Aunque hace apenas un año Jesús Fernández Úbeda entrevistó al ilustrador Joan Mundet para esta casa, retomamos la conversación con Mundet por la reciente publicación de un nuevo título de Capablanca, su novela gráfica por entregas.
Todos los que crecimos bajo la capa del Capitán Alatriste, quienes corrimos por las callejuelas de la villa junto a Íñigo, los que disfrutamos de las aventuras de Copons y de las conversaciones con Quevedo en la Taberna del Turco; quienes nos hicimos adultos leyendo estas aventuras de capa y espada… tuvimos siempre a la vista los personajes que nos regaló Mundet.
Joan Mundet trazó ante nuestros ojos un universo del que sería muy difícil desprendernos. Y aunque más tarde llegaron adaptaciones cinematográficas y televisivas, aunque otros ilustradores hayan dado forma a estos amigos, aunque el tiempo pase y la vida nos lleve a otras lecturas, la memoria de lo que una vez fuimos —dentro de este especial universo— viene firmada por Joan Mundet.
La generación Alatriste no se amilanó jamás ante novelas de tamaña envergadura, no tuvo miedo a declamar los versos de Quevedo, acabó —con el tiempo— arañando la espalda del capitán como hiciera la Lebrijana, justo antes de su último viaje, antes de esta pausa de sus peripecias en la que vivimos inmersos que no diluye el grato recuerdo de años de amistad y aventuras.
Esta generación conserva intacta en la memoria la imagen de la España del siglo XVII que nos dibujó Joan Mundet. Por todo ello, adentrarse de su mano en la creación de estos, y otros personajes, es un lujo que no puedo resistirme a compartirles.
Consideren esta conversación como un paseo que nos acerca a los andamios del trabajo de Mundet. Viajen con Zenda a un universo de papel, lápiz y tinta que ahora se plasma en el cuarto título de Capablanca, Te llamaré Capablanca.
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—¿Cómo comenzó su trayectoria? ¿Usted eligió dibujar o fue el dibujo el que le eligió a usted?
—(Risas) Es complicado de contestar. En casa siempre dicen que de pequeño siempre estaba dando la vara a mi padre para que me hiciera dibujos. Dicen que antes de decir papá o mamá yo pedía un yuix, (corrupción de la palabra dibuix, dibujo en catalán). Es una leyenda familiar que ronda por casa. Que yo sea consciente, a partir de los 8 o 10 años empecé a intentar dibujar de otra manera, porque antes hacía “lo típico”: un círculo y los cuatro palos. A partir de los 8 o 9 años, no sé a santo de qué, me vinieron ganas de dibujar algo más realista. A partir de los 12 años quería hacer tebeos. Supongo que esa es la información que llegaba a casa. Quería dibujar. Me acuerdo de que en la consulta del doctor (me llevaba mi madre a Sabadell, la ciudad vecina), yo debía de tener en torno a los 10 años y el médico me vio sentado en la camilla contemplando unos grabados colgados en la pared. Él lo vio y me dijo: «¿Qué? ¿Te gustan?». «Sí, mucho» le contesté. Luego me preguntó: «¿Qué quieres ser cuando seas mayor?». Y yo, que seguía mirando los grabados, le respondí: «Quiero hacer esto, quiero hacer dibujos como estos». Me contestó que dedicarse a eso era muy difícil y complicado pero, con 9 o 10 años, le contesté: «Bueno…”. Podría decir que el dibujo me eligió a mí, pero también puede ser que yo eligiera el dibujo, no lo sé. Es muy relativo, porque antecedentes en casa no ha habido. Hombre, mi padre dibujaba, pero lo hacía cuando le insistía, si no… no.
—¿Qué materiales considera imprescindibles cuando se sienta a la mesa a trabajar?
—El primero de todo son las ganas. Es terrible trabajar sin ganas. Me gusta mucho explicar historias. Por tanto, mi motor son las ganas de explicar historias. En mi caso las escribo y las dibujo. ¿El material? Lápiz, papel y tinta. Y una regla, compás… Lo típico de cualquier dibujante. Aparte de que ahora tenemos ordenador, que no deja de ser un lápiz sofisticado, una herramienta que facilita el trabajo. Si te equivocas, cambias la capa y está solucionado. Antes o retocabas el dibujo o tenías que repetirlo.
—Ha trabajado para algunas de las mejores editoriales españolas y extranjeras. ¿Podría contarnos cómo contactaron con usted algunas de ellas?
