Parece que nos sorprende que se pueda escribir así. Es que se escribe así y nos habíamos olvidado de ello. Se escribe con el alma y el corazón, también con el ansia y el miedo de afrontar la página en blanco, en la esperanza de que el punto y final ponga un poco de orden en la vida y le dé sentido. Se escribe asumiendo el riesgo, como si las palabras fueran una flota de naves intrépidas que se acercasen a la costa en una noche sin faro y sin luna, tratando de salvar el naufragio seguro al que se ven abocadas sin remedio. Poder contarlo, pese a no salir del todo indemnes, es la recompensa, el cofre del tesoro. Y no, no se sale ileso —si hay que creer a la Guerriero—, pero sí se impregna uno de la sensación de saber que es posible salvar un poco de mundo con trescientas veinte palabras en veintiún renglones, que luego en el periódico acabarán convertidos en la verdadera columna de sesenta.
Las llaman columnas periodísticas pero, en el caso de la escritora argentina, son muletas que se despliegan un miércoles para soportar la semana desde el lunes de la promesa al domingo de latencia. A sus lectores no les importaría enmendar el clásico de The Cure para hacerles decir It’s Wednesday, I’m in love. Y es que las piezas de Leila Guerriero (Junín, 1967) tienen ese raro don de la necesidad y laten a un ritmo casi circadiano a lo largo de los siete días que pasan entre la aparición de una y la espera de la siguiente.
Mientras escribo esto llega otro miércoles y ya no importa lo que cantara el grupo de Robert Smith, porque la escritora se nos ha trasladado al papel satinado del suplemento de los domingos de El País, donde lleva publicando desde 2014, así que le daremos la bienvenida con la gran Etta James de fondo y su hermoso Sunday Kind of Love. No ha cambiado de casa, simplemente ha subido al ático (al dúplex, más bien, con sus actuales setecientas palabras), a disfrutar de las vistas. Así, como quien no quiere la cosa, se le ha impuesto un mandato: reinventar en cada intento el género breve de opinión. No por afán de cambio, sino porque cada instante es único, y cada ocasión de contarlo ha de ser nueva; y lo más difícil, limpia de lastre, con las urgencias del cierre de edición y la serenidad que conduce a contar lo que se desea con las mejores palabras en el mejor orden. Es aquí donde la invención del género entronca con los mandatos de la poesía, con las estrategias del microrrelato y con la ligereza de los globos sonda cargados de ideas y emociones del ensayo para el mejor transcurrir de los días, que es a lo que en verdad atiende la interesada. O con sus propias palabras, a “la existencia humana como una experiencia brutal, y no puedo dejar de mirarla como quien contempla un bicho —que a veces sufre— bajo una lente de aumento”.
Teoría de la gravedad se ha concebido como una selección de la producción de la escritora a lo largo de ese lustro que lleva haciéndose cargo de las estructuras arquitectónicas de compensación en la contra del periódico que la acoge. La columna como mecanismo de soporte, pero también de recogimiento e iluminación, como uno puede llegar a sentirse ante algunas de las construcciones sacras de Tadao Ando. Ha sido ella misma la que ha elegido la disposición y número de piezas, la que ha creado el relato, lo mismo que hiciera hace unos años con las que se integran en las imprescindibles Maniobras de evasión de su compatriota Pedro Mairal (2015 y 2019), que ahora le devuelve el favor prologando el volumen de su amiga. Bien dice el autor de La uruguaya que estamos ante “un libro para caer en el centro de nuestra propia existencia”, en el que se dan cita los temas recurrentes de Guerriero, que para usar palabras dispuestas en un orden ya inventado por el mismo Mairal, entre muchas otras cosas, “del tamaño de la aridez de nuestros corazones. De repollos y reyes y de por qué el mar hierve y de si los cerdos tienen alas. Del horror del amor cuando termina. De todas las cosas que estaban hechas para olvidar que no hemos olvidado nunca (el dolor, los muertos queridos, aquellas tarde en la arena) y que, sin embargo, hemos olvidado para siempre”. He ahí la gravedad del asunto, porque todo ello nos ancla a 9’8 m/s2 al suelo de nuestro descontento, pero ya conocemos primero por Shakespeare y luego por Camus y Machado que el sol hará su efecto, que habrá luz tras la gravitación del dolor.
Leila Guerriero forma parte de esa nómina de escritoras osadas que son el orgullo de la profesión. Junto a ella andan Gabriela Wiener, Juanita León, María Moreno, Maye Primera, Sabina Berman, Liza López, Eugenia Zicavo, Laura Kopouchian, Josefina Licitra, Laura Castellanos, entre otras tantas nuevas cronistas de Indias, y hoy del mundo ancho y ajeno. En el periodismo narrativo que defienden se observa una fuerza torrencial, casi sanguínea, a la hora de abordar la contemporaneidad, pero es Leila Guerriero la que sobresale en eso que Pedro Mairal, acertadísimamente, ha descrito como “una observación forense”, pero no con las trampas episódicas de CSI, no, más bien con el trabajo invisible que hace expresar lo difícil de un modo sencillo, tarea ímproba que todos le agradecemos. Thelonious Monk, tan juguetón en las alturas, observa la aparición de una discípula íntegra, diestra en el manejo de los silencios y los ecos, con un ritmo propio y la armonía de una obra díscola, ingobernable en su honestidad, y heredera de la acotada sustanciación poética del maestro, también experto en brevedades, a pesar de que su obra es inmensa.
Ya sabíamos cómo se las gastaba en la larga distancia la autora de Los suicidas del fin del mundo (2005), Una historia sencilla (2013) o la ejemplar Opus Gelber (2019), y teníamos constancia de la sublimación de su arte en recopilaciones de la talla de Frutos extraños (2009) y la no menos imprescindible Zona de obras (2014), pero en esta última muestra de su arte narrativo en miniatura, la prosa de Leila Guerriero, como suele ocurrir con los buenos libros, puede llegar a lastimarte más si cabe (las dieciocho composiciones de la serie Instrucciones, aparecidas entre el 8 de abril de 2015 y el 21 de mayo de 2019, pasarán factura), aunque merece la pena correr el riesgo. Desconocer de lo que es capaz esta “mujer que escribe mirando”, como la describe Juan Cruz, sí daría cuenta de la profundidad de la herida.
—————————————
Autora: Leila Guerriero. Título: Teoría de la gravedad. Editorial: Libros de Asteroide. Venta: Amazon, Fnac y Casa del Libro.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: