No es preciso tener a mano papel y lápiz para ir anotando, pacientemente, la vida y milagros de cada uno de estos personajes que, en su mayoría, pululan por la novela como tercos moscardones que se estrellan, una y otra vez, contra el cristal de la ventana. Se trata, tan sólo, de dejarse llevar, de olvidarse, si se quiere, de los nombres de estas reinas y reyes, de los alfiles y peones que acuden, desesperadamente, al amparo de la luz, como mariposas nocturnas, con la señal de la muerte en sus alas.
Lo que nos importa, pues —palabra de lector y de crítico que ha seguido con delectación la trayectoria literaria de Carmen Posadas desde hace casi un cuarto de siglo, desde que puso en danza sus gloriosas Cinco moscas azules que, hoy por hoy, ya podría pasar por un clásico—, es el ritmo trepidante de su nuevo relato, el tono empleado, las diferentes perspectivas y puntos de vista con los que trabaja la autora. “No cuenta la memoria, sino la mirada” —dejó escrito en su día Muñoz Molina en su espléndido Jinete polaco—, el nervio que bulle a lo largo y ancho de estas páginas que poseen la virtud, tan propia de la escritora hispano uruguaya, de atrapar al lector, de sacudirlo por la pechera, de llevarlo a su terreno y convertirlo en cómplice desde el primer párrafo, desde la primera frase: “Gadea no recuerda bien cuándo empezó a desconfiar de su madre. O tal vez sí”.
El principal referente es, en esta ocasión, la conocida novela del viejo y siempre actual William M. Thackeray, La feria de las vanidades, cuyo título completo vale la pena recordar ahora: La feria de las vanidades: una novela sin héroe (Vanity Fair: a Novel without a Hero). Lo vengo a decir porque la segunda parte del anunciado título deja con las raíces al aire un elemento clave del nuevo libro de Carmen Posadas. Porque aquí el héroe es, de alguna forma, el paso del tiempo, lo superfluo, lo intrascendente, la vida social de ese medio siglo por el que transcurre una novela en la que cualquiera de sus personajes puede ser héroe y villano en la misma décima de segundo.
Aun así, a pesar de esa predilección por la literatura inglesa del siglo XIX, algo que no supone ninguna novedad tratándose de Carmen Posadas, mucho más leída, mucho más instruida, meticulosa, inteligente y cosmopolita que buena parte de los escritores de su tiempo, el producto que ahora nos ofrece también conserva ciertos aromas de nuestra cosecha nacional, como esos caldos cuyo sabor queda dando vueltas y más vueltas en la punta de la lengua. Es innegable que, por algún lado, asoma el mejor Cela de La colmena, que convirtió el Madrid de la posguerra en la ciudad del dolor, de la apatía y de la abulia; y también ciertos aires mesetarios, un tanto agrios y astringentes, que provienen del malogrado Luis Martín Santos y su monumental Tiempo de silencio, en donde se describen, con precisión de cirujano, los soberbios alcázares de la miseria de un Madrid que se niega a entregarse a la modernidad y ponerse al servicio del progreso. Tanto es así, que, aunque de pasada, en La maestra de títeres se cita este relato de 1962 con el que el autor vasco revolucionó la estancada literatura española de aquellos años oscuros y espesos del franquismo. De hecho, esta vez, con mucha más soltura y desparpajo que en ocasiones precedentes, Carmen Posadas apuesta por el monólogo interior, por el fluir de la conciencia, y, sobre todo, por una compleja pero asumible estructura que tiene algo de caleidoscópica, de realidad fragmentada, de historia en pedazos, de gigantesco puzle que el lector tiene que componer pacientemente para disfrutar de su mensaje.
No hay héroes a la manera tradicional, ni siquiera antihéroes a la manera moderna, sino un buen número de personajes secundarios de una excepcional valía, de hondo calado, con evidentes toques barojianos, a los que describe con un par de pinceladas, a los que deja crecer y vivir por su cuenta, sin interferir en sus destinos. Son tipos que no nos resultan indiferentes, que no pasan inadvertidos al lector. Como la deliciosa Lita, el galdosiano Yáñez de Hinojosa, el gris y disciplinado Antonio del Monte o el inconformista y combativo Julián Calanda, que, salvando las distancias, algún parentesco tiene con el Pijoaparte de Marsé: el guapo de baja extracción social al que le ponen las niñas monas de alta alcurnia. Y Beatriz Calanda, claro. Con su vida exagerada, con su hiperbólica y extravagante vida marital. Rodeada de niños bien que hablan muy mal. La señora de gran mundo que juega a devorar cuanto halla a su paso para no ser devorada.
La maestra de títeres crece página a página. Da la impresión de que Carmen Posadas, transcurridos los primeros compases, encuentra el resorte más eficaz para imprimir la velocidad precisa a su invento. El final no puede ser más espléndido. Con sorpresa incluida, y una cierta concesión a lo metaficcional. Una novela que tiene algo de cómo se hace una novela, con permiso de Unamuno. Al igual que hizo Chirbes en su día, con sus historias ambientadas en el Madrid de la Transición, Carmen Posadas, sin que falte el humor, la ironía, la parodia, el distanciamiento, resortes marca de la casa, analiza a fondo, cuidando que su relato no se envenene y se convierta en un panfleto (los recursos del folletín son la más eficaz medicina), la sociedad española del tardofranquismo y, sobre todo, de esos años, entre brumosos y divertidos, en los que la gente, por lo que pudiera pasar, se cambiaba a toda prisa de chaqueta y maquillaba su pasado, a veces de manera hortera y ridícula. Los tiempos están cambiando, leemos una y otra vez en estas páginas. Aunque haya ciertas metamorfosis difíciles de digerir: “¿Cómo se reinventa un ministro de Franco para hacer creer a todo el mundo de que es demócrata de toda la vida?”. Que le pregunten al maestro Marsé de La muchacha de las bragas de oro.
Aquí la verdadera maestra de títeres, por si alguien aún no lo tuviera claro, es la propia Carmen Posadas. Con sus habituales y sentenciosas frases que rozan la genialidad. Con sus profundas reflexiones en las que pone en cuestión si es o no necesario conocer siempre la verdad, “una virtud muy sobrevalorada”, o disimularla del mejor modo posible. Carmen Posadas es, además, una maestra de la sugerencia, de esas medias palabras que quedan en el aire para que cada uno las reconstruya del mejor modo posible. La maestra de títeres es, en fin, una novela trabajada, seria, rigurosa, ajena por completo a la improvisación, pero en la que, sin embargo, no se echa en falta el dinamismo, la frescura y la gracia de lo ligero.
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Autor: Carmen Posadas. Título: La maestra de títeres. Editorial: Espasa. Venta: Amazon
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