—En mi pueblo, Castellar del Vallès, había un señor que trabajaba para diferentes editoriales a través de agencias de dibujantes haciendo portadas para muchos países. Yo iba los sábados por la tarde a enseñarle los dibujos que había hecho durante la semana, y él me guiaba más o menos: «Éste está bien», «Éste no», etc. Y a la que ya vi que tenía más claro eso de dedicarme a trabajar dibujando, le pedí algunas direcciones de editoriales de Barcelona. En una me dieron trabajo, en otra no… ¡Lo típico cuando empiezas! Te ven muy joven y haces lo que puedes. Normalmente hacen pruebas: te dan un guion de una historia para ver cómo funcionas. En esa época había varias agencias en Barcelona y en las agencias me salían algunos trabajos para el extranjero. Lo curioso de estas historietas de agencia es que te enviaban el guion, con los diálogos y la descripción de la viñeta (lo que se tiene que dibujar…). La descripción estaba traducida al castellano, pero los diálogos no. Al final los personajes acababan siendo inexpresivos (tenían cara de poker), porque no sabías qué decían. ¡No todos sabemos sueco! (risas) Era un trabajo como otro cualquiera. Después me casé, tuve dos hijas. Necesitaba dinero, así que trabaje de jardinero tres años. Combinaba ese trabajo con dibujar historias escritas por mí (o adaptar algún cuento de algún amigo). Hice una historia, la presenté a un concurso en Guadalajara y lo gané. A partir de ahí me presenté a varias editoriales que había en Barcelona que publicaban revistas de comics. En la revista Rambla les gustó mi trabajo, y empezaron a publicarme historias escritas y dibujadas por mí. Desde esa época hasta ahora, normalmente todo lo que he publicado, la mayoría de las veces es escrito y dibujado por mí. En medio he tenido baches, he trabajado ilustrando libros, decorando cerámica, pintando cuadros, he dado clases de dibujo y he vuelto a hacer cómics, o novelas gráficas. Dentro de la profesión he hecho un poco de todo.
—¿Cómo es el proceso de trabajo? Entiendo que trabaja a partir de un briefing enviado por la editorial, pero, ¿cuánto aporta a la obra de Mundet el contacto con el autor?
—Depende. Normalmente la editorial, cuando te encarga las ilustraciones de un libro, a veces te pasa el libro y a veces te pasa un resumen o te indica: “Hay que ilustrar esta página, este texto», etc. Prefiero tener el libro entero, aunque sea en galeradas, o el texto ya corregido, es igual. Lo leo y voy haciendo bocetos pequeñitos de las partes que creo que sería interesante ilustrar. En mi caso, la mayoría de los libros los he hecho así: lo he ilustrado, lo he llevado a la editorial y no ha habido ningún problema; y en los que he conseguido hablar con el autor, es más agradecido el trabajo, es mucho mejor: le envías el boceto, lo comentas con él… Esto me pasó cuando estaba ilustrando las novelas de Alatriste. Los bocetos se los paso siempre a Arturo Pérez-Reverte y los comentamos. Incluso en la novela Corsarios de Levante él iba justito de tiempo con la novela. Era verano y la novela tenía que salir en diciembre. La ilustré al mismo tiempo que él escribía. Esto es una cosa rarísima. La sensación que tuve es que estaba trabajando como si fuera el siglo XIX, cuando se publicaban novelas por entregas, Alejandro Dumas y compañía. Entregaban el capítulo, el ilustrador aportaba la ilustración y se publicaba cada semana. Yo hacía los bocetos, se los enviaba a Arturo, él los comentaba. Yo hacia las ilustraciones definitivas y de vez en cuando le preguntaba: «¿Cómo continúa?». Él decía: «No lo sé, lo veré cuando lo escriba». Era una situación muy curiosa, lo pasé muy bien. Creo que Arturo disfrutó también haciéndolo así, pero trabajar de esa manera ha sido una cosa excepcional. En cuanto al cómic, he realizado algunos cómics de encargo, pero la mayoría son cosecha propia. Yo quiero explicar una historia, empiezo a escribirla, voy dándole vueltas, busco información… Hay historias que llevan cinco o diez años, o más, dándome vueltas en la cabeza hasta que consigo concretarlas y dibujarlas para después encontrar editor. Dibujé la adaptación de Alatriste a cómic, la vio un guionista uruguayo llamado Robin Wood, una leyenda en la historia de la historieta o cómic, que me contactó. Me preguntó si me interesaba dibujar un personaje para Italia. Estuve dibujando a Dago, el personaje italiano, durante 3 años. Luego dejé de hacerlo y a la editorial le propuse varias historias que tenía en mente. Me dieron el visto bueno. Llevo una década trabajando con ellos, y cinco años dibujando a mi personaje Capablanca.
—Acaba de publicar el cuarto título de la saga de Capablanca, Te llamaré Capablanca, una novela gráfica ambientada en Cataluña en el Siglo de Oro. ¿Cómo creó el personaje? ¿De dónde surgió la historia de Capablanca?
