El ferragosto romano se corresponde hoy con la festividad cristiana del 15 de agosto, y la instauró el emperador Octavio Augusto como Feriae Augusti, en el 18 a. de C.
Recuerdo que, hace muchos años, a los jóvenes de mi generación nos gustaba esa palabra y, sin saberlo, inventábamos su significado ante el intenso calor del verano: ¡menudo ferragosto! Veníamos del cine del neorrealismo y leíamos los relatos de verano de Cesare Pavese y la poesía de su Lavorare estanca. Nos rebelábamos con el cine y la literatura de Pasolini, con Alberto Moravia y sus historias de iniciación y nuevas sensaciones; con Buenos días, tristeza, de Françoise Sagan, una escritora de nuestra edad que había publicado la novela con solo 19 años. Recuerdo que nos causaba auténtica admiración cuando veíamos la foto en su descapotable, abrazada a su perro, en aquellos años 50 en St. Tropez, mientras escuchábamos a Françoise Hardy. ¡Oh, la la, Paguí!, decíamos revolviéndonos la melena, como un signo de rebeldía. Una rebeldía más bien parca que nosotros nos encargábamos de hacerla parecer importante y que, ante la de Cécile, la prota de la novela de la Sagan, que debía de tener 17, no se parecía en nada. Sobre todo teniendo en cuenta al padre de la criatura, un viudo frívolo y bon vivant, partidario del amor libre, que decíamos entonces, envuelto todo en el entorno mediterráneo que tanto nos seducía.
Las lecturas y las películas se sucedían cada semana, y mientras intentábamos parecernos a los existenciales franceses llegaban a nuestras vidas, necesitadas de mundos paralelos con los que soñar despiertos, las propuestas tórridas de Tennessee Williams: De repente el último verano, La gata sobre el tejado de zinc… Años después descubriríamos a Patricia Highsmith con sus historias negras cargadas de intención irreverente: Ese dulce mal, El temblor de la falsificación… Nada que ver con el El Jarama, la novela de Rafael Sánchez Ferlosio, de la que tantas pestes echó su autor y que leímos con voraz fruición juvenil. Algo parecido le pasó a Juan Goytisolo cuando saltó al vacío con Reivindicación del conde don Julián, Juan Sin Tierra y Makbara, respecto a sus primeras obras realistas, Duelo en el paraíso y Para vivir aquí, una colección de relatos que a mí tanto me gustó.
El verano siempre ha sido una estación para leer: en la playa, bajo la sombra de un árbol, en una terraza o tumbado en la cama. Cualquier lugar es bueno si se sabe acompañar de un buen libro. No tiene por qué tratar del verano, naturalmente que no. Leer en agosto una historia que ocurre en el Polo Norte o hacerlo en invierno con un libro sobre un amor caribeño también son buenas elecciones.
Este verano se está acabando, y por eso se me ha ocurrido escribir sobre él. No sobre el fin del verano, sino sobre libros que tengan en su título esas palabras: verano, agosto, vacaciones, etc., o que traten sobre todo esto.
Con septiembre a la vuelta de la esquina podemos poner a estos libros dos canciones de los años 60, a modo de banda sonora. La primera, la de El Dúo Dinámico, “El final del verano”, y la otra “Cuando llegue septiembre”, de The Rocking Boys, que a pesar de su nombre eran naturales de La Línea de la Concepción. La canción de El Dúo Dinámico decía: “El final del verano llegó, y tú partirás”, con toda la melancolía de la pérdida, a lo que los gaditanos arreglaban de esta guisa: “Cuando llegue septiembre todo será maravilloso”.
Vamos, pues, con doce libros “veraniegos”:
Roger Drakin, Diarios del agua. Impedimenta.
Herman Melville, Moby Dick. Navona.
Julian Ayesta. Helena o el mar del verano. Acantilado.
Eduard Palomares. No cerramos en agosto. Libros del Asteroide.
Morten A. Strøksnes. El libro del mar. Salamandra.
Charles Simmons. Agua salada. Errata Naturae.
Marguerite Duras. Las lluvias del verano. Alianza.
Mirko Sabatino. El verano muere joven. Sexto Piso.
Sylvia Tesson. Un verano con Homero. Taurus.
William Faulkner. Luz de agosto. Alfaguara.
J.M. Coetzee. Summertime. Literatura Mondadori.
Y para terminar, el verano español por antonomasia. Un verano televisivo a mayor gloria de los que andan ya por los 40:
Mercedes Cebrián. Verano azul: Unas vacaciones en el corazón de la Transición. Alpha Decay.
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