Fernando Savater (San Sebastián, 1947) escribió La peor parte (Ariel, 2019) para no quedarse a solas con lo único que, desde hace ya más de cuatro años, cuenta para él: la ausencia de su mujer, Sara Torres Marrero, alias Pelo Cohete, fabricante de paraísos, defensora de “pobrecillos” y, sobre todo, el amor de su vida, el amor en su vida, su amor a la vida. En las 264 páginas de su último libro, el filósofo recoge un relato mucho más triste y nocturno que los versos aquellos del poeta chileno: “Desde que ella no me lee, cuanto hago me parece hueco, plano, sin fondo ni relieve, carente de finalidad”. Sin embargo, entre las lágrimas y el desconsuelo, también hay una celebración gozosa y melancólica de esa cosa que el DRAE define como “sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser”, y que a la mayor parte de los mortales tanto nos cuesta describir, encontrar y conservar.
Tras la lectura de La peor parte, llama la atención encontrar a un Savater socarrón, divertido y entrañable —iba a utilizar “campechano”, pero creo que el adjetivo es de uso exclusivo para referirse al rey emérito—. “No quiero aburriros —dice a Zenda—; lo malo llega cuando uno se queda solo en casa, pero qué le vamos a hacer”. Así pues, en la biblioteca del Hotel de las Letras, converso con un sabio que considera que su vida no es una experiencia política, sino poética —“unas veces épica y otras lírica, incluso dramática, pero siempre poética”—, sobre, entre otros temas, el amor, el duelo, la banda terrorista ETA o Cioran.
Arranco con una pregunta que, en este caso, no es una simple fórmula de cortesía:
—Señor Savater, ¿cómo está?
—(Risas) Bueno, estoy deseando volver a San Sebastián para a ver si me doy un baño en La Concha, antes de que el tiempo empeore, que es una de las cosas que más me gustan. ¿Cómo estoy? Normal. Bueno, resignado. Roberto Fontanarrosa, el dibujante argentino, tenía un personaje protagonista de sus viñetas que era un gaucho que se llamaba don Inodoro Pereyra, y entonces le preguntaban: “¿Cómo está, don Inodoro?”. Y respondía: “Mal, pero acostumbrado”. Pues eso: yo estoy mal, pero acostumbrado.
—Permítame plagiarle una pregunta: “Cuando se es escritor, ¿puede uno conformarse con llorar?”
—No. Se puede conformar cuando ya ha hecho todos los deberes, pero primero debes cumplir con tu deber de escritor y luego ya hacer lo que te apetezca, que es lo que hago yo. Me parecía que estaba abusando de llorar sin escribir, aunque sabía que me iba a costar lo que me costó… Pero ya he cumplido, ya soy libre para llorar aunque no escriba nada.
—En cierto momento de La peor parte, describe a su amada, Sara Torres Marrero, como “fabricante de paraísos”. ¿Cómo eran los paraísos que fabricaba Pelo Cohete?
—Fabricaba muchos. Tendrías que verlos, no sé cómo describirlos. Tenía una capacidad para la transformación de espacios… La casa de Mallorca, desgraciadamente, la quité cuando ella murió, porque era incapaz de volver allí sin ella. Pero en las dos casas, tanto en el apartamentito de Madrid como en la casa de San Sebastián, bueno, nadie entra allí sin admirarse, sobre todo los niños. Hay todo tipo de cosas extrañas, de rincones maravillosos, de arañas por las paredes… Nosotros, en broma, decíamos que cuando fuéramos viejos y no pudiéramos trabajar, cobraríamos entrada a la gente que viniera a la casa.
—¿Mejor que el Museo de Cera de Madrid?
—(Risas) Pues por ahí, por ahí.
—¿Cómo ha sido el proceso de redacción de este libro? ¿Ha habido catarsis, ha abierto o cerrado heridas, le ha dejado cicatrices…?
—Las cicatrices estaban ya, no se las voy a atribuir al libro. Empezó siendo una especie de diario del sufrimiento cotidiano de alguien que no estaba acostumbrado a la tristeza. De repente, descubrí la tristeza como otros descubren, yo qué sé, Benidorm. Era un sitio en el que no había estado nunca y ahora me encontraba con que iba a vivir siempre allí. Y empecé a hacer reflexiones sobre la tristeza y los consuelos tan tontos que te da la gente. Luego, me di cuenta de que, realmente, lo que quería era escribir sobre ella. Y escribir algo que fuera una especie de conjuro, un recuerdo de ella para tenerla más cerca mientras escribía, para que otros la conocieran…
—¿Quien consuela es intransigente?
