El escritor Eduardo Mendoza continúa su trilogía memorística con El negociado del yin y el yang y su protagonista y alter ego, Rufo Batalla, en una novela ambientada en 1975, en los meses previos a la muerte de Franco, un episodio que, ha advertido, «dejó a una generación desvalida, sin infancia ni juventud».
El negociado del yin y el yang (Seix Barral), sitúa al lector en la primavera de 1975, cuando «Franco tenía los días contados» y Rufo Batalla vive desde el frío invierno neoyorquino la sensación de estar perdiéndose algo en una España en la que se respiran aires de cambio ante la alarma de algunos de los sectores más conservadores.
Cuando está a punto de regresar a España reaparece en su vida el curioso príncipe Tukuulo con su enloquecido proyecto de reivindicar su derecho al trono de Livonia, un país inexistente, asentado sobre un territorio a caballo entre dos o tres repúblicas de la URSS.
El escritor no quiso centrarse demasiado en la Transición española, porque «es un momento que todos tenemos muy presente, en la televisión, en la prensa, en los libros» y lo dio por sabido; y, «en cambio, no se ha dado la importancia suficiente a cómo influyó la muerte de Franco a toda una generación que se quedó sin pasado».
Cree Mendoza que se ha restado importancia a este hecho porque «se produjo sin intervención de terceros», pero «a los que vivimos (la muerte de Franco) con una edad adulta o siendo jóvenes, nos dimos cuenta de que estaba pasando una cosa que aún no hemos acabado de entender».
La Transición, dice el autor de El laberinto de las aceitunas, fue fruto de unas «decisiones coyunturales, oportunistas o ideológicas», pero la muerte de Franco afectó a «una generación que había vivido siempre dentro de la burbuja que había creado un personaje que era ridículo, que pasaba desapercibido, que no sabía hablar, que no tenía la capacidad oratoria de otros dictadores y que había construido un mundo que, cuando desaparece, dejó a una generación desvalida, de alguna manera».
«Con su muerte se fue un mundo, afortunadamente, pero no teníamos otro», resume sobre ese vacío generacional Eduardo Mendoza, quien se ha referido también a la reciente exhumación del dictador del Valle de los Caídos.
«La exhumación se tenía que hacer, había que quitarlo de allí. Yo había propuesto que hicieran un sorteo y al que le tocara, que se lo llevara a casa. Era inevitable que tuviera algunas proyecciones simbólicas, coyunturales, si coincidía con una campaña electoral, como si hubiera algún momento en el que no hubiera campaña en España y luego se lo han llevado a un sitio con un nombre que suena a tebeo, como Mingagorda», ironiza el escritor barcelonés.
En el tercer o cuarto volumen de esta serie le gustaría hablar, ha anunciado, sobre «el concepto de la Transición» y en concreto de «una transición económica de la que se habla poco, como por ejemplo, pagar impuestos y la reacción inmediata: tratar de evadir capitales».
Aunque piensa que «la Transición se podía haber hecho mejor», Mendoza le concede «una nota muy alta», pensando que «en los primeros momentos se temía lo peor, había un caldo de cultivo de violencia, un ambiente de preguerra civil, unos enfrentamientos terribles, gran inseguridad y una gran incertidumbre, posibles golpes de estado».
Reconoce Eduardo Mendoza que esta es «la segunda entrega de una trilogía flexible, porque ahora hay trilogías de cuatro, de tres, de dos, un poco a medida».
Insiste el escritor en que el protagonista es su «alter ego, que hace un recorrido vital paralelo al mío, aunque no tenga que ver nada conmigo. Está en los momentos en los que he vivido de manera presencial», que le hacen «recordar cómo se veían algunos fenómenos sociales, culturales o políticos de un modo determinado y luego resultaron todo lo contrario».
Entre esos momentos subraya «un episodio bastante disparatado» que vivió a finales de los 70 en Japón, donde le advirtieron de que la comida japonesa era difícil para los occidentales, que «jamás se exportaría» e incluso cuando estando en Nueva York abrió el primer restaurante japonés «la crítica decía que la ciudad era esnob, pero no abriría ninguno más; y hoy la cocina japonesa ha influido en nuestros gustos y ha sustituido a la cocina francesa».
Sobre su propia trayectoria, Mendoza considera que ha evolucionado, «sin darme cuenta», y aunque no lee nunca sus libros, «leyó una parte de uno de los primeros y no me reconocía. Era una prosa más barroca, más complicada, más elaborada, y ahora he llegado a un grado de simplicidad, que casi estoy a punto de desaparecer», influido por «el periodismo y los nuevos lenguajes».
Eduardo Mendoza ha dicho, sobre el conflicto catalán, que no sabe «si se puede resolver, pero, al menos, sí se debería abordar».
Mendoza escribió años atrás, en plena efervescencia del «procés», un pequeño libro-manifiesto, «¿Qué está pasando en Cataluña?», para dar elementos de reflexión a gente del resto de España e incluso de fuera de España que opinaban del asunto sin mucho conocimiento.
Preguntado sobre cómo ve la situación actual, ha dicho que la ve «mal» porque no ve «hacia dónde puede conducir, es negativo para todo, y se podría definir como una «no win situations», como se refieren los que hablan del brexit».
El escritor ha añadido: «No se ve solución a la vista de algo que está causando un perjuicio duradero, económico, de imagen, social, por no abordar el problema; y no sé si se puede resolver, pero sí se tendría que abordar y no sé si hay solución, pero sí soluciones».
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