A menudo, el género negro es cuestionado por su falta de esencia literaria, por ser algo vulgar, ya que todas aquellas novelas que empezaron a venderse por unos centavos en todos los kioskos de América a principios de los años veinte eran consumidas masivamente por una multitud de ciudadanos que cada vez tenían más tiempo libre, mayor poder adquisitivo e inquietudes literarias (a falta de otro modo de ocio) que satisfacían leyendo estas novelas pulp en las que se les hablaba en un idioma muy cercano al suyo, lejos de exhibicionismos preciosistas del lenguaje culto. Además, las historias que emanaban de aquellas páginas de papel barato eran como las que ocurrían a la vuelta de la esquina, lejos de mansiones victorianas o campiñas inglesas, que para el americano de a pie eran paisajes incomprensibles.
Mucho se ha hablado y se sigue hablando a lo largo de festivales, artículos, ensayos y redes sociales sobre el origen de la novela negra, escuchándose a veces algunas cosas demasiado hilarantes, demasiado faltas de rigor y desde luego no exentas de una imaginación que destila una ignorancia difícil de sostener a poco que se indague. Se escuchan cosas como que la novela negra nace en la Biblia, con la historia de Caín y Abel, o en el Quijote, o antes de la creación de las galaxias, en el Big Bang. Todo mentira, todo consecuencia de una alta capacidad de invención y de una ignorancia endémica. La novela negra nace en la revista Black Mask. Es un hecho registrado que Carroll John Daly publica en la revista el primer relato de un Private Eye hard boiled (detective privado duro de pelar) en 1923, unos meses antes que Hammett. La personalidad del detective de los primeros relatos fue evolucionando hasta llegar a adoptar la figura de Race Williams. Según diversas fuentes, si en la portada de la revista aparecía el nombre de Carroll John Daly las ventas se incrementaban entre un 15 y un 50%.
Las historias de Daly tratan sobre hombres en constante peligro de ser asesinados. La trama favorita de Daly es la formada por tipos que se infiltran o intentan entrar en la guarida del malo o que se encuentran con policías corruptos. Cuando no se encuentran amenazados, sus héroes intimidan, o amenazan con matar, a algún secuaz a sueldo de las mafias. Cuentan con aliados que les ayudan, hombres o mujeres, valientes, pero mucho más frágiles. Desde el principio, estas historias violentas, con los personajes en constante peligro, atrajeron la atención del público, unas historias que hablan de corrupción, de cómo una mafia u organización dedicada al mal puede infiltrarse hasta los cimientos de la sociedad y obtener una posición fuerte tanto en lo social como en lo político.
Pero no todo es violencia, ya que en las novelas de Daly se enfatizan aspectos tales como la gastronomía y los buenos restaurantes o el amor por la música y la lectura. Vee Brown, uno de sus detectives, es compositor de canciones cuando no investiga. Algunos críticos califican a Daly como precursor de las historias de superhéroes en los cómics (la guarida del villano, alter ego de sus héroes, etc.).
La relación de los detectives de Daly con las mujeres es el origen de la femme fatale. Las heroínas de sus novelas corren tras el detective, no al revés. Como ejemplo, podríamos citar a The Flame, la despampanante líder de una banda de chantajistas del inframundo enamorada de Race Williams y que quiere poner su mundo a los pies del detective. Igualmente, su detective Satan Hall es perseguido por una joven perteneciente a una pandilla de mafiosos. En cualquier caso, todavía son figuras ambiguas y no del todo perversas.
Puede que las historias no estuvieran dotadas de tramas brillantes, puede hasta que fueran toscas, pero Daly acuñó un tipo de detective nuevo: solitario, con un código moral particular, cínico y violento, alejado de los detectives tradicionales victorianos o del precursor Dupin, de Poe. Mientras estos echaban mano de la lógica y la deducción (todo estaba en su cabeza, en su intelecto) el nuevo prototipo se fía más de su instinto, saliendo a las calles (su hábitat natural), creando un nuevo tipo de novela naturalista muy particular: el detective es un trasunto de aquellos llaneros solitarios de los westerns, teletransportado a la gran ciudad.
Daly fue maltratado por los críticos, siguiendo la creencia de estos de que todo relato simple o popular es malo y que todo relato enrevesado tendente a la sofisticación y al aburrimiento es bueno. Pero cuanto más le criticaban más vendía, y más creció su figura como escritor y como lo que hoy llamarían influencer sobre otros escritores. Y llegados al tema de la influencia, contrariamente a lo que se cree, fue Daly el que más contribuyó a que otros escritores crearan personajes similares a los suyos. Hammett contribuyó también con el agente de la Continental y la representación de inframundos urbanos, pero no es un detective solitario. Es más, representa los intereses de una compañía, demasiado alejados de los valores del tipo de detective literario que terminaría por asentarse en la literatura hard boiled. Participó en el desarrollo del código moral del detective y aportó, sobre todo, realismo. Su influencia fue mucho más efímera que la de Daly. De hecho los autores que imitaron su estilo de escritura de precisión (Rogery Torrey, Paul Cain o Raoul Whitfield) desaparecieron a finales de los años 30.
