Tres rebeldes hermanas de pelo de fuego, una hacienda denominada «Las Urracas» y los albores de la industria del vino en la Rioja son los ingredientes de la nueva novela de la bilbaína Alaitz Leceaga (1982), «Las hijas de la tierra».
Entre viñedos de la Rioja alavesa, junto a un meandro del Ebro y bajo la sombra de un recio olivo, la escritora ha explicado, en una entrevista con Efe, que cuando había terminado su primera novela, «El bosque sabe tu nombre», de la que lleva vendidos más de 100.000 ejemplares solo en español, visitó esta zona y quedó «sin aliento».
«Ante un cielo abierto tan impresionante como el que hay aquí, con estas tierras, este río, este clima tan especial, pensé que mi nuevo libro tenía que transcurrir en el lugar y, tras visitarlo bien y documentarme, creí que también merecía ser contada la peripecia de las pioneras de la industria del vino, que abrieron camino, y que, en cambio, son las grandes olvidadas y borradas de la historia».
A su juicio, como ya ocurrió con otras industrias como la del cine, «los primeros trabajos, precarios y sin prestigio, fueron ocupados por mujeres y fue cuando hubo un crecimiento que llegaron los hombres y se produjo un desplazamiento, aunque, en la actualidad, hay mujeres muy valoradas en el sector».
Publicada por Ediciones B, en «Las hijas de la tierra» el lector descubrirá una saga familiar, en la que las mujeres como Gloria, tienen mucho peso; acabará conociendo los secretos y los misterios que las conforman y quedará impactado y sobresaltado con algunas escenas, pero, según Leceaga, «el relato me pedía esa violencia, ese sentirse arrastrado».
Asimismo, la obra muestra cómo a finales del siglo XIX unas mujeres que desobedecieron el «statu quo» consiguieron que unos yermos florecieran y cómo, luego, «se acostumbraron al poder de la tierra».
Con ecos de Emily Brönte y guiños a Mary Shelley, la novela arranca cuando la filoxera ha arrasado los viñedos de Francia, lo que obliga a iniciar en otros emplazamientos los cultivos de la uva, viviendo algunas zonas de España «un momento único, un contexto histórico que, en este caso, marca la vida de mis personajes», precisa Alaitz Leceaga.
La llegada del ferrocarril a una localidad como Haro, la construcción de nuevos caminos y carreteras, la experimentación con nuevas técnicas, «provoca incluso un cambio en la orografía del paisaje».
Confiesa la novelista que, además, frente al ordenador le encanta construir desde una finca como la de Las Urracas, que no está basada en ninguna real, al ficticio pueblo de San Dionisio.
«Disfruto mucho —prosigue— imaginando cada pasillo de esa casa, que el lector pueda pensar, como hago yo, cómo sería vivir allí, con ese mundo subterráneo. Podría escribir sin ningún elemento gótico, pero me apetece que aparezca y creo que, por lo que ocurrió con ‘El bosque sabe tu nombre’, eso atrae a mis lectores».
Antigua vendedora de pisos, que siempre soñó con una habitación propia, Leceaga planifica sus relatos antes de darles forma a golpe de teclado, y siempre ha tenido claro que el lector tiene que ver cuál es el peligro real de los diferentes personajes, defendiendo que «cuanto peor es el villano, mejor es la historia».
En «Las hijas de la tierra», como ya ocurría en su debut literario, que se ha traducido a una decena de idiomas, ha dado vida a uno que no deja indiferente por su brutalidad.
No esconde que ante algunas escenas, «lo que hago es beber agua y tomar aire para poder acabarlas».
Con un nuevo proyecto literario entre manos, del que no desvela nada, reconoce que en los más de dos años que han transcurrido desde que entregó su primer manuscrito ha tenido momentos de «sensación de irrealidad y de flotar» por el éxito de «El bosque sabe tu nombre», con comentarios positivos de lectores que, tanto son mexicanos como de Polonia.
Aunque se le intenta tirar de la lengua, tampoco despega los labios sobre un posible proyecto audiovisual sobre esa novela. No quiere que la magia que incluye en sus narraciones se desvanezca en la realidad.
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