor natural, Felipe II de España, y retorcería torticeramente la realidad para justificar un levantamiento cuyo combustible nacionalista sería la religión y la difamación. Así, la oligarquía local lideraría, tomaría el poder las riendas del poder político y se libraría de las onerosas fiscalizaciones imperiales. No fue en absoluto, por tanto, como lo ha vendido la Leyenda, un movimiento popular contra el invasor, sino una guerra civil entre habitantes de los Países Bajos ante la que el Imperio respondió con una mezcla de concesiones y represión. Curiosamente en la facción a la que apoyó la Corona había un porcentaje mayor de holandeses. Pero el odio antiespañol y el mantra de “el pueblo que se rebela contra el tirano” se convertiría en el pilar de la nacionalidad holandesa.
“La Apología”: munición documental
Guillermo de Orange aportaría una valiosa munición documental para la Leyenda Negra: La Apología. En la obra, de gran difusión, relataba el comportamiento criminal de Felipe II como asesino de su hijo el infante Carlos, o el de su tercera esposa Isabel de Valois, sucesos atribuibles a otras circunstancias, pero que le valieron al rebelde Guillermo para enterrar la verdad en un foso de falsedades, algo que se convertiría en una constante a partir de entonces. En esa misma línea estaría el rescate por Orange del libro de Bartolomé de Las Casas Brevísima relación de la destrucción de las Indias, que se había publicado 25 años antes en Sevilla y había pasado sin pena ni gloria. Orange promovió su edición inglesa con los impactantes grabados de Theodor de Bry, donde los españoles aparecían como monstruos sedientos de sangre, quemando hombres, aplastando cráneos de niños, azuzando animales contra personas, matando y destruyendo de forma salvaje e indiscriminada. Toda una bomba de relojería en una época en la que el poder de la imagen estimulaba la fantasía de los hombres hasta límites insospechados, que fue extraordinariamente favorecida por la aparición de la imprenta de Gutenberg.
Una invasión más que justificada
En cualquier caso, la rebelión de los Países Bajos contaba con el apoyo de las potencias protestantes, cuyo principal adalid era la reina inglesa Isabel I. La llamada “reina Virgen” sentía amenazado su aún inestable trono por el gran poderío español y no escatimó en impulsar toda causa que pudiese menoscabar el dominio de Felipe II. Intervendría directamente financiando y enviando tropas a los rebeldes holandeses y promovió las incursiones piráticas contra las flotas de Indias en su tránsito por el Atlántico y los ataques a los indefensos asentamientos españoles en las costas americanas. Asímismo, alentó con el Prior de Crato la desobediencia de Portugal cuando estaba en manos de la corona española. En la propia Inglaterra, su fuerza policial perseguía cualquier atisbo de catolicismo que, de ser detectado, era eliminado de inmediato. Llegaron el extremo de llevar al cadalso a la reina católica María Estuardo, decapitada en 1587, algo insólito para la época. Las propias costas españolas sufrían ataques ingleses, y en sus violentas incursiones en Galicia asolaban poblaciones y profanaban templos católicos.
Esta poliédrica tesitura desembocaría en la organización de un ataque masivo contra Inglaterra, “La pérfida Albión” para derrocar a la reina Isabel. Felipe II jamás se planteó ningún tipo de dominio territorial, ni de conquista anexionista. El objetivo era político y geoestratégico: sustituir a la reina protestante por otra católica. Contaba con el apoyo de la numerosa población inglesa que —hostigada— seguía profesando el catolicismo. Se declaró formalmente la guerra angloespañola y la operación de invasión constituyó un episodio más de esta guerra, algo que la historiografía anglosajona siempre se encargó de tergiversar.