Mickey Spillane, padre literario de Mike Hammer, era un ferviente admirador del personaje Race Williams de Daly. Lo era tanto que llegó a admitir que Hammer se inspiraba en Williams, y así se lo hizo saber a Daly a través de una carta. El agente de este quiso interponer una demanda por plagio, pero se cuenta que hacía tanto que Daly no recibía una carta de un admirador en términos tan halagadores que él mismo paralizó el proceso. Una muestra más de la influencia del neoyorquino. Si los polos opuestos se atraen, este puede ser un buen ejemplo. Spillane era un anticomunista convencido admirado por ultraderechistas, que se hizo testigo de Jehová. Su detective Mike Hammer protagonizaba novelas en las que todo aquel que delinquía tenía que morir o ser encarcelado y en las que todos los policías, jueces y políticos eran inmaculados, al contrario de la tendencia de la época de retratar la corrupción de las instituciones.
A principios de la década de los 40, Raymond Chandler imagina a un detective capaz de actuar como un caballero solitario moderno, bromista, mordaz, cínico, descarado, insolente, sarcástico, harto de la vida… Este concepto le debe más al Williams de Daly que al agente de la Continental de Hammett, y es el que perdura a través de las novelas de autores como Ross Macdonald, Robert B. Parker, John MacDonald o Elmore Leonard. Además, en las novelas de Daly brilla con luz propia un elemento estilístico que solo Chandler consigue utilizar y mejorar con maestría: el símil. Es además una herramienta técnica que evita las largas y tediosas descripciones para añadir ritmo, otro de los atributos de la novela negra. Si se sabe utilizar, contiene la suficiente profundidad como para ofrecer un amplio contenido literario. Valga un ejemplo, el de la página 97 de su novela The Snarl of the Beast, en la que Race Williams ve una calle «tan fría como la sonrisa de una vieja sirvienta». Esto, que parece anecdótico, va a marcar toda la novela negra que vendría después.
Llegados a este punto podemos decir que Daly sería el verdadero padre de la novela negra, no solo por ser el primero que definió el arquetipo de detective; esto no es lo más importante, pese a que la cuestión temporal está ahí. Lo importante fue que el burócrata agente de la Continental de Hammett no fue el modelo de detective que perduró. Hasta ahora se ha hablado de Hammett y de Daly de manera cualitativa. Si hablamos cuantitativamente, Hammett, con sus cinco novelas publicadas, también sale perdiendo frente a las diecinueve de Daly, por no hablar de los relatos e historias cortas del segundo, que se publicaron ininterrumpidamente en las revistas pulp desde 1923 hasta mayo de 1955. La tercera pata es Raymond Chandler que, si bien se declaraba admirador de Dashiell Hammett, hay que considerarlo heredero literario de Daly. Pese a la influencia de Chandler, cuantitativamente también pierde frente a Daly, con sus siete (más una) novelas publicadas. El «más una» viene al caso por la novela incompleta Poodle Springs, de la que Chandler dejó cuatro capítulos escritos tras su muerte, y que terminó Robert B. Parker. Si bien el protagonista es Marlowe, es un Marlowe algo distinto.
Ante a lo expuesto anteriormente, podemos considerar a Daly, Hammett y Chandler la Santísima Trinidad del género negro, en donde sin duda Daly ocuparía el papel de Padre. Chandler sería el Hijo por la canonización del estilo y su influencia posterior. Hammett sería el Espíritu Santo, el pegamento, el halo que siempre sobrevuela el género desde su nacimiento. Es el menos sólido en cuanto a la coherencia en el estilo, a pesar de haber escrito tres obras maestras: Cosecha roja, El halcón maltés y La llave de cristal. Sin embargo, su estilo es irreconocible en novelas como El hombre delgado, que parece más bien una comedia de Billy Wilder. Hammett explora otros territorios (divaga literariamente), algo que no ocurre en las novelas de Chandler, seguramente por ser un escritor más tardío y con un estilo más personal, aunque el Marlowe de los primeros relatos no es el mismo que el de las novelas. También lo hace Daly en muchas de sus novelas, en las que el detective todavía es un reflejo del investigador deductivo al modo de Holmes o Poirot (con sus propios Watsons que narran la historia, como Mack en la novela El séptimo asesinato) o del investigador que lucha contra entes terroríficos del inframundo. Daly es un puente entre lo antiguo y lo nuevo, entre la novela enigma y la novela negra.
