Leemos la frase perfecta y todo cobra sentido en nuestro interior. Las palabras, ordenadas para lograr el equilibrio deseado, entran en resonancia con una parte de nosotros mismos que creíamos olvidada y que solo aparece cuando es invocada. Embobados por una medida cadencia, ignoramos qué hay detrás: la fuerza creadora que otorgó al autor el poder de deslumbrarnos.
No todas las frases escritas por Antoine de Saint-Exupéry son perfectas, pero vale la pena buscar esas perlas entre toda su obra. Al menos para evitar verle como un filósofo que pasaba sus días buscando la manera de expresar poéticamente sus pensamientos. En realidad, el escritor y aviador francés era un hombre de acción, cuya fuente de inspiración era un estado de riesgo permanente, lo que le valió la crítica del sector más académico de la literatura francesa, que consideraba ciertas descripciones poco realistas porque no venían de un narrador profesional. Saint-Ex, como era popularmente conocido, recurría a constantes metáforas para explicar lo que sentía mientras pilotaba, argumentando que una descripción exacta sería ininteligible a toda persona ajena al medio aéreo.
El interés de sus escritos va más allá del literario, pues su valor histórico los convierte en un privilegiado testigo de su tiempo. Nos trasladan a una incierta época en la que que un avión estaba lejos de ser la segura máquina en que acabaría convirtiéndose y todo piloto sabía que su siguiente vuelo bien podía ser el último. Ese consciente flirteo con la muerte es el telón de fondo de sus primeras novelas, que, a pesar de ser ficción, muestran pasajes velados de la vida de su autor.
Correo del Sur (Courrier Sud, 1929), narra la historia de Jacques Bernis, un piloto encargado del correo aéreo entre Francia y América del Sur. Toda una odisea llena de peligros, cuyos artífices encontrarían insultante el envío de un correo electrónico de forma instantánea. También cuenta el devenir de Geneviève Herlin, amiga de infancia de Jacques, que reencontrará en París y con quien vivirá una fugaz aventura. Si bien es fácil pensar que la historia de Jacques es un fiel reflejo de la vida del autor, que llevó a cabo la misma ruta aeropostal, Geneviève representa su deseo de abandonar su acomodado entorno familiar (recordemos que la preposición “de” que forma parte de su apellido, «de Saint-Exupéry», delata su origen aristocrático). Jacques quiere volver a su casa (constantes recuerdos de su infancia salpican el relato), mientras que Geneviève quiere dejar su confortable vida, aun sin saber si será capaz de operar el cambio. Ambos personajes representan dos aspectos de la personalidad del escritor, que conviven irremediablemente: el deseo de estabilidad y la necesidad de huir.
El corte pesimista de la novela nos habla de los sentimientos de Saint-Exupéry tras separarse de los suyos para trabajar en la “Línea” de correo aéreo. Queda reflejada la soledad en la que vive, ya sea en el inhóspito desierto del Sáhara o en el bullicio de la ciudad. El regreso de Jacques a París describe magistralmente lo que siente todo migrante cuando vuelve a su lugar de origen, comprueba que el escenario de su antigua vida ha cambiado y los lazos que le unían a él empiezan a desaparecer. Solo queda el melancólico recuerdo de la infancia y las ganas de partir para continuar con la noble labor que le sacó de allí: transportar el correo para unir dos hemisferios del planeta en unas cuantas horas. Una gran hazaña para la época, que ensalza el carácter heroico del piloto, capaz de sacrificar su vida por un bien común.
El mismo halo de heroísmo se percibe en la segunda novela de Saint-Exupéry, Vuelo nocturno (Vol de nuit, 1931), un relato breve que se desarrolla en unas pocas horas. Esta vez el escenario elegido es la línea aeropostal que une Buenos Aires con la Patagonia y transporta el correo procedente de Europa, en la que trabajó el propio autor. El heroico rol del piloto se intensifica con el vuelo nocturno, cuando las referencias visuales se reducen (sin GPS, los únicos medios para orientarse eran un plano, una brújula, una radio y las estrellas) y los peligros se multiplican. El autor nos regala hermosas descripciones de ese momento de absoluta soledad frente a las estrellas, cuando la tierra desaparece y tiene la sensación de abandonar el planeta para flotar en el espacio.
Fabien, el protagonista del relato, es uno de los pioneros de la peligrosa ruta nocturna ideada por Rivière, director de la línea aeropostal, para mejorar la eficacia del transporte aéreo. Una noche, ante la amenaza de un imponente ciclón, Rivière decide mantener la ruta, y deberá justificarse frente a la angustiada mujer de Fabien, que irá hasta su oficina para conocer el paradero de su marido. La novela desarrolla una profunda reflexión sobre la relación entre jefe y subordinado, sobre cómo la obediencia a un orden establecido matiza el concepto de libertad. Fabien acepta la misión aun siendo consciente de las altas probabilidades de fracaso. Lo hace porque sabe que, dejando su vida en manos de Rivière, participa en una empresa más importante que él mismo: el individuo se sacrifica por la colectividad, lo que nos recuerda que, cada vez que Saint-Exupéry toma los mandos de su avión y arriesga su vida de forma consciente, no lo hace por un irracional amor a la aventura, sino por una fuerte convicción de ayudar a los demás, tema recurrente de sus posteriores publicaciones.
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