A pesar de la distancia generacional, el poeta Joan Brossa y el pintor y escultor Joan Miró protagonizaron vidas paralelas hasta que sus trayectorias convergieron en un mutuo reconocimiento, el primero seducido por el arte y el segundo rendido a la palabra visual.
De todo ello habla la exposición «Miró y Brossa. 100 años», promovida por el Ayuntamiento de Valladolid, inaugurada este miércoles y que permanecerá hasta el 1 de diciembre como contribución de la ciudad al centenario del nacimiento del poeta más activo del grupo vanguardista Dau al Set.
Brossa (1919-1998), que hace dos años ya fue objeto en Valladolid de una exposición monográfica en el Museo de Arte Contemporáneo Español Patio Herreriano, recala ahora con el complemento de Joan Miró (1893-1983) a través de un montaje que trata de profundizar en el vínculo entre ambos, ha explicado este miércoles el comisario, Óscar Carrascosa, durante la presentación.
Se conocieron en 1941 a través de otro poeta, Joan Vincenç Foix (1893-1987), y a partir de entonces fraguó un estrecho contacto que desde el conocimiento personal derivó a la mutua colaboración artística dentro de sus respectivas especialidades.
Si Brossa exploró la capacidad visual de la palabra a través de poemas experimentales, Miró tanteó la fortaleza semántica de la imagen con sus ensayos pictóricos y la materia, como se aprecia en el fondo facilitado por la Fundació Joan Brossa y la Galería Joan Prats cuya cesión ha agradecido la concejala de Cultura, Ana María Redondo.
La nave y sillería de la antigua iglesia monástica de Las Francesas acoge poemas visuales como unas tijeras con una de sus hojas amputadas («Herramienta muerta») y una mecedora desfondada con hojas otoñales a su alrededor («Desnudamiento»), como expresión del espíritu reivindicativo y combativo del poeta.
Su plenitud creativa coincidió con el franquismo más férreo y represivo, al que denunció a través de poemas-objeto como los referidos, con litografías, imágenes e instalaciones en la misma dirección: la crítica y el rechazo a la censura y falta de libertades, por una parte, y el expansionismo de los Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial, de índole económico y social.
A lo largo de la exposición se aprecia la evolución de Brossa desde la palabra plasmada en un poema hasta la poesía visual que cultivó con especial deleite y frecuencia, para ocultar tanto frustración como el desdén hacia el régimen dictatorial en que le tocó vivir.
Joan Brossa quedó seducido por las vanguardias del primer tercio del siglo XX, lo que explicaría esa pronta afinidad con Miró que el comisario de la exposición, Óscar Carrascosa, ha fechado en 1941 y anudaría su posterior amistad, colaboración e influencia bidireccional.
De ese espíritu crítico también participó Miró hasta el final, como acredita una litografía expuesta —fechada en 1973, diez años antes de su muerte y a dos de la muerte del dictador—, titulada «Por un teatro para Cataluña».
Después de las exposiciones monográficas en Valladolid y Barcelona, Brossa será objeto de dos nuevos homenajes en Buenos Aires, este diciembre, y en Ciudad de México, en mayo de 2020.
De su condición de artista polifacético da cuanta no sólo sus variantes como poeta, cartelista y guionista cinematográfico, sino también galardones que obtuvo como la Medalla de Oro al Mérito de Bellas Artes y el Premio Nacional de Teatro.
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