Antonio Gala acaba de publicar el libro de poemas Desde el Sur te lo digo, y desde “ese pálpito inefable” que es el Sur nos llegan, de la mano de Pedro J. Plaza —responsable de la edición—, estas palabras introductoras que sitúan con sensibilidad y reconocimiento “el bitácora lírico de un viaje tan dinámico como inmóvil”.
“Solo me queda el goce de estar triste, / esa vana costumbre que me inclina / al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina”; así cerraba, con suma y habitual maestría Jorge Luis Borges, el ciego más lúcido que jamás nuestra literatura haya conocido, el segundo soneto del díptico llamado 1964. Y es que el Sur, monosílabo, mayúsculo, contiene en sí mismo una suerte de concepto universal, un sentimiento desbordado, una intuición primigenia, un pálpito inefable: un lugar común de la cultura meridional que el joven Antonio Gala visitaba melancólico en unos interrogantes heptasílabos y endecasílabos publicados en la revista Platero —la cual editaba su amigo Fernando Quiñones— ya en el año 1953: “[…] ¿qué otra cosa es posible / para los que nacimos en el Sur, / sabemos el impío / secreto de las selvas y bebemos / la púrpura del Sol de Mediodía?”.
Desde el Sur te lo digo pretende ahora, de esta manera, ser el bitácora lírico de un viaje tan dinámico como inmóvil por los muy diversos recovecos de nuestra provincia; por ello, cada uno de los poemas aquí recopilados ha sido escrito, por la mano del autoproclamado poeta cordobés, en tierras o aguas malacitanas. Quizá no están todos los que son, pero, sin duda, sí son todos los que están: el conjunto completo, por vez primera, de la poesía que Gala ha dedicado a Málaga, para Málaga, desde Málaga.
El susodicho periplo prometido comienza, pues, a través de Testamento andaluz (CajaSur, 1998), un armonioso mosaico del que hemos tomado, para la presente ocasión, las tres teselas, o sea, los tres momentos eternos, que acaecieron en tres puntos distintos de Málaga: el primero, a medianoche, en una playa de El Palo, donde el yo poético goza de una genuina experiencia mística: “Supe que estaba Dios, / y que la arena y tú / y el mar y yo y la luna / éramos Dios”; el segundo, en las calles de Ronda, donde amante y amado reunidos se descubren por el Tajo; el tercero, en una plaza de Marbella, donde la vida, como nunca antes, sobreviene para reafirmarse: “Aquí, bajo un naranjo, sobre un banco, / una tarde cualquiera, / con el aire a sus pies, se confirmó la vida”.
Y la aventura prosigue, discurriendo aún por la geografía más íntima, la del amor y el desamor, y entonces el vate, confiado, nos invita a penetrar con él los jardines abundantes y verdes, las tan acogedoras estancias de La Baltasara —finca sita en la villa de Alhaurín el Grande—: su casa última, su hogar siempre soñado. Estas doce escenas, estos doce poemas —liberados por fin de varias erratas despistadas—, proceden de El poema de Tobías desangelado (Planeta, 2005), libro que ha de suponer, según el testimonio del propio Antonio Gala, su gran legado literario de cara a la posteridad. Leyendo con tesón hallaremos, renovada en la pasión, la bíblica historia de San Rafael, ángel, y Tobías, hombre; acariciaremos los lomos de Zegrí y Zagal, dos de los fieles perrillos que acompañaron, tanto tiempo, a Gala; respiraremos, además, la dulzura que brota entre los muros atónitos de la morada: “A la luz de las velas yo te amo. / La carne se suaviza / y nuestras sombras tiemblan / en las paredes avarientas”; escucharemos en la distancia y en silencio la súplica por el regreso: “Desde el Sur te lo digo. / Desde el Sur mismo que echo en falta hoy. / Vuelve si puedes […]”; nos agitaremos ante la inocente sorpresa emanada de la rendición necesaria: “Me reservó la vida / para el fin la dulzura”; o lloraremos, incluso, al son de un sumiso dolor: “No quiero liberarme, por ser tuyo, / de este sabio dolor que me extermina”.
Sabemos que Un pueblo visitado —también natural del Tobías— fue escrito en Málaga porque, en Poemas de amor (Planeta, 1997), rezaba un título algo diferente: “Un pueblo de Málaga”; a la vista de la descripción que proporciona, dejaremos que cada cual extraiga sus conclusiones. En cualquier caso, disfrutaremos todos del obsequio de su manuscrito original que, curiosamente, no es otra cosa que una frágil servilleta de papel. Por último, con inmensa generosidad, a esta edición han regalado Antonio Gala y Luis Cárdenas, su secretario, dos poemas inéditos hasta hoy: el uno habla otra vez de sus buenos perrillos; el otro canta la consecución y pérdida de un amor en sus estrofas, en su estribillo; ambos se compusieron, asimismo, en el retiro espiritual de La Baltasara.
Querida lectora, querido lector: sed a estos versos bienvenidos, et ponite illos ut signaculum super cor vestrum.
Poemas
Playa de El Palo
Aún eres mío, porque no te tuve.
Cuánto tardan, sin ti,
las olas en pasar…
Cuando el amor comienza, hay un momento
en que Dios se sorprende
de haber urdido algo tan hermoso.
