Holmes y Watson llevaban un mes en su apacible retiro y hasta la fecha no habían recibido ninguna visita ni noticia que alterase su rutina diaria. En ese momento de la mañana, después de un suculento desayuno preparado y servido por la señora Hudson, los dos amigos se encontraban clasificando los más de 500 casos que el detective guardaba muy bien resumidos en sus cuadernos secretos.
En un momento de descanso, Watson se levantó de su silla de escritura, que había sido rescatada hacía muchos años del desván de la señora Hudson, en Baker Street, y se dirigió a la pequeña biblioteca que tenían situada en la sala de estar de su actual residencia. Quería coger un libro que le había recomendado el detective y empezar a disfrutar de su lectura de inmediato. Justo cuando le iba a echar mano, sin que ni siquiera llegara a tocar el borde superior del lomo, el volumen se precipitó al suelo, como si una mano misteriosa lo hubiera impulsado, y una carta salió de su interior y quedó sobre la alfombra. Sin duda alguna aquello presagiaba un mensaje.
Ambos amigos se observaron con extrañeza y fue Holmes quien, con mucha curiosidad, recuperó y observó la inesperada misiva que iba dirigida a su nombre. El matasellos del sobre era de Yorkshire y la fecha de expedición el 15 de julio de 1874. Aquella carta había permanecido 30 años encerrada en el libro. El detective de inmediato reconoció la caligrafía de su padre y observó que era la contestación a otra carta suya en la que le comunicaba a su progenitor «que no quería ser ingeniero y que abandonaba los estudios para ejercer la profesión de detective consultor».
La respuesta fue taxativa: «Te proporcionaré una asignación que me parezca razonable, pero no quiero volver a verte».
Aquella contestación invadió al detective de una marea de tristeza que no había desaparecido hasta la fecha.
Todavía estaba Holmes con la respuesta de su padre apresada en la mano cuando llamaron suavemente a la puerta de entrada y la señora Hudson acudió a abrirla secándose las manos en el delantal. En el quicio de la entrada apareció un mensajero de aspecto solemne, rostro enjuto y mirada enigmática. Iba acompañado de un ayudante que no dejaba de asentir con la cabeza. Como si fuera un muñeco chino de contrapesos.
—Por favor, quisiera saber si el señor Sherlock Holmes se encuentra en casa. Traigo para él una carta que puede ser de su interés —dijo el visitante sin moverse una pulgada del quicio de la puerta.
—Puede entregármela, que yo se la haré llegar ahora mismo —dijo con voz muy profesional la señora Hudson.
—Lo lamento, pero tengo instrucciones severas de S.M. Eduardo VII de entregarla personalmente y darle explicaciones a tan insigne caballero de las causas de la demora en su entrega. La carta tiene fecha de 15 de julio de 1874 y han pasado 30 años desde que fue depositada en una oficina postal de Yorkshire.
La señora Hudson invitó a pasar el vestíbulo a la pareja visitante y acudió a la sala de estar para poner al corriente al detective. Holmes no se sorprendió mucho, puesto que había agotado su dosis de asombro con el extraño fenómeno de la caída del libro y el hallazgo de la primera carta de su padre.
—Hágalas pasar, y por favor prepare un servicio de té muy fuerte.
Los dos emisarios pasaron a presencia de Holmes y Watson, y el detective los invitó a que tomaran asiento y hablasen. El que llevaba la voz cantante señaló con un gesto brusco de su mirada a Watson, dando a entender que su presencia sobraba en la entrevista. De inmediato, Holmes utilizó el mismo argumento reiterativo del que se valía siempre en idénticas ocasiones.
—Está bien, usted decide —dijo el emisario—. Tengo la orden de darle explicaciones por la demora en la entrega de la presente carta, y ya he puesto al corriente a su ama de llaves. Esta misiva fue depositada hace 30 años en el servicio postal de Yorkshire y desde entonces ha permanecido olvidada en un apartado de Correos de una pequeña estafeta del condado de Norfolk cuyo nombre es Donnihorpe.
—¿Está usted autorizado a facilitarme el nombre del titular del apartado? —preguntó Holmes con curiosidad.
—Los asuntos que afectan al Servicio Postal son sumamente confidenciales, pero en este caso estoy autorizado a decirle que el nombre del titular es James Moriarty.
Aquí se ve palpablemente hasta dónde llegaba la poderosa red del gran enemigo de Holmes.
«Querido Sherlock:
Ya conoces la inoportunidad de mi genio, que se refleja crudamente en la carta que te envié ayer, pero quiero que sepas que estás autorizado a desempeñar la profesión que desees. Solo te pido que triunfes en ella.
Tu padre, Siger Holmes»
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