“Este es un libro inflamable, un libro arriesgado, un libro que duele”, advierte ya desde el prólogo de este texto inflamable, arriesgado y que duele —conviene repetirlo de antemano las veces que haga falta— el periodista Daniel Bernabé. Y se queda corto. Vayamos a los hechos. “Escudos antidisturbios, cascos protectores, caballería lista, perros, helicópteros encima de nosotros…”.
La famosa Guerra del Carbón o huelga de la minería inglesa entre el 6 de marzo de 1984 y el 3 de marzo de 1985. Casi un año. Y mucho daño entremedias. A este lado del ring, la férrea Dama de Hierro y todo su aparato de poderes fácticos —cuerpos de seguridad, tribunales y cloacas del estado incluidas—, y al otro el también rocoso sindicato minero NUM, y su presidente, apodado Rey Arturo, llamando a filas para echar por tierra el anunciado cierre de las minas: “Todos los trabajadores y trabajadoras de este país tendrán que unirse para vencer al gobierno”.
Y en medio seres de carne y hueso, mineros rasos, parias de todas las roturas de platos, recibiendo golpes de un lado y otro. Desde sus enemigos naturales en el desigual reparto de la lucha de clases, y algunos también desde el fuego amigo que concurre cuando un conflicto cualquiera, demasiado prolongado en el tiempo, acaba destapando lo peor de cada casa: traición, envidia, manipulación, corrupción, conflictos en el interior de un conflicto. Miserias. Las mentiras de arriba y abajo.
Y dejo sin mencionar, porque no sé dónde colocarlos en este sórdido cuadrilátero, a ese otro batallón de sombras caídas en ignominia llamadas “esquiroles rasos”, mirando al suelo, apresurados, escondidos bajo sus capuchas; la otra mano de obra, “mano dura” de obra, cuyos miedos maneja el capital en beneficio propio, y acaba arrojando también a un lado cuando la tormenta escampa. Nunca fue su guerra.
Los miembros del piquete le agredieron con sus bates, le rompieron el tobillo, le rompieron un hombro, le dislocaron el otro, le quebraron dos costillas, le magullaron el resto…
Pero me estoy extraviando. Porque no llegué a estas líneas para recordar, quejar, mitificar. Ni siquiera para decir si fue mala, regular o sencillamente nefasta la gestión de Margaret Thatcher, ni sopesar por supuesto el papel que jugaron los responsables de los sindicatos hasta esa derrota final obrera, demoledora, humillante, con la que los manuales aseguran dio comienzo la época neoliberal cuyos desguaces del estado del bienestar aún colean.
Hay cosas que sé y cosas que no sé. Y hay un precio para ambas cosas.
Llego a estas líneas, setecientas páginas después, para dejar tan sólo constancia de mi admiración y reconocimiento ante un esfuerzo y un resultado literario verdaderamente titánicos. E insisto en la palabra “literario”. Porque existe sin duda el esfuerzo de la exhaustiva documentación aportada por el autor, el esfuerzo también de su conciencia al servicio de una causa que años después sigue considerando infame, y por supuesto el esfuerzo de horas, insomnios y pesadillas a destajo que ha debido emplear en escribir esta obra descomunal, pero hablo de otra cosa: El resultado de todo ello.
El libro, la atmósfera, las palabras. La secuencia, la sórdida estructura, entramado y escenario del relato, los personajes. El buen hacer, el buen decir, el buen contar, el buen herir y malherir también hasta dejarnos sin respiración, exhaustos. Rotos, hartos, asqueados, magullados, partidos por el eje, congelada la sangre poco a poco en esta crónica a cuatro voces, semana a semana, del conflicto contado en ficción desde cuatro ángulos: la persona designada por el poder para encabezar el estrago, los líderes sindicales locales, los “patronos” del sindicato, “chaqueta de tweed”, y los obreros rasos, carne de cañón envuelta en “cazadora vaquera”. Hasta la ropa de cada cual respira, habla, nos queda a veces demasiado ancha, nos aprieta siempre.
En dos palabras: David Peace, escritor crecido, no podía ser de otra forma, en el mismo barro y las mismas casas natales de los protagonistas más golpeados de esta historia, ha escrito un volumen descomunal, excesivo, demoledor contra la desmemoria, admirable. Historias, intereses, relaciones, latidos, pedradas, pasiones humanas, dignidad y miseria entrecruzadas semana a semana mientras dura el conflicto. Un año, muchos daños. Creo que ya lo dije. No voy a extenderme. Porque no entiendo mucho de todo esto, más allá de mis querencias. Y sobre todo porque se trata de un texto áspero, brutal, que encima no podré recomendar a nadie. Porque “es un libro inflamable, un libro arriesgado, un libro que duele”, incomoda, no nos facilita las cosas. Nos deja helados.
¡Enhorabuena, escritor! ¡Vivan los libros!
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Autor: David Peace. Título: GB84. Editorial: Hoja de Lata. Venta: Amazon, Fnac y Casa del Libro
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