El Proyecto ITINERA nace de la colaboración entre la Asociación Murciana de Profesores de Latín y Griego (AMUPROLAG) y la delegación murciana de la Sociedad Española de Estudios Clásicos (SEEC). Su intención es establecer sinergias entre varios profesionales, dignificar y divulgar los estudios grecolatinos y la cultura clásica. A tal fin ofrece talleres prácticos, conferencias, representaciones teatrales, pasacalles mitológicos, recreaciones históricas y artículos en prensa, con la intención de concienciar a nuestro entorno de la pervivencia del mundo clásico en diferentes campos de la sociedad actual. Su objetivo secundario es acercar esta experiencia a las instituciones o medios que lo soliciten, con el convencimiento de que Grecia y Roma, así como su legado, aún tienen mucho que aportar a la sociedad actual.
Zenda cree que es de interés darlo a conocer a sus lectores y amigos, con la publicación de algunos de sus trabajos.
En la Historia de la Humanidad distintas civilizaciones se han sucedido y en muchos casos convivido, realizando intercambios por medio del comercio y sincretizando sus respectivas Culturas a través de la Palabra y el Arte.
La Mitología da testimonio fehaciente de ello por medio de representaciones iconográficas y mitográficas, dejando patente una suerte de hermanamiento que tiene como ejemplo paradigmático al alfabeto, ese invento genial (cuya introducción se atribuye al fenicio Cadmo, hermano de la princesa fenicia Europa), que, valiéndose de una serie limitada de signos y de sus distintas combinaciones, es capaz de recrear fonéticamente mundos incógnitos accesibles a quienes poseen el código que permite descrifrarlos, pasando de la concreción a la abstracción por medio del pasaporte mágico de la escritura y la lectura.
Cuenta el mito que en los albores de los orígenes de la Humanidad, en la región griega de la Argólida, existió una joven de nombre Ío, hermana de Foroneo, de quien algunas fuentes afirmaban fue el primer mortal, con la que el dios supremo Zeus-Júpiter se unió sin necesidad de su consentimiento —como solía—, transformándose en esta ocasión en negra nube. Nada era obstáculo para sus deseos, ni tuvo en consideración que casualmente Ío fuera la primera sacerdotisa de su propia esposa y hermana, la diosa Hera. El caso es que esta última, sospechando, como nos relata Ovidio en sus Metamorfosis (I 568-749), que en día tan espléndido unos nubarrones se amontonasen contra todo pronóstico en el lugar del delito, acudió rauda con la intención de sorprender a su casquivano esposo. Este, alertado de la presencia de Hera-Juno, se zafó de ser pillado en falta privando a la joven de su figura humana y dándole la apariencia de hermosa ternera blanca en la versión ovidiana. Ío mantuvo no obstante la conciencia de su ser anterior, y como humana era capaz de ejercitar la escritura, pero por más que trataba de trazar con la pezuña su nombre junto a la ribera de su padre, el dios fluvial Ínaco, no conseguía hacerse entender.
El historiador Heródoto de Halicarnaso nos presenta una variante al contarnos en sus Historias que fueron precisamente unos piratas fenicios quienes raptaron a Ío, según contaban los persas, y que, llevada a Egipto, el rey la compró enviando en compensación a Grecia un hermoso toro, un animal que no había sido visto jamás antes por los helenos, o bien, según versión de los fenicios, que ella misma de forma voluntaria huyó con un capitán fenicio del que era amante. Y también justifica así el historiador el posterior rapto de Helena por parte de los troyanos, desmitificando el célebre relato de los amores de Paris y Helena, de fatales consecuencias, particularmente para los de Troya.
Sigue transmitiendo el mito que tras su liberación de la vigilancia de Argos, el guardián de mil ojos (el número varía dependiendo de la fuente), de los cuales siempre una parte permanecía en vigilia —requisito impuesto por Hera, que no había descubierto a su esposo, pero lo sabía culpable—, Ío huyó, gracias a la intervención de Hermes-Mercurio (quien o bien adormece o bien da muerte al vigilante, cuyos ojos fueron a parar a la cola del pavo, animal totémico de Hera-Juno, explicando así los dibujos geométricos del plumaje de la cola del pavo real) y que perseguida por un tábano —según Esquilo— o por una Erinis en versión de Ovidio y Valerio Flaco, logró alcanzar las costas fenicias, previo paso por el estrecho del Bósforo (cuyo nombre significa “paso de la vaca”), la región de Beocia (que debe su nombre a otra vaca, relacionada esta vez con su hermano Cadmo), cuando en su busca —como sus hermanos Cílix, Fénix y Taso— y en pos de una vaca con un signo blanco de luna llena en sus costados llegó a fundar en la región, por recomendación del oráculo de Delfos, con la ayuda y consejos de Atenea-Minerva, la ciudad de Tebas, y a establecerse en ella tras unirse a Harmonía —hija de Ares-Marte y Afrodita-Venus—, trayendo consigo el alfabeto como decíamos supra, el mar Jónico (mar de Ío), Escitia, Asia Menor y África.