—Yo lo comprendo. Es decir, toda esa crítica es autocrítica: esas cosas las he hecho con otras personas. Al principio, a la gente le gusta las personas que sufren porque con el “hombre, ya se te pasará”, todos nos sentimos un poco superiores al doliente. Pero, claro, cuando la cosa dura y lleva ya un mes, dos meses, etcétera, y sigue igual, dices: “Oye, ya está bien. Es aburridísimo tener que llegar y hacer siempre de pañuelo de lágrimas”. La gente quiere gente alegre porque los alegres se cuidan solos; los tristes siempre están pidiendo ayuda. Los alegres se cuidan solos y hasta te divierten a ti.
—Hablemos del amor. ¿Por qué a la mayoría de los mortales nos cuesta tanto definirlo?
— A san Agustín, cuando le preguntaban qué es el tiempo, decía: “Si no me lo preguntan, lo sé, pero si me lo preguntan y tengo que contestar, ya no lo sé”. Es verdad que son cosas que tú sabes lo que son cuando lo estás viviendo, pero en cambio, si tienes que explicarlo como si fuera una lección de anatomía, no te sale. Puedo decirte lo que no es el amor: no son los amoríos, no es el revolcón del fin de semana, a pesar de que hay revolcones de fines de semana que duran años. No es eso. No es el aprovechamiento del otro, no es, simplemente, el buscar una rutina agradable que te ayude… Don Miguel de Unamuno describía a su mujer como “mi costumbre favorita”. Una costumbre que ayuda a seguir tirando no es el amor. Es una cosa mucho más intransigente, tormentosa, pero regeneradora y salvadora. Ahora, no es fácil de describir.
—Porque, entre otras cosas, carece de exterior.
—Claro. Cuando estás en el amor, no puedes compararlo con. Quiero decir, puedes compararlo con que te sentías como perdido en un bosque y, de pronto, has llegado a un sitio en el que estás como en tu casa. Creo que el amor… No sé a qué habéis jugado la gente de tu edad cuando erais pequeños, pero cuando yo era niño jugaba en el Alderdi Eider, en San Sebastián, al escondite por el jardín aquel que era mínimo, pero que a todos nos parecía una selva, y entonces había uno que estaba allí buscando y, si te veía, corría al safo, que así lo llamábamos allí, al sitio donde tocar, y entonces decía “Fulanito”, y te habían cogido. Pero si tú lograbas esquivarlo y llegabas tú primero y decías “casa”, tocabas ahí y ya te habías salvado. Pues el amor es como “casa”, cuando llegas y ya te has salvado, ya no te pueden coger. Los demás están todavía expuestos a que les pillen, pero a mí ya me han salvado.
—“Creer que un cielo en un infierno cabe… Esto es amor, quien lo probó lo sabe”.
—Efectivamente. Si usted ya lo ha probado, ya sabe lo que es, y si no lo ha probado, por mucho que se lo cuente, no se va a hacer a la idea.
—Sabemos que el amor es gozoso…
—Y triste, y complicado. Piensa que el amor es el puro júbilo y también el miedo a la tragedia. Todos los amores terminan trágicamente. Uno de los dos se va, no digo que se vaya con la vecina, sino que se va al otro barrio. Entonces, claro, salvo que vayas en un avión y os caigáis los dos al mar juntos, pues todos los amores dejan a uno doliente.
—¿El amor es redescubrimiento? ¿Ver cosas nuevas donde ya se creía tenerlo todo visto?
—Sí, claro. Y lo contrario. Ya no puedo ir a los sitios en los que estuvimos juntos y tal porque, constantemente, estoy recordando… Bueno, en un momento dado, ya no puedes ir a ninguna parte. Si vas a los sitios que frecuentábamos nosotros, te estás acordando del “yo le decía”, “ella me dijo”, que si aquello le gustaba, que si aquello no le gustaba… Y si vas a los sitios en los que nunca estuviste con ella, piensas: “Ay, esto sí que le gustaría. Ahora le diría yo mira esto…”. Entonces, no me muevo de casa.