—Cerca de mi pueblo hay una montaña a la que vulgarmente llamamos La Mola, y por allí corre la leyenda de un bandolero llamado Capablanca. Esta leyenda la conocía desde pequeño. Pero como historia, esta leyenda no tenía un cuerpo argumental para desarrollar. Como soy curioso y me gusta buscar entre papeles viejos, encontré, en el archivo de mi pueblo, que había un bandolero de la época de Alatriste (1600) que se llamaba Joan Muntada. Aparece en la lista de bandoleros que fueron perdonados en tiempos de Felipe III, toda la cuadrilla de Perot Rocaguinarda, con la condición de que sirvieran durante diez años en el Tercio en Italia. A partir de aquí realicé un argumento general, una escaleta teniendo en cuenta el momento histórico, que me sirvió para mezclar la realidad histórica con la ficción. De ahí, los diferentes libros de Capablanca: A cara o cruz, Dos muertes, El pozo del olvido, Te llamaré Capablanca, Cien mil doblones y Adiós a la tierra. Los cuatro primeros ya se han publicado en España. Es la primera obra grande que hago, con tantas páginas, más de seiscientas.
—¿Suele documentarse con publicaciones del periodo que está dibujando? Ha comentado que suele visitar archivos. ¿Dónde encuentra esos referentes a la hora de ambientar históricamente una novela?
—Hoy en día normalmente el señor Google tiene mucha información. Antes tenías que mirar más revistas, libros, etc. Ahora lo miras también, porque según qué cosas buscas, por mucho que Google tenga información, no la tiene toda. Y a veces está equivocada. Suelo buscar libros, me gusta comprar libros en librerías, también librerías de viejo. Me los compro y tengo una biblioteca básica. En este caso, como empecé con Alatriste —el Siglo de Oro es una época que me gusta mucho, supongo que por haber leído en el colegio los versos de Lope, Góngora, Quevedo… y el castellano de la época es muy rico—, había leído novela picaresca, biografías de soldados… Siendo una época que me gusta, la información y la documentación la he ido recopilando. Sí que hay cosas de esa época sobre las que no tienes documentación, y entonces lo que haces es suplirlo, imaginando cómo sería si estuvieras allí. Hay un ejemplo muy tonto, pero en una de las descripciones de la novela El capitán Alatriste, Arturo Pérez-Reverte había puesto que en la Rúa del Prado de Madrid paseaban los domingos en sus carrozas, rúa arriba rúa abajo, y escribía que pasaba una carroza “descapotada”. Empecé a buscar documentación y no me salía ninguna “descapotada” por ningún lado. Pregunté a Arturo y él, riendo, me dijo que se lo había inventado. Entonces hice lo mismo. Dibujé una carroza y le quité toda la parte de arriba: ya tenia una carroza descapotable creíble. Con una historia actual esto es más complicado. Cuando hice el libro del 11-M, salió una redacción de un periódico digital y estuvimos hablando con los guionistas sobre el tipo de ordenadores que tenían en las redacciones de la época. Hicimos la historia en 2009, pero aquello pasó en 2004. Los ordenadores en 2004 tenían en la parte de atrás un tubo, así que lo dibujamos así, tipo armatoste. Y eso que solo son 5 años de diferencia. En cosas históricas, por mucho que mires, llega un punto en que te inventas alguna que otra cosa, pero tiene que ser algo que encaje, no una tabla de surf en una galera del XVII. Cuando estuve ilustrando Corsarios de Levante, estuve buscando documentación y según donde mirara había galeras de una manera o de otra. Yo necesitaba concretar una. Con la información que tenía, me fabriqué una galera con cartón-pluma y cinta adhesiva que tenía 2 metros de largo, a proporción. La hice para tener los volúmenes a la hora de dibujarlo y que se vea que siempre es la misma galera. Las cosas han cambiado, porque ahora hay un programa (Sketch Up) con el que puedes hacer cosas en tres dimensiones.
—¿Qué ha hecho con ella?
—La galera al final la pasé a 3D. Me mudé a una casa algo más pequeña y en la mudanza quedó hecha un asco, así que la sustituí por una virtual. Me la cargué. Le hice fotos por si tengo que dibujar el naufragio de una galera.
—Las tres historias anteriores de Capablanca, A cara o cruz, Dos muertes y El pozo del olvido, están recogidas en un integral editado por Panini. Sin embargo el primer tomo se editó en Italia en fascículos y a color, un folletín integrado en una revista. ¿Suele considerar el mercado potencial de la obra antes de diseñar la estructura de la misma?
