Imaginad la escena: el rey de Ruritania despierta tras una noche de borrachera en una celda. Allí hay un hombre, un tal Rupert de Hentzau, que le cuenta con media sonrisa que si escucha sonidos de pelea en la habitación contigua, lo matará y arrojará su cadáver al foso. El rey observa las cadenas que lo inmovilizan sin saber que su única esperanza reside precisamente en el farsante que ha suplantado su identidad.
Ahora imaginad esta otra: un hombre está en una cárcel española donde la rutina es siempre la misma. Un día le proponen participar en la lectura de un clásico de aventuras, El prisionero de Zenda. Y ese simple hecho hace que todo cambie. Se crea una pequeña vía de escape a un lugar imaginario donde el honor y los duelos son parte de su identidad.
La segunda escena es real y tiene lugar en el Centro Penitenciario “El Acebuche”, en Almería. Una mole de hormigón, rejas de acero forjado y alambre de espino donde se cuela el aroma a salitre del mar. Cuenta con pasillos amplios que dan a zonas descubiertas, altos muros, torres de vigilancia y el crujir de las puertas eléctricas conforma el hilo musical. Allí se reúnen doce hombres con una misma misión: rescatar al rey de Ruritania de su mazmorra en el castillo de Zenda. Solo hay un pequeño problema: ellos también son presos.
Todos se han leído la novela y a todos les ha sorprendido. Tienen los libros marcados, hay folios con notas sobre la larga mesa. Gesto serio, mirada serena, y una pregunta: ¿qué os ha parecido?
Comentan que es una obra muy actual, capaz de transmitir sentimientos universales. Además se lee muy fácil y consideran que puede ser una buena novela para aficionar a los jóvenes al hábito lector. Pronto surgen las comparaciones con Príncipe y mendigo o Los tres mosqueteros. Son tipos curtidos en la lectura y no se les puede dar gato por liebre.
“En esa época los ideales prevalecían sobre lo demás”, dice uno, y enseguida se genera el debate. “Pero en el bando de los malos hay varias traiciones”, interviene otro. “Sí, pero al rey lo tratan de usted y le llevan cada día la comida”. El honor, en tiempos turbulentos, es un bien preciado.
Alertan del hecho de que, pese a ser una historia donde prima la acción, la mayor parte de los conflictos se resuelven con inteligencia, como si fuera una partida de ajedrez muy reñida. Si habláramos de una película de Bruce Willis, la escena en la que Rudolf se crea un escudo con una mesa habría acabado a tiro limpio. Pero no en Zenda. Ahí se trazan estrategias, que pueden fallar, y el bando contrario también tiene sus propios planes.
Les sorprende que todo surja a raíz de una borrachera y no poder encontrar hotel. Se ríen ante ese hecho, saben de lo que hablan. Uno de ellos añade que la obra arranca con un tema de plena actualidad: no aguantar a tu cuñado. En este aspecto hay unanimidad. También piensan que hoy día no se podría escribir algo así, pues te controlan con redes sociales y desaparecer es muy complicado. Un tipo alto con tatuajes asiente en silencio con profundo conocimiento de causa.
El final de la novela crea controversia. El protagonista salva un reino, pero es el perdedor en lo personal. Alguien comenta que en el siglo XIX se pasó del romanticismo al realismo, por lo que si se hubiera escrito unos años antes el bueno de Rassendyll habría acabado suicidándose por no poder estar junto a su amada. Además, señalan que su historia es la misma que la de la bisabuela que se cuenta al principio de la obra, por lo que todo tiene una estructura circular. Están acostumbrados a tener los sentidos atentos y no se les escapa nada.
Acabar una novela de este calibre deja un vacío palpable y un murmullo empieza a sonar tras las alambradas: ¿y la segunda parte? Les interesa leerla. Rupert de Henzau sigue libre y saben que trama algo.
La tarde se escurre tras los barrotes. La sesión llega a su fin. Se han trazado varios planes para asaltar el castillo, hay equipos de apoyo interesados en participar de la fuga y todos aceptan que no se sale indemne de El prisionero de Zenda. Tras la despedida, un último comentario: “Dile a Pérez-Reverte que si viene por aquí le haremos una representación teatral de Alatriste”. Suena a amenaza, por lo que hay que tomarlo en serio.
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