Hemos repetido hasta el hartazgo que para García Márquez el periodismo es “el mejor oficio del mundo”, título de su conferencia de 1996; que Crónica de una muerte anunciada es la mejor crónica de la historia del periodismo, aunque sea pura ficción; que Noticia de un secuestro o Relato de un náufrago ya están en las antologías del mejor periodismo de la historia. Hay una forma más, la menos recordada, de acercarse al Gabo periodista: leyendo sus propios artículos.
El año pasado, Random House editó el volumen El escándalo del siglo, que incluye textos en periódicos y revistas del Premio Nobel colombiano a lo largo de cuatro décadas (1950-1984). El libro acoge desde sus trabajos de juventud, con solo 23 años, en El Heraldo de Barranquilla, hasta las tribunas de El País del escritor consagrado y bendecido ya por el premio Nobel.
El editor de este valioso volumen, Cristóbal Pera, asegura en su introducción a los 50 artículos seleccionados que su antología pretende poner de relieve “la tensión narrativa entre periodismo y literatura” en la obra del escritor colombiano. Por su parte, John Lee Anderson, indiscutible maestro del periodismo —pese a las críticas por su ideología izquierdista y su simpatía por la causa soberanista catalana—, defiende en el prólogo que estamos ante un nuevo boom latinoamericano: el de la crónica. No hay más que leer a Martín Caparrós, Eduardo Galeano o Leila Guerriero. Gabriel García Márquez sería, en opinión de Anderson, “el padrino” de esa explosión que se ha dado en llamar periodismo narrativo o periodismo literario y que, casi mejor, debiéramos denominar con el sustantivo periodismo, a secas, prescindiendo de tanto adjetivo superfluo.
No es de extrañar que los ahijados del gran “contador de historias” admiren tanto al padrino. García Márquez no perdía ocasión de recordar su pasión por el oficio. “No quiero que se me recuerde por Cien años de soledad, ni por el Premio Nobel —escribió ya bien avanzada su vida—, sino por el periódico (…). Nací periodista y hoy me siento más reportero que nunca. Lo llevo en la sangre, me tira”.
Ya en 1950, el joven principiante escribía en El Heraldo de Barranquilla: “El periodismo es la profesión que más se parece al boxeo, con la ventaja de que siempre gana la máquina y la desventaja de que no se permite tirar la toalla”. Poco después ya reflexiona, y se obsesiona, sobre si hay asuntos propios de las crónicas y otros propios de la literatura, de si la vida supera a la ficción, o no. “Convendría recomendar un poco de discreción a la vida real”, escribe a propósito de un suceso luctuoso. “Como noticia [el suceso] es demasiado corriente y como novela es demasiado truculento”. No hay forma de distinguir periodismo y literatura en su obra. Es capaz de escribir una columna que responde al título La casa de los Buendía (Apuntes para una novela). Y es capaz, al mismo tiempo, de describir una situación real como si fuera una novela: “En la mañana del martes, cuando abrió los ojos y sintió que su habitación estaba totalmente ocupada por un gran dolor de cabeza…”
Deja en evidencia a quienes viven obsesionados con encontrar una definición. ¿Se puede encontrar una mejor, por simple, que esta?: “El periodismo, esa agobiante actividad que comenzó cuando un vecino le contó a otro lo que hizo un tercero la noche anterior”. Y, por si no quedara suficientemente claro, explica: “Ese comentador del hecho cotidiano, que por lo menos puede encontrarse en el cuarenta por ciento de nuestros pueblos, es el periodista sin periódico”.
Las citas corresponden a su artículo titulado Los precursores, publicado en El Espectador de Bogotá en 1954. Esta columna del periodista veinteañero ya recoge su forma de pensar y afrontar el oficio. “El periodismo —sentencia— es una necesidad biológica del hombre, que por lo mismo está en capacidad de sobrevivir incluso a los mismos periódicos. Siempre habrá un hombre que lea un artículo en la esquina de una farmacia, y siempre —porque esa es la gracia— habrá un grupo de ciudadanos dispuesto a escucharlo, aunque sea para sentir el democrático placer de no estar de acuerdo”.
El amor de García Márquez por el periodismo viene de su necesidad por aprehender la realidad, por llenar de realidad, de la magia de la realidad, su literatura. “Yo nací y crecí en el Caribe. Lo conozco país por país, isla por isla, y tal vez de allí provenga mi frustración de que nunca se me ha ocurrido nada ni he podido hacer nada que sea más asombroso que la realidad. Lo más lejos que he podido llegar es a trasponerla con recursos poéticos, pero no hay una sola línea en ninguno de mis libros que no tenga su origen en un hecho real”. Lo escribe en 1981 en El País, ya en la madurez y con intención de balance.
No esperemos de Gabo la presunta objetividad, la frialdad suficiente, el distanciamiento soberbio del periodista fielmente anglosajón. Gabo cree en el periodismo comprometido, de combate, con una causa. Aquí lo aclara con toda una lección de ética, igualmente válida para el informador como para el literato, si acaso fuera posible distinguirlos. “Personalmente, creo que el escritor, como tal, no tiene otra obligación revolucionaria que la de escribir bien… Su inconformismo, bajo cualquier régimen —escribe en un artículo a mediados de los 60—, es una condición esencial que no tiene remedio, porque un escritor conformista muy probablemente es un bandido, y con seguridad es un mal escritor”.
García Márquez recurre, a su vez, a un padre del periodismo de la anterior generación, como lo fue Hemingway, para recopilar dos enseñanzas aprendidas de Papa Ernesto. La primera, una lección teórica, que “no es cierto que el periodismo acabe con el escritor, como tanto se ha dicho, sino todo lo contrario, a condición de que se abandone a tiempo”. Y la segunda, una lección muy práctica para el escritor: “El trabajo de cada día solo debe interrumpirse cuando ya se sabe cómo se va a empezar al día siguiente”.
Para cerrar, qué mejor que volver al joven Gabo de 1954 cuando, mezclando otra vez realidad y fantasía, soñaba con escribir la gran crónica de tribunales, “el último gran reportaje sensacional: El del juicio final, que será una especie de balance definitivo de la Humanidad”.
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Autor: Gabriel García Márquez. Título: El escándalo del siglo. Editorial: Literatura Random House. Venta: Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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