Entonces, se inaugura
—entre el fulgor y el júbilo—
el mundo nuevamente,
y pedir lo imposible
no es pedir demasiado.
Fue a la vera del mar, a medianoche.
Supe que estaba Dios,
y que la arena y tú
y el mar y yo y la luna
éramos Dios. Y lo adoré.
La Baltasara
Alhaurín el Grande
[I]
Dices «me voy», y no te vas ni puedes.
El ala que de mí te alejaría
la muevo yo, porque también es mía:
yo soy la condición de tus mercedes.
Tú me enredaste, arcángel, en tus redes.
Volar sin mí, imposible te sería,
porque soy tu pretexto de alegría
y la condena de que aquí te quedes.
La ocasión de tu humana vestimenta
mi necesidad fue; no alardees tanto,
que yo aprendí de ti más de la cuenta.
Si no te gusta el aire de mi canto,
otro aire celestial distinto inventa;
pero estaremos juntos entretanto.
[VII]
Te tomaré la mano.
Te mostraré mi fracasada geografía.
Aquí solía estar mi pensamiento;
aquí, mi corazón —te diré—,
que tanto se ha excedido.
Esta era mi cintura,
que supo el nombre de las constelaciones.
Y este, mi anhelo,
que esperaba y que desesperaba.
Desde el Sur te lo digo.
Desde el Sur mismo que echo en falta hoy.
Vuelve si puedes: aquí está la verdad
siempre que tú la traigas con tus alas.
Como en mi fracasada geografía,
batida por un aire adolescente
y un sol despótico y una indecisa agua
y una vaga promesa de fortuna…
Aquí solía estar mi pensamiento.
Y aquí, mi corazón.
Búscalos tú. Deséalos con los tuyos,
y acaso los encuentres.
Si es así, aduéñate de ellos: no lo dudes…
Estas laderas fueron
satinadas, recientes, terrenales…
Estas zonas sombreadas
ardían… Estas luces, que apenas brillan,
regían la llegada de las proas,
e inolvidable música vertía su latido…
Ya todo se ha olvidado;
pero búscalo. Deséalo, renuévalo,
invéntalo de nuevo…
Porque casi es de noche.
Desde el Sur te lo digo.
Ese Sur que tampoco existe ya…
Recuérdalo, ángel:
el Sur y yo solo en ti pervivimos.
Tú eres el responsable de nosotros.
[VIII]
Me reservó la vida
para el fin la dulzura.
Igual que un postre hecho por tiernas manos,
puesta la mente en alguien
que va a llegar exhausto
y que sonreirá ante la sorpresa…
Igual que un postre,
la vida me guardaba para el fin la dulzura.
Llegaste rodeado de versos y de pájaros.
Llegaste volando muy despacio, volando
con la manzana del amor en la boca:
lo mismo que esas que hay, de rojo caramelo,
en los puestos humildes de las ferias.
Llegaste con el nombre
de los luceros aprendido,
con el desasosiego y el estupor de los adolescentes
y también con su seguridad desaforada.
Traías enredaderas en los brazos
y me mirabas como si nunca hubieses
dejado de mirarme.
Como si todo en este mundo dependiera
de aquel hilo de Ariadna
que ataba nuestros ojos…
Te acercaste
como un funambulista sobre el hilo;
te apeaste en mis ojos,
entraste en mí por ellos,
asombrados de la visita deslumbrante,
sin preparar la entrada de mi casa,
sin asear los cuartos y deshecha la cama…
Ya no esperaba a nadie. No sabía
que decidió la vida reservarme
para el fin la dulzura…
Nunca creí en mi suerte, ni aun entonces.
Abatí párpados, atranqué las duras
puertas del corazón.
Cerré ventanas, eché estores, corrí muebles,
oscurecí paredes encaladas, clausuré
las rosas últimas, rechacé los crecientes de la luna…
Me senté jadeando,
solo ya para siempre.
Pero tu mano recogió
la mía. La besaste.
Con un fragor gozoso
se vinieron abajo mis defensas.
Desde entonces estoy
desnudo como un niño confiado
que se abandona al aire cariñoso,
a la tierra materna y mecedora,
al sol y al agua vivos…
Como el niño, vuelto de la orfandad,
que aprende el secreto increíble:
para él la vida ha reservado
un final de dulzura.
[XIII]
Un pueblo visitado
Aquí naciste tú, áptero todavía.
Te embelleciste bajo estas palmeras,
oíste acaso estos pájaros
y te bañaste en esta luz los ojos.
Por esta misma acera
te aproximabas a la inquietud o al embeleso,
y a los pies de esta torre
supiste que la vida
era y no era un lecho de rosas.
Me esperabas, sin saber mi existencia,
en este pueblo amargo y soleado.
Y me hallaste, y te tuve.
Luego volviste, cerrados ya los ojos,
a esta amargura y a este sol.
Solo para ausentarte.
Para cumplir tu enigma.
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Autor: Antonio Gala. Título: Desde el Sur te lo digo. Edición de Pedro J. Plaza. Editorial: Rafael Inglada ediciones. Colección: «Arroyo de la Manía”. Málaga.
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