—Normalmente cuando hago una historia, siempre pienso en realizarla por capítulos. Es lo más practico a la hora de tener una cadencia de trabajo. El editor italiano publica dos revistas de cómic a la semana, dos semanales. Debe de ser de los pocos países del mundo en que se publican revistas que contengan cómics, y cada revista son ciento y pico páginas. La manera de trabajar con ellos es a base de entrega de capítulos. Cuando reúnen ocho capítulos, una historia completa, la publican, un capítulo por semana. Esperan, y medio año después o así, cuando tienen otros ocho capítulos, publican por entregas semanales otro libro. Lo vamos haciendo así. La editorial Panini ha sacado un integral a color con varios extras de las tres primeras historias. Al mismo tiempo, o un poco antes, a través de Amaniaco Ediciones / Cayo Largo Ediciones publicamos la versión en blanco y negro. La ultima aparecida es Te llamaré Capablanca, en blanco y negro. Está previsto para octubre o noviembre de 2020 publicar el segundo integral a color, con los libros Te llamaré Capablanca, Cien mil doblones y Adiós a la tierra, más algunos extras. Igual peco de ingenuo, pero pienso, y así lo pongo en mis dedicatorias de firmas, que los lectores disfrutan con la lectura del libro tanto o más como yo haciéndolo. Ese es mi planteamiento para hacer cualquier libro.
—¿Qué periodo histórico le gustaría dibujar? ¿Cuál no dibujaría jamás?
—Aparte del Siglo de Oro me gustan mucho los westerns. De hecho, ahora estoy dibujando uno. He terminado el sexto libro de Capablanca y estoy aprovechando para hacer un western mientras escribo el séptimo. ¿Qué no haría nunca? Si por ejemplo una editorial me contacta y me envía un guion, lo leo. Si me gusta y puedo disfrutar haciéndolo, lo hago. Una novela gráfica es medio año o un año entero de trabajo. Te puede pasar que al cabo de tres meses se te cruce la historia y no haya manera de encauzarlo. Eso es un tormento. Me pasó una vez y no me va a volver a pasar más.
—¿Cree que ha cambiado su manera de trabajar desde que comenzó hasta su último trabajo?
—Sí. Empecé haciendo historietas, luego me dediqué a la ilustración y aprendí a usar la documentación y a mirar las cosas de otra manera, de un modo más explicativo, más trabajado. Ahora he vuelto a hacer historietas y he podido aplicar lo que aprendí ilustrando. Me doy cuenta de que voy simplificando: el dibujo es igual de realista, pero simplifico. Me definiría como un graphic writer (escritor gráfico).
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Tras esta pequeña conversación, Joan Mundet nos habla entusiasmado del último título de Capablanca, recientemente publicado: Te llamaré Capablanca:
«En esta novela el protagonista, Joan Muntada, ya tiene alrededor de 13 años. Deambula por Cataluña sin saber muy bien qué hacer con su vida, hasta que decide dedicarse al bandolerismo. Es un fugado de la cárcel, y como tal buscado. Asalta a un viajero, al que utiliza como moneda de cambio para entrar en la cuadrilla de Perot Rocaguinarda. El viajero es nada más y nada menos que don Miguel de Cervantes, de viaje a Barcelona para buscar impresores para editar una hipotética segunda parte de El Quijote.
Joan acaba siendo su criado en Barcelona. Allí también se encuentra Jerónimo de Pasamonte, un antiguo conocido de Cervantes en la batalla de Lepanto. Hay varias teorías y estudios sobre quién fue el autor de la segunda parte del Quijote apócrifo. Bastantes apuntan a que Avellaneda era Jerónimo de Pasamonte, y se produce el encuentro de los dos, y otras circunstancias de la estancia de Cervantes en Barcelona. Me lo planteé como un juego literario utilizando el Quijote y la segunda parte de Avellaneda. También recogí y adapté la historia de la cabeza parlante de la novela de Cervantes. Y claro, tuve que crear un Cervantes reconocible: algo viejo —alrededor de 60 años—, con un punto de mala leche y algo reconcomido, que prefiere el pecunio a la fama, que según el ya tiene.
También estudio el lenguaje del Siglo de Oro, utilizo palabras y expresiones a veces sacadas de libros de la época y otras inventadas, pero que todas suenen a castellano del Barroco. Mi objetivo es explicar la historia de Joan Muntada, alias Capablanca, un superviviente durante el Barroco.
Capablanca: ¿Héroe o antihéroe? ¿Pícaro o bandolero? ¿Soldado o conquistador? ¿Bucanero o corsario? Lo que sí sabemos es que viaja libre de equipaje, que en su bolsa sólo lleva una pistola, una espada y algún que otro libro.»
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