“Grande y Felicísima Armada”
En este decisivo escenario, Felipe II decide la organización de la “Grande y Felicísima Armada” con Alejandro Farnesio, gobernador de Flandes y Capitán General de los Tercios, y Álvaro de Bazán, como Almirante General de la Armada. Una gran flota que saldría desde Lisboa, para adentrarse en el Canal de la Mancha, y llegaría a los puertos flamencos de la Corona española. Allí embarcarían los Tercios, la mejor infantería del mundo, una fuerza militar imparable, que una vez desembarcada en tierra inglesa, barrería cualquier obstáculo hasta llegar a Londres y lograr su objetivo: deponer del trono a la reina inglesa. En esencia, sería la mayor operación naval y anfibia de la historia, para la que sería necesario un prodigio de organización logística solo al alcance de la España del momento, algo que no suele tenerse en consideración.
La importancia histórica de la obra de Fariñas Grande y Felicísima Armada —su auténtica denominación— queda atestiguada por su presentación en la Escuela Naval Militar de Marín y en la Cátedra de Historia Naval de la Universidad de Vigo. Desde el punto de vista literario, es la primera novela cuya esencia son los propios acontecimientos y consigue traspasar al lector un conocimiento cabal de la realidad política y geoestratégica de la época. Una inmersión en la prodigiosa aventura con detalles de todo el proceso de formación y los incidentes específicos del combate en el Canal. Con el quid de la puesta en contacto de fuerzas separadas miles de kilómetros, de forma coordinada debería efectuarse el asalto a la fortaleza insular británica.
Pese a los continuos retrasos por epidemias y tormentas, incluyendo la muerte del propio Álvaro de Bazán, la Gran Armada partió hacia su destino en junio de 1588. Un nuevo comandante. Alonso Pérez de Guzmán, duque de Medina Sidonia, estaría al frente, hombre valiente y competente organizador, pero poco experto en el mando sobre la mar. Tras una convulsa travesía en un verano con unas condiciones metereológicas casi invernales, la Armada llegó compacta al Canal de la Mancha. La flota inglesa, bien avisada, intentó bloquear la llegada de los Tercios de Alejandro Farnesio desde Flandes y comenzaron los enfrentamientos.
¿Ni siquiera una simple victoria?
Podría decirse que el final es bien conocido, pero no es así. Un monto colosal de tergiversaciones, informaciones ocultas o simples patrañas han oscurecido el empeño español al mismo tiempo que se abrillantaba la esforzada actuación inglesa construyendo una leyenda de orgullo nacional.
Y el hecho es que Fariñas relata cómo no existió una victoria aplastante de la flota inglesa, ni siquiera una simple victoria, como lo demuestra la escasa pérdida de barcos españoles en la acción. Perdimos apenas seis naves y sólo dos fueron hundidas como consecuencia del combate y de forma diferida.
La Armada fracasó y en su ruta de retorno bordeando las islas británicas sufrió graves calamidades. Las razones se encuentran en un cúmulo de factores: la ambición del proyecto, la deficiente comunicación entre ambos jefes, Medina-Sidonia y Farnesio, la ausencia de adecuados puertos de embarque en las costas flamencas y las azarosas condiciones metereológicas propias de una pequeña Edad de Hielo. Es más que significativo que la Gran Armada era una fuerza tan formidable que la reina Isabel instó a las tripulaciones inglesas que no volvieran a puerto hasta comprobar fehacientemente que estaban fuera de peligro, un forzado enclaustramiento a bordo que provocaría más muertos ingleses por epidemias que bajas españolas en los combates o en los posteriores naufragios en la travesía de retorno.
La inolvidable frase de Felipe II, el monarca más poderoso de la tierra, “No envié mis naves a luchar contra los elementos”, habla de su profundo convencimiento de haber sido escogido para llevar a cabo una misión providencial. Siempre vio la mano divina en sus derrotas y victorias, lo que le hacía sobreponerse a los fracasos y no interpretar los triunfos como suyos, sino designios de Dios.
La visión falseada de este episodio se vería complementada por la ocultación de la Contra Armada inglesa. Un ataque contra España de grandes dimensiones que fracasaría estrepitosamente y que sería hasta la fecha la mayor catástrofe naval de la Historia de Inglaterra. Fue silenciada durante siglos, como detalla Luis Gorrochategui en Contra Armada, obra de referencia y ya traducida al inglés.
