Frank O’Hara fue un poeta, dramaturgo, músico, crítico de arte norteamericano y uno de los principales representantes de la Escuela de Nueva York. A pesar de su relación con nuestro país (su último libro se tituló Little Elegy for Antonio Machado, en 1960 organizó una exposición de pintura y escultura moderna española en el MoMa y publicó la obra de teatro Awake in Spain, cuya trama principal gira en torno a la restauración de la monarquía española), poco se ha traducido a este autor fundamental de la literatura americana.
Tendríamos que remontarnos hasta 1997 para encontrar la primera edición de sus poemas en España, Poemas a la hora de comer (Lunch Poems), publicado en versión bilingüe, por la maravillosa, y por desgracia ya extinta, editorial DVD Ediciones. No sería hasta 2018, momento en el que Kriller71 publicó No llueve en California, una antología con selección y traducción de Eleonora González Capria, cuando de nuevo tendríamos ocasión de acercarnos a O’Hara.
Heredero directo del estilo y la poética de William Carlos Williams y adherido de una manera innegable a Nueva York y sus ritmos, su poesía derrocha melancolía urbana. No es difícil imaginarse cualquiera de esas calles neoyorkinas iluminadas por la noche, latiendo a ritmo de jazz, cuando leemos muchos de sus textos.
qué estás haciendo ahora
dónde fuiste a comer
el almuerzo y tenía
muchas anchoas
es difícil pensar
en ti sin mí en
la oración me deprimes
cuando estás solo
anoche había muchas
estrellas y hoy
la nieve es su tarjeta de
visita no seré cordial
no hay nada que
me distraiga la música es
solo un crucigrama
sabes lo que se siente
cuando eres el único
pasajero si hay un
lugar más allá de mí
te suplico no vayas
Estudió música en la Universidad de Harvard, gracias a las becas que se daban a los veteranos de guerra, aunque asistía poco a clase, ya que prefería ir a los cursos de filosofía y teología. Absorbió el arte visual y la música contemporánea, hecho que se aprecia de manera evidente en la cadencia y el ritmo de su obra. Nunca abandonó la música, dicen que tocaba el piano de una manera maravillosa (hecho que recuerde quizá a algunos, a la figura del joven Federico García Lorca, pianista y arreglista con una sensibilidad especial), y Falla siempre lo admiró mucho, cuya obra literaria está también atravesada por cientos de influencias musicales y visuales.
Algunos días siento que exudo un fino polvillo
como aquel atribuido a Pílades en la famosa
Chronica nera aeropagitica al ser descubierta
y es porque un arqueólogo
llegó a la cámara interior de mi corazón
y revolvió el papel que tenía tu nombre
No me gusta que ese desconocido estornude sobre nuestro amor.
Fue en esta universidad, donde Frank O’Hara conoció a John Ashbery, amigo inseparable con el que compartía referentes como Arthur Rimbaud o Vladimir Mayakovsky, y comenzó a publicar poemas en el Harvard Advocate. Cambió su licenciatura y recibió el grado en inglés en 1950. Un año más tarde se licenció en literatura inglesa por la Universidad de Michigan, mudándose poco después a un apartamento en Nueva York con Joe LeSueur, compañero de cuarto y amante durante once años.
Cofundó la Escuela de Nueva York con Ashbery y Kenneth Koch, con el objetivo de unificar teatro, poesía, pintura y música y en la que los artistas buscaban una temática y lenguaje común. De hecho, parte de su poesía se publicó en colaboración con artistas plásticos (Odes, 1960, incluye serigrafías de Michael Goldberg). Dos de los ejes principales en torno a los cuales gira su obra son la relación entre el poeta y la ciudad y el análisis de los momentos cotidianos en los que es feliz. O’Hara es capaz de convertir en poético desde un aguacate hasta un café para llevar.
Luz claridad ensalada de aguacate por la mañana
después de todas las cosas horribles que hago qué increíble
es encontrar perdón y amor, ni siquiera perdón
pues lo hecho hecho está y perdonar no es amar
y el amor es el amor nunca nada puede salir mal
aunque las cosas se pongan irritantes aburridas e innecesarias
(en la imaginación) pero no de verdad porque amor
aunque a una calle te sientas distante la sola presencia
lo cambia todo como el papel que toca un químico
y desaparecen todas las ideas en una rara emoción serena
esta es mi única certeza, y crece cuando respiro
En 1959 escribió un manifiesto titulado Personism: A Manifesto. En él explaya su posición sobre la estructura formal y la manera en la que percibe el acto de creación poético: no me gusta el ritmo, la asonancia, todo eso… Hay que seguir el impulso. Murió a los cuarenta años, a causa de un golpe provocado por un arenero en la playa de Fire Island, dejando mucha poesía inédita, que sería impresa póstumamente con el título The Collected Works of Frank O’Hara.
La edición de No llueve en California es una maravillosa noticia para todos aquellos que deseen acercarse a la obra de este autor. Mi consejo: corred a comprarla, antes de que se convierta en una reliquia literaria o haya que esperar otros veinte años para poder tener poemas como este entre nuestras manos:
Café instantáneo con nata un poquito
agria, y una llamada al más allá
que al parecer no se está acercando.
‘‘Ay, papá, quiero estar borracho muchos días’’
con la poesía de un amigo nuevo
mi vida apenas contenida por las manos
videntes de otros, imposibilidades suyas y mías.
¿Esto es el amor, ahora que al fin murió
el primer amor, donde no había imposibilidades?
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