Como buen fan del Grinch ando estos días gruñendo y mordiendo (o casi) a todo el que se acerca con ganas de cantarme un villancico. Por eso en esta casa (que ya me conocen) me apuntan a que hable del juego de azar más popular de este país (con permiso de las quinielas) no sea que me dé por soltar otro panegírico antinavideño de los míos
Dicen que, como casi todo, esto de la lotería la inventaron los chinos, y que incluso financiaron parte de la Gran Muralla con ella. Otros dicen que no, que la lotería nace en la antigua Roma. Y es cierto que había costumbre de repartir en las Saturnales unos boletos (o algo parecido) que si te salían premiados te hacían ganar algo de escaso valor. Una manera de amenizar las fiestas, que de pasárselo bien, los romanos, sabían un montón. Con el primer emperador (Augusto) la cosa pasó a mayores, y ya era bastante parecido a la lotería de hoy en día, aunque los premios eran pequeños. Nerón, para atraerse el favor del pueblo, aumentó la cuantía de los premios, y llegaba a regalar mil boletos al día (entre los ciudadanos libres de Roma, por supuesto, los esclavos no contaban). Pero el emperador más aficionado a esto de la lotería fue Heliogábalo (un tipo muy curioso, que entre otras cosas quiso hacer que sus médicos le cambiaran el sexo, pero bueno, eso no viene al caso). El tal Heligábalo ideó una lotería consistente en lotes de premios de mucho valor… junto a lotes de valor prácticamente nulo. Por ejemplo, tres esclavas y tres garbanzos. O un kilogramo de oro… y otro de higos.
Pero eso no pasaba de ser una especie de rifa. La lotería actual (o casi) nace en la República de Génova en el siglo XVII. Cada año se echaba a suertes entre los 90 senadores del gobierno quienes ocuparían 5 cargos públicos. Hasta aquí, normal. Era un procedimiento muy válido utilizado en toda Europa… aunque normalmente se extraían los papelitos con los nombres de un saco, de ahí que se llamara al método “insaculación”. Los genoveses, más refinados, metían en una caja cincuenta bolas, cinco de ellas marcadas, y cada senador cogía una sin mirar. La cosa está en que el pueblo solía hacer apuestas sobre qué senador resultaría agraciado, y qué cargo ocuparía. Las apuestas eran jugosas, así que varios banqueros solicitaron (y obtuvieron) permiso para gestionar estas apuestas en 1629. Posteriormente, un monje llamado Celestino Galiano tuvo la idea de hacer la apuestas directamente sobre números (del 1 al 90, con apuestas más jugosas si se adivinaba el orden de dos o más números), y así surgió la lotería (la que conocemos como lotería primitiva). El nuevo juego causó furor en todos los reinos Italianos. A España llegó de la mano de Carlos III, (que había sido rey de Nápoles antes de serlo de España) en 1763, y en Francia en 1776 (organizado por ese magnífico libertino que fue Giacomo Girolamo Casanova). Por cierto, que nuestro rey Carlos III, que era bastante mojigato y enemigo de los juegos de azar, dejó muy claro que su lotería, de viciosa no tenía nada: El dinero recaudado tenía una finalidad puramente benéfica, pues con él se sufragaban «hospitales, hospicios y otras obras pías y públicas«. Recordemos que durante el reinado de este buen señor fueron declarados prohibidos la mayoría de los juegos de azar (incluidas las loterías extranjeras, todo hay que decirlo)
La lotería moderna nació en Cádiz el 4 de marzo de 1.812 (quince días antes de que se proclamara la primera Constitución). La idea se le ocurrió a don Ciriaco González Carvajal, Ministro del Consejo y Cámara de Indias, que la presentó como «un medio de aumentar los ingresos del erario público sin quebranto de los contribuyentes«. Se la llamó “Lotería Nacional” (por aquello de estar luchando contra los franceses y tal). Fernando VII hizo que le cambiaran el nombre a “Lotería Moderna” (para diferenciarla de la “Lotería Primitiva” o “Antigua”), recuperando su nombre con su hija Isabel II. Desde sus inicios fue más popular que la anterior, ya que mucha gente no entendía las diferentes apuestas y los premios. Con la nueva lotería todo era más sencillo. Tenías un pedazo de papel con un número, y si te salía… pues te tocó.
El primer sorteo extraordinario de Navidad se celebró el 18 de diciembre de 1812, en Cádiz, claro. Por si tienen curiosidad el primer premio se lo llevó el número 03604, que se llevó la bonita cifra de 8.000 reales (el boleto solo costó 40). Se le llamó “Sorteo Próspero de Premios”. El nombre de “Sorteo de Navidad” no llega hasta 1892, y no se imprimen los billetes de lotería con tal título hasta cinco años más tarde, en 1897.
Por si quieren ideas sobre qué número apostar, el gordo de Navidad se ha repetido solo en dos ocasiones: en 1903 y en 2006, el número premiado fue el 20.297. Por otro lado, en 1956 y 1978 se repitió número con el 15.560. Solo en una ocasión “el Gordo· ha sido declarado desierto: Fue en el año 1931, y al parecer nadie jugó al número 24717, que fue el agraciado.
Y para terminar, y porque yo soy así: la probabilidad de ganar el premio gordo en la Lotería de Navidad es de 1 entre 100.000. Consuélese pensando que (en contra de lo que reza el dicho) sigue siendo mayor que la probabilidad de que te mate un rayo (1 entre 3 millones).
Y felices fiestas, y buena suerte.
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