Para los que piensan que la novela negra es mero entretenimiento, que lean Cosecha roja. Hammett fue detenido en la caza de brujas de McCarthy por sus ideas comunistas. Chandler era un tipo más clásico y refinado debido a su educación británica, y hay que leer entre líneas para extraer algunas conclusiones sobre sus ideas políticas, no muy en concordancia con el sueño americano ni con el sistema capitalista, desde luego. Valga el ejemplo de su novela La ventana alta, en donde Marlowe, frente a los policías Breeze y Spangler, saca a relucir «el caso Cassidy», una escena típica de los relatos de detectives con policías deshonestos, corrupción municipal, ricos que compran a la Policía y el detective privado que se encarga de que se haga justicia. Daly estaba en contra de las ideas de ultraderecha y supremacistas (de ahí lo sorprendente de la admiración de Spillane). Es especialmente significativa su novela anti Ku Kux Klan Los caballeros de la palma abierta (1923), en plena vigencia del vil movimiento.
Pero ¿quién era realmente Carroll John Daly? Nace en Yonkers, Nueva York, en 1889. Se educó en el Yonkers High School, en el La Salle Institute y la American Academy of Dramatic Art de Nueva York. Se casa en 1913, abandonando sus estudios teatrales. Terminó siendo dueño de algunas salas de cine en Nueva York, Atlantic City y Nueva Jersey, y por tanto tenía una vida acomodada. Sin embargo, en 1922 publica el relato Dolly en la revista Black Mask, iniciando una carrera literaria exitosa, que no abandonaría hasta la década de los cincuenta. En 1953 se traslada a vivir a un barrio de Los Ángeles y allí moriría en 1958.
Carroll John Daly es el gran olvidado en España. Tenemos las traducciones de todas las novelas y cuentos de Hammett y Chandler. De ahí que se piense erróneamente que solo ellos dos son los padres de la novela negra, obviando al verdadero artífice: Daly. Solo hay una traducción de una novela al español: El séptimo asesinato, publicada en la colección «La Novela Negra», de Ediciones Mépora en la década de los cuarenta (el precio de venta al público era de cuatro pesetas). Y dos traducciones al catalán en la mítica colección «La Cua de Palla», que dirigieran Manuel de Pedrolo (uno de los padres de la novela negra española) y posteriormente el erudito de novela y cine negro Javier Coma: El bram de la bèstia y La mà amagada. El hecho viene a corroborar una máxima: en España tenemos necesariamente una visión muy sesgada respecto a los países de nuestro entorno, en los que sí se han traducido no solo las obras de Daly, sino todas y cada una de las obras de autores que tuvieran algo que decir. En nuestro país se han interrumpido colecciones, sagas y obras sin dar más explicaciones. Es increíble, por poner un par de ejemplos, que no tengamos traducidas al completo las sagas de Easy Rawlins y Jack Taylor, de Mosley y Bruen respectivamente, o la mayoría de las novelas de George V. Higgins. Pero es mucho más imperdonable que, siendo el padre del género, las novelas de Daly ni siquiera se hayan traducido.
Para terminar, he citado a la Santísima Trinidad, pero no hay que dejar de considerar que Daly, Hammett y Chandler fueron pioneros, escritores de novelas y relatos de transición. Hammett y sobre todo Daly tenían todavía muchas reminiscencias de los detectives victorianos y de la novela enigma, y por tanto ambos carecían de la coherencia de estilo que sí mostró Chandler con Marlowe. Y los tres todavía tenían ese elemento en común, ese personaje que los unía cada vez mas tenuemente con la novela enigma: el detective. Quien verdaderamente rompió con esta norma sustituyendo al detective por gángsteres, personajes oscuros y policías corruptos fue un escritor que, si bien fue importante en la época, es recurrentemente obviado. Me refiero a William Riley Burnett, el inventor de la crook story, el que ubicó como protagonistas de sus novelas a los delincuentes propios de los violentos años veinte sobre los que proyectaba su alargada sombra la Ley Seca. No olvidemos que Burnett publica su primera novela, Pequeño César, en 1929, diez años antes de la primera novela de Chandler, El sueño eterno.
Sería injusto terminar sin nombrar a Erle Stanley Gardner (y me dejo muchos nombres por falta de espacio), el padre literario de Perry Mason, pero también de Paul Drake o Hamilton Burger entre otros personajes. Innovó a la hora de prescindir del detective o el policía para sustituirlo por el abogado Perry Mason. Fueron muchos los que le imitaron después situando al frente de investigaciones a abogados o periodistas que no dejaban de ser variables del detective. Al igual que Donald Westlake haría más tarde, utilizó varios pseudónimos para ocultar su prolífica labor de escritor de novelas negras.
Para todo aquel que desee iniciarse en la lectura de novelas negras, yo recomendaría empezar por W. R. Burnett y continuar por R. Chandler. Eso sí, sin olvidar que el eslabón perdido es Carroll John Daly.
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