Arturo Pérez-Reverte y Augusto Ferrer-Dalmau presentaron, en el Aula Magna de la Universidad San Pablo CEU, la segunda novela publicada por el sello Zenda Aventuras, El prisionero de Zenda, de Anthony Hope. Al evento acudieron, entre otros, el embajador de Rusia en España, Yuri Korchagin, la concejala de Cultura del Ayuntamiento de Madrid, Andrea Levy, y el periodista Antonio Pérez Henares.
La responsable de la editorial, María José Solano Franco, fue la primera en tomar la palabra para señalar que, en Zenda, “teníamos casi una deuda de honor” con Hope: “Le debemos nuestro nombre y, en parte, que muchos lectores, por su causa, nos crucemos por este territorio singular de libros y lecturas”.
Pérez-Reverte arrancó contando la historia de la revista, que nació como “una especie de cooperativa de amigos, de escritores, en la que no hay ideologías ni influencias” y que “creció más allá de lo que esperábamos”. El fundador de Zenda dijo que se decidió hacer una editorial para recuperar los libros “que hacen lectores”, y celebró el éxito de los volúmenes ya publicados —en la colección, a El prisionero de Zenda le antecede El diamante de Moonfleet, de John Meade Falkner—.
El autor de novelas como Falcó o la reciente Sidi señaló que el libro “lleva al ser humano a los límites, a las fronteras de su mundo”, y hace que el lector “vea que más allá de la parcela, de la montaña, del río, hay un mundo fascinante”: “El gran capital que aporta la aventura es que te pone en posición de moverte”. Según Pérez-Reverte, “los libros de aventuras, que te hacen soñar e imaginar, te marcan y te señalan el camino”. “Después —añadió— lees a Proust, a Steinbeck, a Thomas Mann… pero antes están los libros que formatean el territorio”.
En este sentido, reivindicó la aventura “como plataforma, como impulso para vivir, para ir más allá”: “Siempre digo, generalizando mucho, que hay dos tipos de gente. Los cazadores y los agricultores. El agricultor hereda su territorio, lo cultiva, vigila la cosecha, nace y muere allí, está en la seguridad, lucha para defender su territorio, pero es su territorio; por su parte, el cazador se va a cazar, se va con el grupo a cazar mamuts o lo que toque. A veces no vuelve, a veces vuelve mutilado y a veces con el solomillo de mamut. Los libros de aventura hacen cazadores”.
Por su parte, Ferrer-Dalmau, ilustrador de todas las portadas de la colección, dijo que a él y al escritor “nos gustan las mismas cosas, las mismas aventuras, las películas de guerra”. Recordó cómo en el colegio “había dos grupos: los que jugaban al fútbol y los que nos matábamos en el patio. Jugábamos a espadachines, a tirarnos piedras, a hacernos daño… era jugar a aventuras”. El llamado pintor de batallas contó que leyó El prisionero de Zenda “con ocho o nueve años” y reivindicó el libro como “una de las grandes novelas que hay que leer”.
El artista catalán dijo que le haría ilusión ilustrar para el sello Miguel Strogoff —“Le tengo un cariño desde muy pequeño. Es una de la novela de aventuras más bonitas”—, Robinson Crusoe y El último mohicano. Acto seguido, Pérez-Reverte mostró sus preferencias por El capitán Blood, El corsario negro o El talismán.
Sables, un taller de pintura militar y la expresión de un tlaxcalteca
Pérez-Reverte aprovechó la presentación de El prisionero de Zenda para homenajear a su amigo: “Augusto es un lujo. Tener a Augusto en España es una joya. Que este tío no sea honrado, reconocido o aplaudido por el Estado me parece muy español”. “No pasa nada —respondió Ferrer-Dalmau—. En el fondo, estás bien y estás más tranquilo. De vez en cuando entro en las redes, pongo alguna cosa, me dan por todos los sitios y me vuelvo a pintar.
El escritor habló de la “competencia sana y desleal” que tiene con el pintor para coleccionar sables, y afirmó que “el gran mérito” del artista es que “ha conseguido devolver la pintura histórica a un plano de normalidad”. Ferrer-Dalmau apuntó que se salió del mundo del paisaje “para hacer una cosa que realmente me apasiona”: “Trabajo doce horas diarias porque es lo que me gusta. Igual que tú”.
Pérez-Reverte contó que su amigo propuso a una ministra de Defensa del Gobierno de España hacer un taller de pintura similar al taller Grékov de pintura militar en Moscú, y que la política —sin especificar nombre— “le dio largas”. Ferrer-Dalmau dijo que “son tantas historias que contar, que se pueden pintar… Veo los cuadros en Rusia y tienen toda la historia pintada en mil cuadros”. Reclamó que en España “hay que hacer un taller así, no sé si con 20 pintores, pero sí con cuatro o cinco y hacer obras grandes, de tres o cuatro metros. Es una forma bonita para hacer una pinacoteca verdaderamente buena. Creo que tarde o temprano lo conseguiremos”. “Soy más pesimista que tú. Hay demasiadas autonomías para eso”, le respondió el académico.
Además, Pérez-Reverte señaló que a Ferrer-Dalmau le seduce la estética del horror —“Augusto es capaz de ver belleza plástica en el horror. Es capaz de crear un conjunto de imágenes que nos conmueven, nos interesan, porque les rodea de una belleza formal que hace muy atractivo el conjunto”—, mientras que “lo que yo veo en los cuadros esos tuyos no veo esa gloria y esa belleza: veo a los seres humanos que hacen esas cosas. Me recuerda a los que he visto”. El pintor dijo que “el cuadro tiene que transmitir algo: dolor, miedo, heroísmo… Lo que pasa es que tú ves más cosas”.
Para ejemplificar esto, el autor de la saga de El capitán Alatriste se refirió a un cuadro “que va a ser primero polémico y después, magnífico” y que ilustra la entrada de Hernán Cortés en Tenochtitlán. En ese lienzo, a Pérez-Reverte lo que más le llamó la atención fue la expresión de un indio que se tapaba parte de la cara como diciendo “la que se va a liar ahora”. “Lo ha puesto y no se ha dado cuenta —agregó—. Eso es una muestra de su genialidad”.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: