La leyenda urbana sostenía que el señor Chen, un ciudadano chino de buena familia formado en Alemania antes del advenimiento de Mao, huyó a España después de haber asesinado a su partenaire en un número circense de lanzamiento de cuchillos. Era del todo falso pues lo cierto fue que Chen-Tse-Ping era miembro de una troupe china que recorrió Europa ejercitando varios números en pista, entre otros el del lanzamiento de cuchillos que era una actuación muy celebrada en el que demostraba una gran destreza.
Tras recorrer con un circo Portugal se instalaron en España y fundó el circo Chino.
Conoció a una joven bailarina de dieciséis años, Manuela Fernández, que trabajaba en las charivaris del Price y que era hija de uno de los socios de la popular fábrica de gaseosas La Revoltosa, muy difundida en la España de posguerra. El señor Chen tenía cuarenta años cuando se casó con Manolita y juntos fundaron el teatro Chino de Manolita Chen. Corría el año 1950 y el siglo pasado se doblaba en dos mitades.
Y empezó a caminar. No había feria española en que no actuaran con una estructura de madera cubierta con un toldo y programando cantaores de flamenco, artistas de la copla, cómicos más o menos zafios de la escuela española zaragata, parodistas musicales, y veinte bellas señoritas que constituían la principal atracción del espectáculo. Así, de norte a sur, desde las Fallas de Valencia hasta las ferias otoñales de san Lucas en Jaén, instalaban su tabladillo, cada año más grande y pretencioso, ofreciendo una hora larga de varieté cañí, en cuatro o cinco funciones diarias hasta bien entrada la madrugada.
Por el Teatro Chino pasaron figuras populares como Porrina de Badajoz o Perlita de Huelva, actores como Florinda Chico o Juanito Navarro, estrellas de la televisión como Esteso y Pajares y una larga retahíla de vedettes innominadas.
Fue altamente popular así como financieramente rentable. Coqueteó con el destape en la frontera del desnudo integral y permaneció hasta el año 1986 cuando la España de la transición ya no entendía el discurso de sal gorda que durante treinta y seis años fue la divisa de doña Manolita Chen, que tuvo competencia imitando su fórmula.
Aparecieron varios teatros ambulantes compitiendo con la compañía que dirigía el hijo del señor Chen al que los artistas y empleados llamaron Chepin, y así tenemos constancia del Teatro Argentino, de Manolo Llorens, acaso el mayor enemigo artístico del Teatro Chino, el mas sicalíptico Teatro Lido, y el inimitable Teatro Chino de Antonio Encinas. En la década de los noventa desaparecieron los tabladillos de varietés hispánicas y se cerró la crónica sentimental de un género efímero que transitó entre el cabaret musical y la estructura teatral del vodevil.
Y llegó el olvido, aunque recientemente José Montijano editó un texto que recuerda episodios del teatro Chino y de Manolita Chen que fueron objeto de un documental de TVE. Manolita Chen murió longeva hace pocos años en una residencia sevillana de Espartinas. Gloria y memoria al más ínfimo de los espectáculos, los teatros ambulantes de feria.
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