Las 999 eslovacas que llegaron en el primer convoy al campo de concentración de Auschwitz fueron «doblemente víctimas, como judías y como mujeres», señala la historiadora Heather Dune Macadam, autora de un ensayo que las rescata del olvido.
Las 999 mujeres de Auschwitz (Roca en castellano y Comanegra en catalán) da voz a las jóvenes mujeres judías y solteras que abandonaron sus hogares para trabajar como voluntarias el 25 de marzo de 1942 y se subieron a un tren con destino a Auschwitz.
Dune Macadam explica en una entrevista con EFE que «ni esas jóvenes ni sus familias habrían imaginado que el Gobierno eslovaco las había vendido a los nazis para trabajar como esclavas». La autora se muestra asombrada porque «los libros de historia han pasado por alto que el primer grupo de judíos deportados a Auschwitz para trabajar como esclavos no incluía a combatientes de la resistencia, ni a prisioneros de guerra, ni siquiera a un solo hombre, sino a mujeres vendidas por el Gobierno títere del sacerdote católico Josef Tiso por una dote de 500 marcos alemanes, el equivalente a 200 euros».
Dune Macadam tuvo conocimiento de la existencia de esas primeras mujeres cuando conoció a Rena en 1993, que le dijo que había estado en el primer convoy de judíos en llegar a Auschwitz, pero no la creyó inicialmente. «Me puse a investigar y consulté el Auschwitz Chronicle, que es el relato pormenorizado escrito por Danuta Czech, y allí encontré el primer transporte oficial de 999 mujeres, ordenado por Himmler», aclara.
En el proceso de investigación, Heather Dune viajó a Eslovaquia y comenzó a grabar en vídeo en los lugares de donde partieron las jóvenes y también contó con los testimonios de la Fundación Shoah, algunos de los cuales tuvo que traducir; y también acudió al Archivo Nacional de Eslovaquia. Viajó asimismo a Toronto para entrevistarse con Edith Grosman, de 95 años, testimonio que vertebra el libro, además de otras entrevistas a supervivientes todavía vivas. «En estas entrevistas pude cubrir algunas lagunas que faltaban en las preguntas de los vídeos de la Fundación Shoah, comenzando por el número tatuado de prisionera, que era el documento de identidad en Auschwitz y permitía saber en qué transporte y en qué fecha habían llegado, pero algunos entrevistadores no eran conscientes de la importancia de ese número».
Según Macadam, las 999 mujeres ni siquiera sabían que iban a Polonia, pues «pensaban que su destino sería una fábrica de zapatos en Eslovaquia, pero el Gobierno eslovaco había pagado al III Reich para que las deportara y no volvieran nunca al país». Admite la autora que contribuyó al anonimato de ese primer convoy el hecho de que «en el relato general del Holocausto no se presta mucha atención al Gobierno marioneta eslovaco, como sí se hizo, por ejemplo, con Hungría».
Macadam no esconde su preocupación por el auge de la ultraderecha en toda Europa: «Es terrorífico y descorazonador y me cuesta creerlo. Creo que los seres humanos deberían ser más listos como para no caer en esto». Y añade que «resulta más increíble sabiendo que la ciencia genética ha demostrado que todos los seres humanos somos iguales y estamos emparentados».
Aunque a veces le han echado en cara que se haya implicado con la historia de estas mujeres sin ser judía, Macadam responde: «Soy un ser humano y una mujer, y eso basta para que esta historia me interpele y llegue al corazón». El futuro no es alentador, apunta la autora, pues «con la crisis climática veremos un incremento enorme en las migraciones masivas, porque no se podrá vivir en zonas de hambrunas como Bangladesh y habrá una actitud defensiva, como pasa en Estados Unidos».
Las supervivientes de Auschwitz como Edith Grossman fueron doblemente condenadas cuando volvieron a su país y planeó la sospecha sobre ellas por haber sobrevivido. «A Edith le dijeron en el mercado que habían vuelto más de las que se habían ido». Otros casos, como el de Gizzi Grummer, agrega, fueron más dramáticos, pues «fue asesinada en una taberna por fascistas ucranianos cinco meses después de la liberación del campo».
Macadam asegura que resulta difícil establecer el número de muertas en el campo, porque «el registro de muertes no fue tan minucioso con las mujeres y se sabe que entre marzo y agosto de 1942 no se llevó registro, pero de aquel primer transporte ferroviario hay una cifra aproximada de entre 80 y 100 supervivientes«.
Tras la publicación del libro, Heather Dune Macadam se encuentra en pleno proceso de montaje de un documental sobre el mismo tema, en el que contará con el testimonio de dos nuevas supervivientes del primer convoy que han aparecido, una en Australia y otra en Nueva York. Su próximo libro, que escribirá con su marido, será, anuncia, «otro ensayo histórico que transcurre en París y documenta una historia de amor en el Holocausto».
Considero que es absolutamente necesario que muchas personas aunque no sean de origen judío, puedan escribir sobre éste lamentable período de la historia, y sacar a la luz los fríos detalles que la historia de algunas naciones se esfuerzan por esconder, para evitar responsabilidades. Jamás debió pasar, jamás!. Y mejor aún, no se puede permitir que vuelva a ocurrir. Debemos trabajar como ciudadanos del mundo, por proteger y defender los derechos humanos y enseñar a nuestros niños a humanizar cada vez más, sus pensamientos y acciones.
Brenda estoy totalmente de acuerdo con Ud. Eso jamas ha debido ocurrir y nuestro deber ser es proteger y defender los derechos humanos….HUMANIZAR al mundo.