De entonces hasta hoy, una pléyade de historiadores ingleses y una multitud de “hispanistas” desde Julian Corbett hasta Geoffrey Parker se han lanzado entusiastas a la glorificación nacional de un hecho asumido acríticamente como verdad indiscutible, una falsedad consolidada por el desconocimiento, la apatía y desinterés de nuestros historiadores y en el peor de los casos por la propia asunción de la Leyenda Negra en el ámbito universitario, literario y cinematográfico.
Afortunadamente, en los últimos tiempos, se está efectuando una revisión crítica en la que se circunscribe el libro Grande y Felicísima Armada: Derribando la Leyenda Negra, de Aquilino Fariñas Godoy. Su autor, médico de profesión, es también autor de dos novelas históricas con un sobresaliente equilibrio entre realidad y ficción: Pedro Madruga, Cristóbal Colón: De Galicia al Nuevo Mundo —Premio Atlantis de novela histórica 2015, una incursión fidedigna en el siglo XV peninsular y una realidad alternativa al discutido origen de Colón— y El Viento de la Guerra”, que aborda la batalla de Elviña que enfrentó al ejército inglés de Sir John Moore y a la Grande Armée napoléonica comandada por el Mariscal Soult.
Una extraordinaria novela
En el caso de Grande y Felicísima Armada, el autor adopta la impasibilidad del forense ante su pieza de disección. Un relato riguroso y brillante con capítulos cortos pero densos y muy amenos, en los que la trama se mueve con rapidez entre personas, atmósferas y voluntades dando forma a un mosaico que va confluyendo en el designio real. Enfrentamientos y decisiones y los elementos más sobresalientes de una epopeya que transcurre de Lisboa a París, de Londres a Bruselas, o de Roma a El Escorial. Felipe II e Isabel I, pasando por Alejandro Farnesio, Medina Sidonia y el papa Sixto V, capitanes y otros muchos personajes entretejen una trama con incertidumbres y certezas.
El autor también aborda episodios oscuros como la explosión del San Salvador, la sorprendente captura por Francis Drake de Ntra Sra del Rosario, o la valiente resistencia de Hugo de Moncada a bordo de la Galeaza San Lorenzo encallada en los bajíos arenosos de Calais. Fariñas desvela su utilización propagandística como arma de guerra a través de la impresión de “hojas volanderas” que fueron repartidas por toda Inglaterra por los agentes de la reina y los presbíteros anglicanos. Pero el lector apasionado por la Historia se recreará en la visión pormenorizada, día a día, de los combates en el Canal, el espectacular episodio con los buques incendiarios en Calais, la confusa batalla final en Gravelinas, o las discusiones en el seno de la propia Armada a la hora de tomar decisiones que cambiarían el rumbo de la Historia. Muy enriquecedor resulta que la obra aporte una segunda lectura como ensayo histórico, al incluir decenas de pies de página con referencias literales a textos extraídos de su letargo intemporal que reviven brillantemente en el transcurso narrativo.
Aquilino Fariñas, ante la epopeya de la Gran Armada, consigue despertar un efecto catártico y la rebeldía contra este persistente y penoso avatar histórico que gravita sobre la Leyenda Negra. Es, por tanto, un libro necesario, una visión imparcial, documentada y antinegrolegendaria sobre nuestra historia y la historia del mundo. Unos hechos que han construido la identidad anglosajona, pero que han tiznado tanto la perspectiva europea hacia España como nuestra propia autoestima como sociedad. Un estigma que, sin duda, este libro contribuye a mitigar. Pero tal vez en la tesitura actual el principal valor de Grande y Felicísima Armada es el espolear la conciencia de que es imperioso recuperar para las generaciones venideras la realidad y el orgullo por nuestra Historia. Y al mismo tiempo, el ser homenaje inexcusable a aquellas brillantes personalidades y soldados anónimos, hombres fuertes y valerosos españoles que navegaron en la Gran Armada por su Rey y su Dios.
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Autor: Aquilino Fariñas Godoy. Título: Grande y Felicísima Armada. Venta: Amazon
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