—¿El amor es justo?
—El amor está por encima de la justicia. Nietzsche decía: “Sólo el amor puede juzgar”. Y sólo el amor puede juzgar porque está por encima de la justicia.
—¿Y el amor es exclusivo?
—No lo imagino de otra manera. Es como si me preguntaras: ¿usted es exclusivamente usted? Pues sí, claro (risas). El amor es un alma en dos cuerpos. No tenemos un alma repartida en dos cuerpos, pero vamos… (risas).
—¿Puede un hombre ser leal y, a la vez, infiel?
—Sí. La infidelidad es una descripción un poco perruna de las relaciones humanas. En el fondo… Foucault, que es un buen analista, pero muy cínico, decía: “Casi todas las penas de amor son penas de amor propio”. Y es verdad. “¿A mí me haces eso?”. El sexo es como la gastronomía. Uno no tiene que enamorarse de todas las cocineras que le hacen una buena paella. Te comes la paella, disfrutas, le das las gracias y punto. El amor no es eso. Ahora, la lealtad sí. O sea, la persona a la que amas sí puede exigirte que siempre estés cuando se encuentre frente al abismo. Eso sí es el amor.
—Cuenta que Pelo Cohete, en su juventud, formó parte de ETA porque, desde niña, quería luchar “contra los pisoteadores de pobres”. ¿Cuándo y cómo vislumbró el aspecto real del monstruo?
—En cuanto acabó la dictadura. Ella tendría diecisiete o dieciocho años. Tuvo muy claro que el enfrentamiento contra la dictadura justificaba la lucha armada o lo que fuera, pero que, acto seguido, no tenía ningún sentido. Había que empezar a jugar en otro terreno, en otro campo. Lo vio, quizá, antes más claro que yo y que otros. Entonces, inmediatamente, lo dejó. Luego siguió siendo muy aguerrida. No era, precisamente, una que iba esperando que la nombraran concejal (risas).
—También cuenta que la primera manifestación contra la banda terrorista fue convocada en 1978 por el Partido Comunista de Euskadi; en 2019, lo difícil es no ver a comunistas vascos compartiendo manifestación con los herederos políticos de ETA. ¿Qué ha pasado?
—Pues eso pregúntaselo a ellos. Desde luego… (Piensa) Vamos a ver: el convocante de esa manifestación fue un dirigente de CCOO que había allí, una de las personas que lo tuvo muy claro. Era lo normal. Mataron a un periodista, José María Portell, y como era también sindicalista, estaba en CCOO y tal, inmediatamente, ellos convocaron la manifestación. Luego, el PNV ha contado la historia con esa capacidad de reconstruir la memoria, inventando, contando lo contrario de lo que pasó…
—El relato.
—Ese relato es absolutamente falso. Eso de que ellos fueron y tal… Primero, porque en esa manifestación no se mencionaba a ETA. “No os matéis los unos a los otros”. En fin, era una cosa de estas de “paz a los hombres de buena voluntad” y cosas por el estilo. La primera vez que salió el “ETA NO” en una manifestación lo sacamos nosotros con el Basta Ya en el año 2000. O sea, que fíjate. Hasta entonces, se decía eso: “No a la violencia”, “Ni unos ni otros”, en fin, no sé, fórmulas de estas. El principal invento de Basta Ya fue cuando salimos el 26 de febrero del 2000 con una pancarta que decía “ETA NO. Constitución y Estatuto de Autonomía”.
—Sin atreverse a sacar banderas de España.
—Es verdad. Así es, sí. Es que ese tabú tardó mucho en desaparecer. Y así, desgraciadamente, ha pasado lo que ha pasado. Nos costaba, nos costaba. Cuando mataron a Fernando Buesa, en el velatorio en Álava, como había sido el presidente del Partido Socialista de Álava, estaban la bandera de Álava, la ikurriña y la bandera del PSOE. Y nada más. Entonces, cuando estaba pasando la gente, saludando al féretro, persignándose o lo que fuera, pasó un viejo sindicalista de UGT, se paró y, sin mirar a nadie, dijo: “No sobra ninguna, pero falta una”. Y ahí nos dimos cuenta de que no estaba la bandera española.