He aquí que de aquella Ío griega —a quien se llegó a asimilar con la divinidad egipcia Isis (con quien también fue sincretizada Deméter-Ceres) después de que, a su muerte, Zeus-Júpiter la divinizara, y también con la fenicio-púnica Astarté (identificación que comparte con la diosa Afrodita-Venus en cuanto diosa suprema, de la vida y de la muerte, asociada al dios de la tormenta, análoga a la mesopotámica Ishtar, que como ella poseía múltiples nombres y distintos lugares de culto) tras varias generaciones (generalmente se la considera su tataranieta)— vino al mundo la princesa Europa, de grandes ojos, o bien de ancho rostro —como describe su nombre, y como es el caso de las vacas—, y que, raptada también, esta vez por un griego —nada menos que, de nuevo, el mismo Zeus-Júpiter, transformado en un bellísimo toro blanco— llegó a Gortina, en la isla de Creta, donde dio a luz a Minos, Sarpedón y Radamantis. Curiosamente, Hermes-Mercurio, a instancias de su padre se encarga de conducir el rebaño de bueyes de Agenor, padre de Europa, desde los altos prados hasta la playa de Tiro, donde sabía que se encontraba Europa junto a sus compañeras, e introduce a Zeus-Júpiter, metamorfoseado en un manso toro de un blanco refulgente como la nieve que llama la atención de las muchachas, como llamará la de Pasífae el toro surgido del mar.
Para los cretenses, el mito de Europa, el de su hijo Minos, el del Minotauro y el de Dédalo e Ícaro constituían parte de su identidad. Con ellos estaba vinculada la de Atenas, pues fue Teseo, hijo del rey Egeo, quien, ayudado por la princesa cretense Ariadna, logra poner fin a la ofrenda periódica de seres humanos procedentes del Ática destinados a servir de pasto al Minotauro, ser monstruoso híbrido de hombre y toro nacido de la relación contra natura de la reina Pasífae y un toro. La maldición lanzada por Afrodita-Venus contra la descendencia femenina de Helio, por haber descubierto su adulterio con Ares-Marte, cobra cuerpo en los desdichados amoríos de madre e hija. Por cierto, también Helio —padre de Pasífae y Circe, y abuelo de Ariadna, Fedra o Medea, todas ellas desgraciadas en amores— poseía un célebre rebaño de vacas blancas que estaba prohibido comer, prohibición que fue infringida por los compañeros de Ulises a su vuelta desde Troya y que tuvo como resultado el naufragio final del itacense, que llega solitario a la isla de los feacios.
Son numerosísimas las fuentes literarias que nos dan cuenta del mito de Europa, desde Homero. Destacan Ovidio y el poeta siracusano Mosco, que nos refiere de forma detallada el relato, pero la tradición ha pervivido hasta nuestros días, sembrando la historia de la literatura de interpretaciones y versiones, perspectivas y enfoques complementarios.
De este modo se explicaba, por ejemplo, de forma simbólica, la propagación del culto luni-solar a lo largo del Mediterráneo y el Oriente Medio, que tenía su representación en vacas y toros (como Ío, el toro raptor o el Minotauro cretense).
El nombre de esta princesa fenicia es el que lleva el continente europeo, que muestra en su leyenda que la supuesta pureza es una reivindicación artificial y falsa, y que las civilizaciones están hermanadas por el sagrado y contaminador vínculo de la Palabra.
Otra hija de Ío y Zeus, Ceróesa, nació donde más tarde se fundaría nada menos que Bizancio (por el nombre de Bizante, hijo que esta tuvo con su tío, el dios Posidón-Neptuno). También en su nombre, cuya raíz está emparentada con el cuerno, tenemos de nuevo la referencia a los bóvidos. Y de igual modo se encuentra en la denominación del lugar donde se ubica Bizancio: el cuerno de oro (Χρυσόκερας), estuario de origen prehistórico de 7,5 kilómetros de largo y 750 metros de ancho emplazado en un puerto natural que ha protegido a griegos, romanos, bizantinos y otomanos a lo largo de milenios, y que colonos griegos acondicionaron para formar la ciudad de Bizancio.
En 1502 el polímata Leonardo da Vinci, por encargo del sultán otomano Bayezid II, ideó un puente de un solo vano de 240 metros de largo y 24 de ancho, con el fin de interconectar la ciudad de Estambul con su vecina Gálata. Este ambicioso diseño sin precedentes (era unas diez veces más largo que la media en los puentes de su época) no contó con la aprobación del sultán en su momento, pero cinco siglos después se ha convertido en su primer proyecto arquitectónico que ha pasado de la maqueta a la realidad: en 2006 se anunció la decisión de reactivar dicho proyecto, quedando su construcción a cargo del arquitecto turco Bülent Güngör. Ingenieros del MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) han demostrado que el revolucionario puente es viable y hubiese funcionado.
Un puente no de piedra, sino de palabras, hace patente que el mito da la mano a la Historia y prueba con evidencias que a través de la Cultura distintas civilizaciones unen sus raíces en un tronco común.
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