Tras 41 años de la charla con Juan Carlos Onetti que dio inicio a una larga serie de entrevistas con grandes figuras literarias, la escritora uruguaya Hortensia Campanella se considera una «privilegiada» por haber llegado a ellos y dice que eso hizo que «valiera la pena vivir» su dura etapa en el exilio.
Así lo expresó en diálogo con Efe la escritora, que, según estima, empezó a hacer entrevistas con figuras literarias de la talla del argentino Julio Cortázar y el español Rafael Alberti por mera «curiosidad» luego de que su exilio de la dictadura cívico-militar uruguaya (1973-1985) la llevara a radicarse en Madrid.
«En realidad todo empezó por una entrevista, creo que eso es lo interesante (…) a partir de una entrevista de completos desconocidos se repitieron encuentros, otras entrevistas e incluso alguno se convirtió en amistad, en muchos casos de toda la vida, como el caso de Mario Benedetti, Juan Carlos Onetti o Rosa Regàs«, manifestó.
«Me gustaba saber cómo eran, qué opinaban, cuál era su carácter y creo que fui privilegiada por poder llegar a Cortázar, a (Eduardo) Galeano, a Onetti, a (José) Bergamín, a tantos», recalcó.
En esa línea, Campanella sostuvo que las entrevistas que reunió para su nuevo libro «Valió la pena vivir. Diálogos en el tiempo», son, en algunos casos, producto de varios diálogos que tuvo principalmente con escritores y poetas pero también con cineastas, bailarines y músicos a lo largo de los años.
«En el caso de Elías Querejeta, que es el productor y director de muchas de las mejores películas españolas de los años 80, 90 y hasta el 2000, fueron dos entrevistas con una separación de 20 años entre una y otra», ejemplificó.
La uruguaya expresó así que si bien a la mayoría no los conocía personalmente, aunque como estudió docencia en literatura ya los había leído, se las apañó para concretar encuentros en una época marcada por las dictaduras y los exilios.
«Hay varios latinoamericanos que pasaban por Madrid para hacer muchas cosas, presentar un libro o también política puesto que era una época en la que había muchas dictaduras en América Latina y por lo tanto esos intelectuales se ofrecían a hacer labor antidictatorial», relató.
En ese ir y venir, Campanella aprovechaba la ocasión y llamaba por teléfono a las editoriales para ubicarlos en el hotel y entrevistarlos, lo que, apunta, casi siempre se daba porque o bien «querían hablar» o sabían que estaba exiliada y, como se ganaba la vida con eso, eran solidarios.
«El hecho de ser uruguaya en algunos casos fue muy importante porque por ejemplo uno de los más importantes entrevistados, Rafael Alberti, había estado exiliado en Argentina y venía con mucha frecuencia a Uruguay (…) así que bastó con que yo dijera que era uruguaya para que me abriera su casa», esgrimió.
En ese sentido, sobre los temas que abordaba en las entrevistas, la escritora dijo que las preparaba «concienzudamente»: leyendo e informándose sobre el entrevistado se enfocaba en lo literario pero a la vez lograba que «se abrieran» y se expresaran con libertad.
«No nos olvidemos que una buena parte de estas entrevistas tuvieron lugar en una España que recién salía de una dictadura o que los latinoamericanos que pasaban por ahí eran gente que había huido de unas dictaduras, por lo tanto las circunstancias eran ‘vamos a hablar, vamos a decir lo que pensamos'», atinó.
Por otro lado, Campanella sostuvo que si bien no sabe qué recepción tendrá su libro entre los nuevos lectores, seleccionó unas 30 entrevistas que considera llamativas aún en la actualidad y acotó que hay incluso una entrevista «que no fue» con la poeta uruguaya Idea Vilariño.
«Desde el momento en que la conocí yo estaba viviendo en Madrid pero luego vine a dirigir el Centro Cultural de España en Montevideo (…) iba por las tardes algunas veces y charlaba con ella, entonces tengo recuerdos muy vívidos de lo que eran esas charlas y me dio pena no incluirla, por eso es la entrevista que no fue», explicó.
Asimismo, la autora valoró que hay algunas entrevistas que recuerda con más cariño, en especial con Benedetti, que la designó para presidir la Fundación con su nombre, y con Onetti, a quien acompañó hasta el momento de su muerte.
«Hay otros en teoría más lejanos que sin embargo me impresionaron muchísimo, uno de ellos es (el crítico palestino) Edward Said (…) Era una personalidad muy intensa, muy profunda, muy inteligente», puntualizó.
Sin embargo, para Campanella, que define al exilio como «una experiencia muy dolorosa y muy triste», las charlas con ellos fue una forma de escapar de ese dolor.
«La posibilidad de conectarme con gente tan valiosa, tan inteligente, tan creativa creo que fue un momento que coloreó ese espacio oscuro, esa época dolorosa, angustiante, y me fue dando fuerzas para seguir viviendo, por eso lo de valió la pena vivir», concluyó.
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