Adelanto del ensayo Más que palabras del catedrático de Lengua Española de la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia Española Pedro Álvarez de Miranda.
Reúne este volumen un manojo de artículos que abordan cuestiones de muy variada índole, pero concernientes todas a la lengua española. Exploro diversos rincones de ella, de manera tal que, una vez elegido uno, me detengo en él lo suficiente como para proyectar sobre su ámbito la máxima luz. Detrás de muchas entregas hay indagaciones relativamente arduas, pero el autor desearía, por el tono divulgador que adopta y por la eliminación del aparato erudito, haberlas hecho accesibles, y que su lectura resultara amena a quienes tengan la bondad de acometerla.
El monografismo no está reñido con cierta ambición de trascender lo aparentemente anecdótico; y así, muchos artículos de los que componen este libro aspiran a elevarse hasta la categoría para reflexionar sobre asuntos de cierto calado: la norma y el uso, la variabilidad en el léxico y la fraseología, la huella que un individuo concreto puede dejar en su idioma, el desarrollo de las familias léxicas, los retos de lo que podríamos llamar la «etimología fraseológica», el «léxico familiar», las miserias de la filología —las consecuencias de lapsus y erratas—, los complejos problemas del género gramatical, el valor de la latencia histórica, el purismo —y sus parientes: misoneísmo, alarmismo—, el presunto empobrecimiento del léxico, la vida de las palabras —nacimiento, muerte, resurrección—, el valor de los diccionarios, el panhispanismo, las creaciones inducidas o calcos, las creaciones expresivas, la lexicalización de elementos no léxicos…
En el centro de todo ello está, en definitiva, la pasión por la lengua y por su historia, y desde luego el asombro ante sus maravillas. En unas páginas memorables escribió Pedro Salinas que la lengua es un «misterioso tesoro celado», es como un estanque que esconde en su fondo joyas y pedrerías; quien quiera hundir la mano en él, escribía, «más allá, más adentro, nunca la sacará sin premio». Así lo he experimentado muchas veces.
Son mayoría los capítulos que están relacionados con el léxico como materia de estudio, pero también los hay de tema gramatical, y tres de ellos se ocupan de otros tantos problemas ortográficos, concretamente —los tres— de acentuación. Dos de ellos discrepan, con denodado afán razonador espero que no errado, y en cualquier caso acatándolas, de ciertas decisiones de la Academia.
En todos late, espero que así se perciba, una actitud de rendido sometimiento a las armas de la filología, y de estima por el valor del texto y la importancia del dato. Y la convicción de que examinar cualquier asunto a la luz de la historia es la mejor manera de esclarecerlo. Ser filólogo y ser historiador vienen a ser en el fondo una misma cosa.
Puesto que en algún ensayo de este libro se adoptan posturas de franca tolerancia y de cierto relativismo en materia normativa, algún lector podría precipitadamente pensar que el autor es partidario del todo vale. Se equivocaría. Uno suscribe en lo esencial la frase de Américo Castro de que «la lengua se guarda a sí misma», y se adhiere a la petición que más de una vez hizo Emilio Alarcos de que se dejara a las lenguas en paz (aunque se refería fundamentalmente a que no se suscitaran artificialmente conflictos entre unas y otras). No asentiría sin embargo del todo a lo que expresaba el título —que acaso resonaba en la petición de Alarcos— de un libro que en 1950 alcanzó cierta fama, el de Robert A. Hall Jr. Leave your language alone! (‘¡Deja a tu lengua en paz!’), pues prefiero subrayar la compatibilidad entre el descriptivismo como método de investigación lingüística y el ejercicio de una orientación del uso de los hablantes basada en el concepto coseriuano de norma como «conjunto de preferencias vigentes en una comunidad hablante entre las posibilidades que el sistema lingüístico pone a disposición de ella» (Manuel Seco).
El artículo sobre espúreo, por ejemplo, expresa bien, confiemos en ello, cuál es nuestra postura. Dado que ahí, sin mesamiento de cabellos ni lanzamiento de mandobles contra nadie, se explica y se razona que hay motivos poderosos para preferir espurio y no ceder ante espúreo, recomendamos y seguiremos recomendando a quien quiera oírnos que emplee la forma etimológica de esa palabra, es decir, la forma llana y con -i-. Y si nuestro eventual interlocutor no quisiera hacernos caso, pues qué se le va a hacer, tampoco hay que tomárselo por la tremenda. Hay que poner cierta distancia con todo. Los cambios lingüísticos, también a veces los cambios en el léxico, son lentos, experimentan avances y retrocesos, pueden estancarse. Esta última parece la situación en que está instalada la coexistencia de las formas espurio y espúreo, y creo muy improbable que en mis días llegue yo a ver el triunfo de una —de cualquiera de las dos— sobre la otra. Con todo, solemnemente declaro que, llegados a la víspera de una hipotética desaparición de espurio a manos de espúreo —y en esta imaginaria situación me pongo, como se verá, en otro de los trabajos aquí incluidos— yo también abandonaría el barco, y me pasaría, sin traumas insuperables, al empleo de la forma con -e-. Esto no es chaqueterismo, es reconocimiento de que el numantinismo tiene sus límites y el hablante es un ser en sociedad. Puede que alguien quiera hoy aferrarse al empleo exclusivo de lúdicro (voz que es adaptación del latín ludicrus y que el Diccionario del español actual marca adecuadamente como «literaria» y «rara») y al rechazo de lúdico (formada con el sufijo -ico sobre latín ludus, a imitación de francés ludique). Estará en su derecho de hacerlo —y hasta, si le place, de tronar contra quienes le lleven la contraria—. Acaso no le importe, pero ha de saber que está muy próximo a quedarse completamente solo.
En cualquier caso, que quede claro que no, no todo vale. Ahí están, para mostrarlo, ciertos artículos de este libro, como el titulado «Hablar como indios», y algún otro. Ojalá mis puntos de vista se le ofrezcan nítidos al lector, y le resulten convincentes.
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La mayor parte de los escritos aquí reunidos aparecieron en la revista diaria Rinconete que se publica en las páginas electrónicas del Centro Virtual Cervantes, del Instituto Cervantes. Indico al pie de cada uno de ellos la fecha de publicación. Un par de artículos vieron la luz en El País y en el suplemento Babelia de ese mismo periódico, de lo que también dejo constancia en ambos casos.
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Título: Más que palabras. Autor: Pedro Álvarez de Miranda. Editorial: Galaxia Gutenberg. Edición: Papel
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