—Creo que lo leí en un libro suyo. ¿Puede ser que, en ese velatorio, nacionalistas y constitucionalistas estuviesen separados?
—Eso fue en la propia manifestación que organizó Ibarretxe, muy manipulada, después de la muerte de Buesa. Por un lado iban los puros de corazón, que eran los nacionalistas, y por otro, los malos, que éramos los no nacionalistas.
—Afirma que de la izquierda le repele “mucho de lo que hace y bastante de lo que dice”; de la derecha, sobre todo, “lo que es”.
—Los defensores de los dueños nunca me han gustado. Tampoco quiero desposeer a nadie, ojo. Pero no me gustan los que organizan partidos de dueños. La izquierda, en cambio, la idea no estaba mal. Yo creo que los Estados tienen que estar al servicio de la sociedad. Yo creo que un Estado o es social o no es un Estado. Por otra parte, dicen unas cosas pero hacen otras muy distintas. Sobre todo, en contra de las libertades, que son parte imprescindible de un Estado de derecho.
—En Bucarest le presentaron como “luchador antifranquista” y no sentó muy bien.
—Claro. Allí, que hubiera estado en la cárcel con Franco, sonaba… Claro, Franco era el que echaba a los comunistas, y ellos estaban acostumbrados a que llegara Alberti y no sé quién y todos se pasearan con Ceaucescu, para arriba y para abajo, y tenían una opinión bastante mala, te puedes imaginar. Entonces, eso de que hubiera luchado contra Franco lo veían… Entonces, hubo que aclararles que luchaba contra Franco, pero también contra Ceaucescu.
—Escribe: “Puestos a elegir entre Franco y Ceaucescu (¡o la Pasionaria!), me resignaba sin dudar a quedarme con el Caudillo. Opción que ahora tengo todavía más clara que entonces”. ¿Por qué?
—Porque he visto la evolución de lo que luego se ha llamado “populismos”, etcétera. Hombre, claro: si la izquierda es Podemos y son los neoperonistas o el propio señor Sánchez, o, como tú dices, los comunistas que se alían con los nacionalistas… para eso no nos movemos de la cama. Todo lo contrario.
—Vamos terminando, señor Savater. Más de una vez ha dicho que leer es el mayor placer de su vida. ¿Cómo le han acompañado los libros durante estos últimos cuatro años?
—Como siempre. Han sido la parte más importante de mi vida. Me puedo pasar un día sin ver la televisión, sin ir al cine, sin oír música, sin beber, aunque eso es más difícil (risas), pero sin leer no. Siempre tengo un libro. Aunque sea un poquito, siempre estoy leyendo.
—¿Y qué está leyendo ahora?
—En los veranos me da mucho por releer a Pío Baroja, y estoy leyendo Los últimos románticos, que es una novela muy bonita que transcurre, sobre todo, en París.
—¿Ha encontrado alguna verdad fundamental leyendo?
—No. Ni leo para eso. Como decía Borges, yo soy un lector hedónico. Yo leo por placer, ni para aprender ni para encontrar verdades. Disfruto leyendo y ya está. Y agradezco que haya gente que escriba bien para divertirme.
—Por su culpa, durante estas vacaciones, le hincaré el diente a Cioran.
—Todo el mundo más o menos lo funciona. Es sorprendente cómo ha calado en España. En Francia no era muy conocido. Era muy minoritario. Salió mencionado en el suplemento literario de Le Monde, que vamos, para mí era el evangelio. Gabriel Marcel, que era un existencialista francés, de la generación de Sartre, escribió un artículo en el que se preguntaba: “¿Es Cioran el diablo?”. Y yo dije: “Hombre, alguien que pueda suscitar esta sospecha merece la pena conocerle”. Entonces me acerqué, leí cosas y tal… Yo lo empecé a traducir pensando que sería una cosa muy minoritaria, y aquí tuvo un exitazo. En un programa Un, dos, tres, que lo presentaba Kiko Ledgard, dijeron: “Por no sé qué premio, díganme filósofos de todos los tiempos. Por ejemplo: Aristóteles”. Y entonces, el concursante dijo: “Cioran”. ¡Yo me quedé atónito! ¡Después de Aristóteles, el filósofo más conocido era Cioran! Se lo conté a Cioran y se moría de risa.
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