Zenda publica cinco poemas de Una buena hora (Visor), de Alejandro Simón Partal, al que precede un texto escrito por el propio autor: “Quiero entender el hecho ocasional de escribir poesía como una forma de servidumbre, una manera de atender al otro, de ser él mismo; de crear un diálogo o una comunicación que nos ampare, que nos tranquilice y nos recuerde nuestra sumisión al mundo, nuestra pequeñez ante la vida. Ese ha sido el fin último de Una buena hora, levantar la cabeza y atender a los milagros cotidianos que nos rodean y que, cegados por nuestras angustias diarias, nos pasan desapercibidos”.
De Simón Partal ha escrito Antonio Lucas:
«Si la poesía también es un camino hacia el otro, a lo de afuera, y atiende al fluir de las cosas, a su gracia, la escritura de Alejandro Simón Partal tiene sitio propio en esa república del hombre que contempla, comparte, goza y así ensancha su asombro. Pero el viaje nunca es a solas, sino que promulga una íntima expedición que da la mano al lector como cómplice de ruta. La madurez bien afinada de este poeta joven viene de la precisión en la mirada, pero también de la materia de un pensamiento que no desplaza la realidad, ni la enmascara, sino que se busca en ella desde la tensión de lo pequeño, en la autenticidad que aloja un gesto cotidiano, en el acontecimiento de un amanecer, en el instante pleno y en la humilde armonía de una tarde de amistad donde la vida se afirma. Los poemas de Una buena hora tienen tanto de travesía como de canción abundante. Y celebran el don de existir. De compartir. De desear. De dudar. Pues cuando la poesía aloja verdad (y aquí está sin regateo) suena, felizmente, un caudal de incertidumbre. “Lo poco que se necesita para vivir”, escribe Simón Partal. Cuánta inteligencia emocionada exige aprenderlo. Qué lección necesaria dispensan estas páginas. Qué manera de lanzarse al mundo y decir a pulmón pleno: voy contigo».
Bendecidos
Y de pronto, del suelo,
se han alzado los tomates,
como una pasarela de luces rojas
con las que se inaugura el verano.
El animal en celo. Alguien encala la casa.
De repente, un exceso de vida
se ha impuesto en nuestra rutina.
Podemos saltar al vacío o amar sin cautela,
desaparecer hasta que no podamos más,
pero sólo salimos a la puerta
y nos sentamos al fresco.
Quiero decírtelo de la forma más sencilla,
sin laberintos: estamos bendecidos.
Ya nada va a poder con nosotros.
Resistencia y sumisión
No es el amanecer otra cosa
que un intento terrestre
hacia lo divino,
como lo es la fruta madura en el árbol
o las sábanas blancas tendidas
en un prado abierto.
Poco dura ese momento
en el que los animales gimen
y algunas personas reaccionan
y cuidan la tierra o recogen el fruto.
No pretende más
que recordarnos nuestra condición
de seres pequeños o necesitados,
de hermanos que algunas mañanas,
muy temprano, salen humildes
y se encuentran.
A ellos, no más
Dios, acércame a ellos,
a la que recorre el paseo con el skate
empujada por su perro y por su seguridad;
a los que en la madrugada mezclan esto y lo otro
y por la mañana, en calzoncillos,
abren la nevera y beben a morro de la Fanta disipada;
a los que se entregan como si no hubiera mañana,
y al terminar se marchan alegres, sin más.
Acércame a los que se abandonan,
a los que temen de la vida
lo que para nosotros es la vida,
y que sobre el resto
—sobre lo demás—
la naturaleza haga su trabajo.
Días por venir
Estamos cerca del tiempo
donde no se requieran performers
ni artistas que se flagelen o mutilen,
sino alguien que ponga al otro
una almohada bajo su cabeza
y lo acompañe en su descanso.
Estamos cerca del momento
donde la plaza vuelva a ofrecer comodidad,
donde la primavera regrese a las montañas.
Oración de hoy
No necesita mucho
la vida para transcurrir,
para sucederse.
Quizá alguien que atienda
al abandono de sus nidos
o a la broza en sus caminos;
alguien que la ame,
como aman los dioses
a los cielos antiguos,
profundamente.
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Autor: Alejandro Simón Partal. Título: Una buena hora. Editorial: Visor. Venta: Web de la editorial
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