Siete son los kilos que el escritor francés Nicolas Mathieu ha engordado desde que en noviembre ganó el Premio Goncourt con su novela «Sus hijos después de ellos», uno de los «inconvenientes» de haberse convertido en un referente de la literatura gala con este libro que nació con un «postulado modesto».
Saldar «cuentas pendientes» con los adolescentes protagonistas de su anterior y primera novela y con su propia juventud, así es como Mathieu comenzó a dar vida a esta premiada obra (publicada en España por ADN), una novela que en principio iba a ser de «aprendizaje y desamor» y que gira entorno a la vida de tres jóvenes —Anthony, Stéphanie y Hacine— que crecen en plenos años noventa.
«Pero empezó a engordar porque me planteé qué mueve a las personas, por qué hacen lo que hacen. Y ahí creé este mundo que partió de un postulado más modesto», cuenta a Efe Mathieu (1978), un ser humano de «naturaleza inquieta» que teme que no le quieran, así que tiende a «decir siempre que sí para agradar a todo el mundo».
Una personalidad que reconoce que podría hacerle enloquecer, pero que parece controlar, sobre todo desde el día en el que le otorgaron el premio más importante de las letras francesas, día en el que también llegaron muchas ventajas.
«Dos semanas antes del premio me compré una casa y cuando descubrí que el techo estaba fastidiado no me planteó problemas, hice un cheque y cambié el tejado», cuenta entre risas, mientras reconoce una de las desventajas es que ahora sus palabras «ya no tienen el mismo peso» que cuando era desconocido.
Y por eso, de vuelta a la sonrisa, Mathieu explica como ahora todo el mundo le convida a comer y a beber y se siente como «una chica guapa» que está en una discoteca y todo el mundo le «invita a copas».
Considerada por muchos como una novela visionaria que aborda esa generación de la que han nacido los Chalecos Amarillos, el francés se niega a aceptar esta catalogación, porque en «Sus hijos después de ellos» lo que hay es un relato de iniciación, de sueños por cambiar de vida, de diferencias sociales o de amor inalcanzable que en gran medida recoge parte de su vida.
«Intento mostrar la dignidad y la grandeza de esas vidas modestas, que no son historias de éxito, pero es la vida de todo el mundo, todo el mundo muere cerca de donde nace y reproduce más o menos lo que hicieron sus padres, he querido mostrarlas en su grandeza, hay ironía constante en el libro, pero no hay sarcasmo y, sobre todo, no hay juicio», matiza.
Tanto es así que hay mucho de Mathieu y de su existencia porque «durante mucho tiempo» se alimentó de las «pasiones unilaterales» de Anthony, fumó «petas todo el día» como lo hace Hacine, y también tuvo una scooter como Stèphanie.
«También hay mucho de mi en los padres de Anthony, y en la melancolía del tiempo que pasa. Así que estoy en todas partes y en ninguna», añade.
Un trabajo que ha sido «muy doloroso» porque no hay una frase de este libro que no haya reescrito «dos veces», algo que le alivia al recordar, con una gran sonrisa, la frase de Cormac McCarthy: «si un libro no te lleva a las fronteras de la locura no sirve para nada».
Inmerso ya en su tercer novela, en la que rescatará a la madre de Anthony, Mathieu reconoce que tiene miedo, pero cuando se puso a escribir la que será su nueva obra se dio cuenta de que no se había «aburguesado».
«Sin embargo —concluye— tengo miedo de hacer una novela mediocre y que acaben conmigo. Sé que una buena parte de los lectores que han comprado este libro después del premio no son mis lectores, son los lectores del premio ¿cuántos de esos lectores me seguirán? porque he vendido 400.000 ejemplares y no volveré a hacerlo».
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